Carlos Bonfil
Marcel Carné

Durante muchos años la trayectoria del realizador francés Marcel Carné (1909-1996) fue motivo de controversia entre historiadores de cine, críticos y cinéfilos. Es incuestionable que a él se le deben seis o siete obras maestras del llamado realismo poético francés (Drole de drame, Hotel del Norte, Muelle de brumas, El día se levanta, Los hijos del paraíso, etcétera), y que su impecable dirección de actores es evidente en cada una de ellas. ¿Quién no asocia su obra con los nombres de Michel Simon, Arletty, Jules Berry, Pierre Brasseur o Jean-Louis Barrault? La polémica, un tanto ociosa, ha consistido siempre en determinar si el genio o la poesía del cine de Carné de los años treinta y cuarenta, no reposaba más en el ingenio y brillantez de su colaborador más cercano, el poeta Jacques Prévert, guionista de sus mejores cintas, que en la solvencia artesanal del propio cineasta. Esta aseveración se sustenta en lo que fue la carrera de Carné después de Las puertas de la noche (1946): una secuela de películas fallidas, en ocasiones pretenciosas, o increíblemente cursis, como en el caso de La visita maravillosa (1973). Después de la guerra, Carné no contó ya con guionistas de talento ni con actores de gran talla. En lugar de un Louis Jouvet, el cineasta tuvo que conformarse con Gilbert Becaud.

Carné-Prévert: las escenas y los diálogos memorables, los decorados portentosos de Alexandre Trauner, el bulevar del crimen con Garance perdida en la muchedumbre, los interiores de las tabernas de barriada con Arletty protestando irónica, displicente (``Atmósfera, atmósfera, ¿acaso tengo jeta de atmósfera?''), o los interiores domésticos con Jouvet preguntando perplejo a su interlocutor (``¿Extraño, ha dicho usted extraño, qué extraño?''). El realismo poético: la fatalidad de los amores contrariados, la tiranía del medio social, la presencia fantasmagórica de la ciudad como lugar de cita del hombre y su destino, el anhelo de evasión que se frustra en el último momento, justo después del disparo que precipita al hombre agonizante en los brazos de su amada (``Sabes, tienes unos ojos, muy bellos'').

Justo después del fracaso de la experiencia del Frente Popular, Carné toma distancias con el drama burgués, explora a su manera el medio obrero y muestra a un hombre común (Jean Gabin) perseguido por la policía, atrincherado en su cuarto, ofreciendo resistencia toda la noche (El día se levanta, 1939).

Un año después, la derecha triunfa en Francia. Es el año de ``la divina sorpresa'' (Maurras).

El cine francés sobrevive con dificultades bajo el régimen de la ocupación alemana. En 1942, Carné realiza una cinta clave, Los visitantes de la noche, en la que burla la censura de Vichy situando su trama en la Edad Media. El diablo (un Jules Berry portentoso) intenta frustrar el amor perfecto de una pareja petrificándolos. Bajo la piedra, el corazón de ambos sigue latiendo.

La alusión a la resistencia moral y política frente al nazismo fue transparente. También bajo la Ocupación, Carné realiza, entre 1943 y 1944, Los hijos del paraíso, para muchos su obra cumbre. Dos mil extras y una reconstitución, tamaño natural, del bulevar del Crimen (llamado así por la cantidad de melodramas con desenlace fatídico que se representaban en sus teatros), diálogos de Prévert, sin duda los mejores de su colaboración con Carné; decorado de Trauner, música de Joseph Kosma (ambos artistas trabajaban desde la clandestinidad). Los hijos del paraíso retoma y reelabora temas y obsesiones del Carné de los años treinta: la imposibilidad del amor entendido como entrega sublime, la oposición entre la virtud femenina y la seducción irresistible de la mujer pecadora, la fatalidad que preside la vida de la ciudad y el comportamiento de sus habitantes, y la respuesta del escenario, tan lúdica, fársica e irreverente como puede serlo el propio Fréderick Lemaitre. Un gran fresco de la época del teatro popular y la literatura folletinesca (1828), y paralelamente una descripción astuta de las contradicciones y dilemas del pueblo francés bajo la Ocupación alemana. Con René Clair y Jean Renoir en el exilio, Marcel Carné es en los años cuarenta el cineasta más popular en Francia.

Luego de la Liberación, el cineasta realiza su última obra verdaderamente importante, Las puertas de la noche (1946), con Yves Montand y Nathalie Nattier, música de Kosma (Las hojas muertas) y una vez más, decorados de Trauner (la estupenda estación del Metro cerca de Pigalle).

Lo que sigue a partir de los años cincuenta es una filmografía dispareja, sin brillo, con trece cintas de las que apenas se rescata una correcta adaptación de Emilio Zola: Thérese Raquin (1953).

Hace dos años, el canal Arte de la televisión francesa difundió un inédito de Carné, su primera película, un excelente documental muy corto llamado Nogent-Eldorado du dimanche (1930).

Un buen homenaje sería que el canal 22 aprovechara sus convenios con dicho canal francés para presentar en México este primer trabajo de Marcel Carné.