EL TONTO DEL PUEBLO Jaime Avilés
Una noche de pesca

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En la madrugada del sábado 19 de octubre, a las puertas del hotel Casa Vieja de San Cristóbal, desapareció un coche rentado por la agencia Budget a este periódico. En las calles que desembocan a la Plaza de Armas y en las bancas del parque central había pequeños grupos de orejas, guaruras, madrinas, soplones, sacaborrachos desempleados y tiras del común, porque desde el martes 15, en el ex Convento del Carmen, una delegación del EZLN permanecía reunida con la Cocopa y con la Conai revisando el diálogo de San Andrés. Aquella noche, para explicarlo pronto, en San Cristóbal estaba la misma runfla crapulosa que en todos los episodios del diálogo ha dado al pueblo de San Andrés el aspecto de una Ciudad Gótica sin Batman.

Así que alguien se llevó ese auto y, veinte horas después, en la Calle Real de Guadalupe, una pareja de turistas, mexicana ella, europeo él, estuvo a punto de ser asaltada a sólo dos cuadras de la Plaza de Armas. Dos días más tarde, en el bosque del barrio de San Nicolás, fue hallado el cuerpo de Foruya Miho, ciudadana japonesa de 24 años, herida de muerte con un tiro en el cráneo y presuntamente violada después de fallecer.

Según el Ministerio Público de San Cristóbal, en los últimos meses el robo de vehículos ha pasado de cuatro a siete denuncias semanales: una al día. Para las compañías aseguradoras que en ella operan, la capital de la guerra de Chiapas ``es muy atractiva para los ladrones porque la frontera queda bastante cerca''. El carro que le volaron a usted anoche, me dijo un ajustador, ``ahorita ya es taxi en Guatemala.''

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Si la geopolítica explica así la existencia de un mercado clandestino de coches robados, los atracos callejeros en San Cristóbal son la gran novedad. Y qué decir del asesinato de visitantes asiáticos en una ``ciudad colonial'' que, según la Secretaría de Turismo, desde 1994 ha mantenido ``el mayor índice de ocupación hotelera en destinos de ese tipo''. Sin embargo, a dos semanas del asesinato de Foruya Miho, ni la policía ni los corresponsales que allí radican han suministrado nuevos informes acerca del crimen. ¿Será que la súbita presencia del hampa en una ciudad custodiada por el Ejército, pero invadida de policías, puede ser un nuevo instrumento de los políticos de Tuxtla y los latifundistas de los Altos para incidir en el proceso de paz, para sabotearlo?

--¿Tú sabes por qué Bora Milutinovic no da una al frente de la selección nacional? --me dice el tonto del pueblo, ahuyentando no sólo estas ideas sino también al pez que metros abajo ronda mi anzuelo--. Es un problema de seguridad nacional. México no puede darse el lujo de tener un gran equipo que brille en el Mundial de Francia 98, porque el ``gobierno'' sabe que estallaría el Distrito Federal.

En 1994, antes del juego con Bulgaria, me recuerda, la regencia de la capital montó un operativo gigantesco en la glorieta del Angel. Había 500 agentes de élite en los techos de los edificios vecinos; por la Zona Rosa patrullaba un escuadrón de 50 motociclistas armados y dos mil granaderos formaban muros de contención con rejas y perros de asalto.

--Si México hubiera ganado esa tarde, habría valido queso cualquier dispositivo. ¿O si no por qué crees que no metieron a Hugo Sánchez? No, maestro --añade el tonto, prendiendo un cerillo en el oscuro mar sin luna--, el fracaso de Bora ha sido fríamente calculado. No olvides que se trata de un Caballero Aguila, que fue condecorado por Miguel de la Madrid...

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--Si Bora es un hombre del régimen, Televisión Azteca le pega como le pega no por el bien del futbol sino para atacar al ``gobierno'' --supongo, contagiado por la lógica del tonto--. Acuérdate que andan detrás de Ricardo Salinas Pliego.

--No --dice el tonto--, Salinas Pliego es el mayor lambiscón del sistema. Pero Televisión Azteca está en campaña contra Bora porque Bora es parte de Televisa, igual que la selección, los estadios, los balones y el futbol en sí mismo. Mira --me advierte desde el otro extremo de la barca--, si vas a escribir de esto, habla de la guerra de las televisoras y, si te sirve, di que yo dije: ¡Mueran Televisa y Televisión Azteca! ¡Vivan el Once, el 22 y el Cuarenta!

Y entonces, entre mis dedos, quemando el trozo de hule que los cubre, comienza a correr el sedal porque el pez grande acaba de comerse al chico, esto es, a la sardina clavada a mi anzuelo.

--¡Dale cuerda, dale cuerda! --exclama el tonto al oír cómo zumba el caucho en mi mano--. ¡Déjalo que se vaya, que se lo trague hasta el estómago, que se ensarte como Ramón Sosamontes con el patánico doctor Córdoba!

El mar se rasga cuando me pongo de pie alzando el brazo: la línea de nylon se va, se va, cortando el agua como un cuchillo de Polansky. El viento ha vuelto a barrer las nubes que tapaban la luna, así que ahora de nuevo todas las olas son de plata. ¿No se supone que debería estar yo escribiendo una columna política?, me digo animado por la imprevista situación. Pero el tonto del pueblo no ha traído nada para esta semana; bueno, sí, un dato filtrado que nadie sabe para qué sirve: los científicos que investigan el esqueleto del jardín de Raúl Salinas de Gortari coinciden en que se encuentran ante un hueso verdaderamente difícil de roer.

