Ricardo Javier García, un niño de ocho años invitado a pronunciar un discurso en la sesión solemne del Congreso de Nuevo León con motivo del cuarto centenario de la fundación de Monterrey, le tiró la neta al Presidente.
Los niños, le dijo Ricardo Javier a Ernesto Zedillo, sienten angustia cuando oyen hablar de los problemas económicos de sus familias. Muchos de ellos corren riesgo en los cruceros de las calles, enfatizó el pequeño pero diestro orador, pues se ven obligados a ganarse la vida y por esta razón dejan de asistir a la escuela.
La asamblea se conmovió con las frases de Ricardo Javier. Diputados, funcionarios y guaruras tuvieron que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas. Algunos no pudieron evitar que asomaran a sus ojos. Ningún otro orador en la sesión produjo mayor impacto ni provocó un más frondoso y espontáneo aplauso.
El Presidente, vivamente emocionado, tomó al niño en sus brazos, lo paró en su sitial y le besó la mejilla con afecto de padre.
El breve señalamiento de Ricardo Javier fue, conjuntamente con las palabras del cardenal Adolfo Suárez Rivera acerca de la pobreza y la marginación social, la excepción a la epidemia de discursos autocomplacientes respecto al origen, la historia y el futuro de Monterrey.
Un turista que hubiera visitado la ciudad hace 15 años, sin volver a ella sino hasta nuestros días habría notado a simple vista la diferencia. La pobreza, entonces, no había arrojado masivamente a la calle a niños, niñas, adolescentes, jóvenes, gente madura y ancianos que buscan afanosamente librar el día mediante las actividades subeconómicas más diversas: desde la mendicidad y el histrionismo hasta la prostitución y el robo en menor escala. (Para la memoria: a mediados de este año una muchedumbre tomó por asalto un furgón cargado de maíz para llevarse un puñado de granos a su casa.)
Ese, por lo demás, es el paisaje humano que se observa en las grandes urbes de América Latina. Monterrey, no obstante, preservó por décadas un grado aceptable de empleo y seguridad. Hoy se ha abatido. La mezcla de pobreza, narcotráfico y rapacidad de funcionarios y empresarios es el reverso de la pirotecnia y el espectáculo high tech (rayos láser proyectando en los edificios que flanquean la Gran Plaza las figuras cumbre de la historia regiomontana) ofrecido a un público ávido de cualquier cosa con tal de sacarse de encima el zaratán cotidiano.
Sandra Arenal publicó a principios de esta década su libro No hay tiempo para jugar, donde recoge los testimonios de los niños regiomontanos a los que se refería Ricardo Javier en su discurso. Ya para esas fechas marcadas por el ascenso meteórico del salinismo, el fenómeno de los niños de la calle hacía que el espectro de Oliver Twist recorriera infatigable el área metropolitana de Monterrey. La consolidación de la política económica iniciada por De la Madrid y vigente aún ha profundizado el fenómeno.
Ricardo Javier (Ricky, como lo ha publicitado la prensa local), al mencionar esa realidad implicó la atención del Presidente a fin de paliarla. Los niños suelen decir la verdad, pero no son realistas. La respuesta presidencial se concentró en reactivar obras de dudosa prioridad social que les redituarán dividendos a los hombres de negocios involucrados en ellas.
El pequeño orador se equivocó. Debió pedir para los señores ricos y no para los niños pobres. Así les pudo haber ido mejor a éstos. Pero habrá que exonerarlo de toda responsabilidad. Los adultos, que no debiéramos equivocarnos, nos equivocamos. Pedimos que se esclarezca el crimen de Colosio, que no se militarice la política, que se investigue a Salinas, que no se enajene la riqueza natural del país mediante la coartada de la necesidad privatizadora alegada por el gobierno, los empresarios y el embajador norteamericano. Y las respuestas que recibimos son contrarias a nuestras peticiones.
Así como Ricardo Javier debió pedir para los señores ricos, igual debiéramos pedir los adultos: que se dé carpetazo al caso Colosio, que los militares resuelvan con sus métodos los problemas de la política, que se le otorgue fuero monárquico a Salinas y su familia, que se privatice lo que queda del patrimonio nacional y la nación misma. Decir la neta a la inversa. Correríamos con mejor suerte.