Remember 1956 fue el lema de una generación en Europa. El 23 de octubre de 1956, después del glorioso ``Octubre polaco'', empezó la revolución húngara. Calificada de contrarrevolución por los soviéticos, fue una verdadera revolución. Como se dijo hace exactamente diez años: obreros, estudiantes, soldados tomaron el edificio de la radio en Budapest porque estaban hartos de la mentira oficial y querían escuchar la verdad y expresar sus exigencias. Destruyeron la estatua de Stalin y la credibilidad de un régimen que se calificaba a sí mismo de ``dictadura del proletariado'' y ``república popular''. Esa república nada popular ejercía su dictadura sobre el proletariado y toda la sociedad.
Su combate demostró claramente al mundo que el pueblo húngaro quería de verdad la independencia y la democracia. ``Querían vivir en paz en una sociedad libre y honesta''. Tales exigencias, tales ilusiones eran revolucionarias. La revolución húngara, dos años después del levantamiento de Berlín oriental, doce años antes de la Primavera de Praga, veintitrés años antes del movimiento social del sindicato libre Solidarnosc en Polonia fue, como todos aquellos movimientos, reprimida por una intervención militar.
En la madrugada del 4 de noviembre, los tanques soviéticos entraron en acción y se toparon con la resistencia desesperada de todo un pueblo, comunistas, anticomunistas, soldados, confundidos en un verdadero levantamiento nacional. Sin ningún apoyo exterior (el Occidente no tuvo nunca la intención de intervenir en la ``esfera soviética''), la insurgencia era condenada a perecer: 20 mil combatientes cayeron y las autoridades del gobierno pelele húngaro ordenaron la liquidación sumaria de un millar de personas.
Apenas ahora sabemos que unos 200 militares soviéticos fueron condenados a muerte por orden del KGB, al haberse negado a disparar contra los insurgentes húngaros. Más de 16 mil personas fueron condenadas a largas penas de cárcel. Imre Nagy, primer ministro, dirigente comunista que encabezó un movimiento que no había provocado, fue ejecutado por los soviéticos de manera traicionera, como Maleter, el jefe del ejército húngaro. Las ejecuciones duraron hasta 1961.
La efímera revolución húngara de 1956, aplastada por el reformista Jrushchov, con la aprobación de todo el campo socialista, empezando por Tito y Mao, fue ``nuestra herencia común y nuestra inspiración'', proclamaban en 1986 miembros de la oposición húngara, polaca, alemana y checoslovaca. Diez años después, toma otra dimensión el aniversario de la insurgencia contra el orden establecido desde 1945 por la Unión Soviética en Europa oriental. En 1986, en aquel otoño, la perestroika de Gorbachov no parecía amenazar el imponente ``antiguo régimen'' soviético, ni adentro ni afuera de la URSS. La vieja guardia seguía en el poder en Budapest, el general Jaruzelski detenía el poder en Varsovia aunque, secretamente, se encontraba obligado a negociar con Solidarnosc.
Andras Hegedus, staliniano ejemplar, jefe del gobierno húngaro de 1955, hasta la revolución de 1956, confesó en 1985: ``Mirando por la ventana (el 23 de octubre) veía a los manifestantes y entendí en aquel instante que se trataba de una insurrección nacional dirigida contra la política del partido y contra los hombres que la aplicaban. Entendí que esa revolución del pueblo iba a barrer con nosotros''. En el otoño de 1986, en Budapest florecieron las pintas ``I love 56'', ``Remember 1956''. Es lo que estamos haciendo.