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Llego a Tecamacharco y en la famosa cantina El Imperio de los Sentidos (que los correctores se empeñan en publicar en cursivas, como si fuese el título de una película del cine japonés), alguien me entrega un plano con la firma del tonto del pueblo. Monto en la camioneta y parto en seguida. A hora y media de Tecamacharco tomo la desviación a Mixiotepec, de allí continúo a Tingatácuaro y más adelante a Machitostitlán ``de los borregos'', según el cartel que da la bienvenida sobre el arco del Rotary Club, cuya sede, la veré de inmediato, es una vieja bodega en ruinas.

Luego emprendo la subida a la sierra La Puerta y en la cima compro la foto que ilustra este espacio, y por caminos insospechados bajo hasta la propia orilla del mar. El tonto del pueblo me espera con su nueva novia, la chiquita chiquita, en un sitio llamado ``Embarcadero''. Y propone que vayamos de pesca. De modo que zarpamos al caer el sol y ahora es noche de luna de octubre y tengo un pez, enorme según creo, prendido a la otra punta de la cuerda que hace horas sostengo desde la proa del bote.

Este bicho nos ha convertido, le digo entre bostezos al tonto de pueblo, en una metáfora de la ``justicia'' mexicana en relación con Mario Aburto y Raúl Salinas de Gortari. Pero el tonto y la chiquita chiquita duermen cobijados por un jorongo en la popa y al verlos pienso que el periodismo de este país no parece vivir sus mejores días.

La semana próxima, Julio Scherer traspasará la dirección de Proceso y pondrá fin (si puede) a una larga carrera en el oficio y a un breve ciclo de 20 años al frente de una revista que nació como síntoma de la última renovación del sistema político mexicano. Ahora Scherer se va y con mucho humor, desde la portada de Proceso y sobre una foto de Raúl Salinas y Manuel Muñoz Rocha, coloca un rótulo que anuncia: ``Un final atroz'', pero al mismo tiempo que empaca, se divierte regalando a sus amigos, como a Néstor de Buen, libros que por ejemplo se llaman: Adiós al trabajo.

Scherer ha cumplido una de las experiencias vitales más fecundas y apasionantes en la historia del periodismo nativo y, genio de las relaciones públicas, se va en un momento en que la decadencia generalizada de la prensa no puede ser ajena a los estertores finales del sistema político, del cual, y de la manera más activa y más estrecha, forman parte, escritos o impresos, todos los medios.

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El diputado Ramón Sosamontes no debe temer a la demanda civil que le prometió Córdoba Montoya a él, a Jesús Zambrano y al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Si el ex vicepresidente de facto cumple su amenaza --y como ha dicho Cárdenas, ``un juez determina cuánto vale su autoridad moral''--, Sosamontes podrá exigir, en su defensa ante los tribunales, que la querella sea relacionada con la investigación sobre la muerte de Luis Donaldo Colosio, para ofrecer, como pruebas de descargo, todos aquellos fragmentos del voluminoso legajo en donde aparezca el nombre de Córdoba citado por los testigos del caso.

Aunque nadie le garantizará que la PGR lo escuche y satisfaga su petición, una costumbre ajena a la oficina de Lozano Gracia como lo sugiere una breve anécdota. A principios de este año, José Sarukhán, rector de la UNAM, demandó a una estudiante de 16 años por ``calumnias y difamación'', mientras diversos funcionarios de su gabinete hacían lo propio con otros alumnos y con un reportero, casualmente el autor de esta columna.

Con fundamento en los artículos respectivos del Código Penal, el autor de esta columna pidió al Ministerio Público que el caso fuera relacionado con la averiguación previa 809-DO/95, radicada en la Dirección Operativa de la PGR, la cual reúne copiosas denuncias respecto a la venta de exámenes en la llamada máxima casa de estudios. Al cabo de ocho meses de espera, la PGR contestó final y oficialmente que esa averiguación previa no existe, lo que no deja de ser una falsedad, toda vez que una copia de la misma obra en poder de cada uno de los once ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Si la PGR se obstina en ocultar ese expediente, Lozano Gracia podría ser acusado como presunto responsable del delito de encubrimiento en beneficio de quienes cometieron un fraude millonario en 1995, desde el interior de la UNAM, al vender las respuestas de los exámenes a cientos, acaso miles de aspirantes. Y prueba de que ese fraude existió es que el 16 de agosto del año en curso, ante las comisiones de Educación de las dos cámaras del Congreso, el secretario del ramo, Miguel Limón Rojas, declaró que en la UNAM se habían dado ``grandes progresos'' porque en 1996 ``ya no se vendieron exámenes''.

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``¿Qué pasa?'', brinca el tonto del pueblo sobresaltado en el fondo de la lancha. Nada le digo, aquí no pasa nada hasta que pasa. Pero no me oye porque la sirena de un carguero transatlántico hace que vibre incluso el plancton a flor de agua y que se estremezca, lo siento en la cuerda, el propio pez que sigue arrastrándonos. Debe ser tan patético nuestro aspecto que la tripulación del carguero nos obliga a subir a bordo. Y mientras vemos cómo se hunde nuestra barca jalada hacia el fondo por el monstruo que no pescamos sino que nos pescó, pregunto a dónde nos dirigimos ahora. ``A Europa'', me dice el timonel que fuma en el puente de mando. ``A París.