Bucaramanga, Colombia. Capital del departamento colombiano de Santander, la ciudad de Bucaramanga tiene alrededor de 600 mil habitantes. Desde el punto de vista económico, su principal actividad es el comercio, y en el plano académico, su principal institución de educación superior, la Universidad Industrial de Santander, se dedica básicamente a preparar cuadros técnicos. Si a estos datos se añaden las peculiaridades geográficas y demográficas de Bucaramanga, no resulta difícil explicar el hecho de que, en términos generales, la oferta cultural a que tienen acceso sus habitantes es muy limitada y de horizontes más o menos estrechos. Es en este contexto que adquiere especial relevancia el acontecimiento cultural más importante de Bucaramanga, que a lo largo de los últimos trece años se ha convertido en un destacado polo de difusión artística. Se trata de un festival multifacético (lleva por nombre Bucaramanga Festiva y Culta) cuya razón de ser y actividad principal fue, como en años anteriores, un festival internacional de piano que tuvo como impulso motor y sede principal precisamente a la UIS, la Universidad Industrial de Santander.
Como preludio a este XIII Festival Internacional de Piano se llevó a cabo el Primer Concurso Nacional de Piano Jóvenes Talentos, que tuvo entre sus mayores virtudes el generar un singular interés en la comunidad universitaria y, mejor aún, el generar una sabrosa y aparentemente interminable polémica que se prolongó mucho más allá de los límites calendáricos del concurso. Resultó ciertamente interesante escuchar a los miembros de la comunidad de la UIS discutir acaloradamente los méritos relativos de los concursantes, sus repertorios, sus piezas de concurso, las decisiones de los jurados, etcétera, durante muchos días después de terminado el concurso. Una vez dejada atrás esta parte competitiva del evento, el Auditorio Luis A. Calvo de la UIS se convirtió en la sede de los seis recitales formales que conformaron la parte medular del festival. De manera análoga a lo ocurrido durante el concurso, el público universitario, secundado por otros sectores de la población de Bucaramanga, se dio cita en cantidades generosas para asistir a estos seis recitales en los que actuaron sendos pianistas de Hungría, Francia, Venezuela, Colombia y Cuba, con un interludio de media semana a cargo de un ensamble de alientos, el Octeto Académico de Caracas.
Para dar inicio al festival, el pianista húngaro Jeno Jando estrenó una sólida y compleja obra del compositor colombiano Blas Emilio Atehortúa, encargada especialmente para la ocasión. Después, dio una cátedra de buen pianismo clásico a través de sendas piezas de Haydn, Mozart y Beethoven, para terminar su excelente recital con una gran versión de la Segunda sonata de Liszt Al día siguiente, el joven y apasionado pianista francés Olivier Cazal demostró una singular madurez en sus ejecuciones de sonatas de Chopin y Rajmaninov, una selección de piezas de Romeo y Julieta de Prokofiev, y una muy inteligente aproximación a los Preludios americanos de Alberto Ginastera. Por su parte, el Octeto Académico de Caracas ofreció un programa en el que la calidad interpretativa fue de menos a más. A las músicas de Krommer, Mozart y Francisco Molo se añadió un Quinteto de Beethoven, en el que los músicos venezolanos contaron con la participación de su paisano, el pianista Arnaldo Pizzolante. La noche siguiente tocó el turno al recital del propio Pizzolante, quien mostró algunas dudas en su ejecución de un Scherzo de Chopin, aunque previamente hizo buenas versiones a un fragmento de los Espejos de Ravel y algunos Preludios de Debussy. El pianista venezolano complementó su recital con la famosa paráfrasis de Liszt sobre temas de Rigoletto, y una atractiva pieza de su paisano Carlos Duarte. El joven y entusiasta pianista colombiano Sergio Posada hizo su mejor contribución en la parte latina de su programa, con muy buenas versiones de piezas colombianas de Luis A. Calvo y Adolfo Mejía. Asimismo, sacó a relucir lo mejor de las Danzas argentinas de Ginastera, y realizó una interpretación muy balanceada de la Fantasía Wanderer de Schubert, complementando su programa con una buena aproximación al espíritu de Granados. Finalmente, el intenso y concentrado pianista cubano Ignacio Pacheco interpretó un programa sumamente difícil, que incluyó obras de Brahms y Chopin, el Vals Mefisto No. 3 de Liszt y una ejecución diabólica y poderosa de la Séptima sonata de Prokofiev. En las otras caras de su moneda musical, Pacheco ofreció muy buenas versiones de obras de Moleiro, Morales Pino, Rangel y Lecuona. Como postre al menú clásico de esta semana pianística, el festival ofreció una sesión de jazz a cargo de Oscar Acevedo y su conjunto, sesión que resultó apenas correcta, sin ningún atractivo especial.
En resumen, un festival de piano amplio, variado y atractivo, que convocó a públicos numerosos y entusiastas al Auditorio Luis A. Calvo de la Universidad Industrial de Santander y que dejó planteado un reto evidente para la ciudad de Bucaramanga: proponer a sus habitantes una oferta cultural y musical más continua a lo largo del año, que funcione como un necesario complemento a la concentrada actividad del festival.