ASTROLABIO Mauricio Ortiz
Guadalupe

Guadalupe es un misterio. Pero no por secrecía y ocultamiento sino por discreción y simpatía. Un misterio en el sentido clásico, mujeres que son como ninguna. Qué edad tiene imposible saberlo, su sonrisa es de cinco años y sus ojos de veinte, su alegría cuarentona y su padecer de un siglo. Un día entero es para ella cada hora que pasa.

El asunto es muy grave: se está muriendo.

Alguien dirá no sin cinismo: como todos, tan sólo se adelanta. Pero no, ella sí muere y hay una diferencia: está más viva que nadie y mientras llegue, más por encima que cualquiera de su propia muerte.

Fue perdiendo la voz por años y luego la perdió toda. Si la mascada oculta una vieja herida en el cuello, sus palabras silenciosas revelan el corazón inmenso que le martilla el pecho.

El sábado invitó a sus hijos y sus hermanos, sus amigos a un día de campo en celebración de la vida. Una canasta con el almuerzo y una botella de vino. Un viejo tocaba el clarinete, el saxofón o la flauta y al lado caía con su estrépito blanco una pequeña cascada. Las copas de los árboles juntaban una sombra espesa y alta en el mediodía tropical de Morelos. El lugar estaba lleno de pañuelos, esas grandes mariposas de encaje y vuelo pausado y elegante. Cómo duele verte así, es cierto, tu cuerpo empequeñecido y la fragilidad del movimiento.

Cómo impone verte así, tan grande en el desamparo. El cuerpo tan enfermo y tan saludable el alma, tan vuelta vida: al menos que por eso digan que al final se desprende y va a los cielos.

Desde siempre. Fue dando a todos el alma en cada mirada, en cada palabra sin voz, en el abrazo al llegar y el abrazo al despedirnos, en el sonido de la cascada y en la lluvia torrencial que acompañó el viaje de regreso. La tristeza de ir recogiendo porque comenzó a acabarse el día. Las uvas, las servilletas arrugadas y las migajas, el corcho de la botella, las copas escanciadas.

Atrás de la cascada y su permanencia de agua la vieja edificación en ruinas expone las verdaderas intenciones del tiempo. Del otro lado hay un árbol como no habrás visto: quién sabe cuál es su nombre pero está lleno de espinas, algo que en un arbusto no sorprende y en un cactus se espera, pero que en un árbol de tales proporciones por lo menos impacta. El tronco tiene tres o cuatro pares de brazos de diámetro y es tan alto como las altas palmeras que a prudente distancia lo rodean. Copa elevada y robusta sin llegar a ser densa y estas espinas gordas y leñosas, amenazantes, peligrosas, que suben hacia las ramas y se concentran en el zona donde éstas desprenden. Un árbol de tener cuidado, altísimo árbol hiriente.

Quedamos en ir a Catorce, de por donde es ella. Queremos compartir por una noche la bóveda celeste de esa latitud y sus constelaciones.