Desde hace algunas semanas, nuevamente la discusión sobre la política cambiaria a seguir en nuestro país ha ocupado los encabezados de los principales diarios nacionales. La firma del nuevo pacto económico estableció que el régimen cambiario que prevalecerá será de libre flotación.
La discusión sobre los regímenes cambiarios ha sido muy larga. En 1953 Milton Friedman publicó el artículo ``El caso de los tipos de cambio flexibles'' --que desde entonces es un clásico--, en el cual propone la conveniencia de la adopción de sistemas de libre flotación de los tipos de cambio. Expone una serie de argumentos en favor de este sistema, en contra de los que sugieren la conveniencia de fijar la paridad cambiaria. En específico, a menos de diez años de su nacimiento, ya propugnaba por terminar con el acuerdo del Fondo Monetario Internacional de mantener un sistema de tipos de cambio fijos, ya que ``... es inadecuado para las condiciones económicas y políticas actuales ... Un sistema de tipos de cambio flexibles o fluctuantes determinados libremente en un mercado abierto (...) es esencial para la realización de nuestro objetivo económico básico: el logro y mantenimiento de una comunidad mundial libre y próspera comprometida en un comercio multilateral no restringido''.
Uno de los argumentos centrales que sostiene esta posición es que en un contexto en el que existe perfecta movilidad de precios y mercancías, el tipo de cambio es un precio más, como cualquier otro. Por ello, es más fácil y el resultado social es más eficiente cuando el mercado libremente lo determina en la dirección que más le convenga, a que el gobierno, persiguiendo determinados objetivos de política, lo fije.
Por otro lado, el tipo de cambio flexible idealmente exige libre comercio y proporciona autonomía a los países respecto a lo que ocurra en el exterior. En ese sentido, elimina la necesidad de coordinación de políticas entre países. Cualquier variación del contexto internacional así como cualquier error de política económica se traducirán en un ajuste inmediato del tipo de cambio.
Sin embargo, la experiencia empírica (que es la que permite contrastar finalmente la validez de los argumentos teóricos) que reporta el periodo entre guerras y desde la caída del dólar a principios de los años 70, no parece confirmar la bondad de ese sistema. Si algo ha caracterizado a la economía mundial en las dos últimas décadas es la gran inestabilidad e incertidumbre. En ese sentido, la movilidad que puede tener este importante precio de un día a otro afecta decisiones cruciales en materia de inversión, producción, empleo y precios. Por tanto, el desconocimiento del valor que adquiere el tipo de cambio puede afectar los niveles de bienestar, así como también los flujos del comercio.