Luis González Souza
¿Proyecto de no-nación?

Sería lamentable, pero si es así mejor saberlo. Literalmente, México parece dirigirse al despeñadero, a su desintegración paulatina pero sistemática. Sólo resta despejar una duda: ¿es ése un proyecto de gobierno?

Vayamos primero a los hechos duros. Y podríamos empezar por donde se prefiera. ¿Por la economía? Ya no es un secreto su desintegración en una economía formal y una creciente economía informal, de suyo desintegradora, caótica. Como tampoco es un secreto su desintegración en una economía real, productiva, y otra economía artificial, especulativa, hoy en auge. Y qué decir de la impresionante expansión de la industria maquiladora, desintegradora por excelencia en tanto industria adicta a lo extranjero (insumos, mercados).

Esto nos lleva a la desintegración territorial. Originalmente la industria maquiladora fue confinada a la franja fronteriza del norte, sumiéndola entonces en una dinámica medio separatista. Hoy esa industria se expande a casi todos los rincones del país. Pero, con maquiladoras o sin ellas, crecen las voces separatistas lo mismo en Nuevo León (por boca de empresarios) que en Chiapas (por boca de priístas).

En lo social, las tendencias desintegradoras abarcan todo el espectro imaginable. Desde la desintegración familiar hasta la desintegración macrosocial, signada por el México de los 25 multimillonarios modernos frente al México de las masas marginadas, o en vías de serlo. Traducción en lo cultural: el México que ya hasta piensa en inglés frente al México indígena, dejando en medio a una suerte de enorme Torre cultural de Babel.

En fin, y acaso lo decisivo: la desintegración política. Aquí los indicadores van desde la evidente desintegración, por decadente, del régimen posrevolucionario, hasta la quiebra de la alabada paz social. Desde la desintegración inclusive física (vía asesinatos) de la élite política, hasta la virtual enajenación del país a favor de EU. En mucho de lo cual tiene que ver la desintegración del Estado y de la soberanía por cuenta de una privatización que, para nuestro caso, es casi sinónimo de norteamericanización.

¿Puede llamarse a todo eso un proyecto de nación? Bajo tantas tendencias desintegradoras, ¿es posible asegurar la viabilidad de México?, ¿por cuánto tiempo más? Más bien lo que se perfila es una no-nación. Resta aclarar si se trata de un proyecto, de algo persistente, deliberado.

En los primeros dos, cinco, ¿diez? años del neoliberalismo en México, iniciado en 1982, podía decirse que toda esa desintegración eran efectos involuntarios del proyecto ``modernizador''. Todavía hoy podría argüirse que esa desintegración obedece al ya famoso vacío derivado de un gobierno débil, sin rumbo. Aun así, cabe la pregunta: ¿no será un vacío deliberado para que siga avanzando, o culmine, la desintegración de México?

Dos buenas piedras de toque están a la mano: el desenlace en la privatización de la petroquímica, y en la política de (no) paz ante las nuevas insurgencias. Es decir, el EZLN, el EPR y... las que siga prohijando esta curiosa modernización.

Bajo un contexto histórico y global, la privatización de la petroquímica sería la puntilla a la desnacionalización de México y, de paso, la confirmación de que sí camina un proyecto de no-nación. El impacto se extendería desde la desintegración de la industria petrolera, hasta la virtual quiebra de la seguridad nacional a favor de EU (léase, si no, el excelente libro de José Luis Manzo, ¿Qué hacer con Pemex?, Grijalbo, 1996). Si ya ni siquiera puede salvaguardarse la industria petrolera, es que el Estado y la soberanía de México se acercan al punto del desvanecimiento.

Otro tanto puede decirse de la incapacidad --¿o abulia deliberada?-- para solucionar la cuestión de las nuevas insurgencias. Sobra decir que ni la militarización ni la política del diálogo estéril son solución alguna. Si ya ni siquiera puede detenerse la descomposición de lo político y la así inevitable multiplicación de insurgencias --con o sin pantomimas--, es que se reafirma el injusto y penoso proyecto de no-nación.

México merece y puede seguir siendo México. Pero no con un proyecto desintegrador. Unicamente con un nuevo proyecto: propio y democrático.