El hecho de congratularnos porque los esfuerzos de algunos sectores de los partidos políticos se concretan en medidas positivas para la vida democrática del país, no debe ser motivo para ignorar aquello que todavía falta, así como la lentitud, en relación a las necesidades de la Nación, con la que avanzan las reformas.
El consenso logrado por los partidos en el Congreso para llevar adelante los cambios constitucionales en materia electoral, en agosto de este año, y la reciente aprobación de director del IFE y de consejeros electorales, revela las grandes diferencias en los métodos de la política que nos separan, con mucho, de los utilizados hace unos pocos años, en los que imperaba el albazo y la marginación para algunas de las principales fuerzas políticas, en especial el PRD. Desde todos los puntos de vista, deben ser bienvenidos estos nuevos métodos, que rescatan un poco de lo que ha perdido la política como método para resolver nuestros problemas.
Sin embargo, los tiempos nos están acosando como país. Tres reformas electorales durante el salinismo, para no referirnos a las de los últimos 25 años, y una más en el presente sexenio y todavía no podemos hablar de una reforma electoral definitiva. Las expectativas abiertas desde 1994 por diferentes foros e instancias, tanto partidarias como ciudadanas, no se han satisfecho en varios puntos, que son vitales para la vida política del país.
Como botón de muestra podemos referirnos a la incorporación plena de la participación ciudadana en las grandes decisiones nacionales, que sigue siendo una aspiración que, por lo pronto, no es claro cuándo se concretará.
En el mismo sentido, el método seguido para operar, negociar y concretar los cambios legales que, a pesar de sus resultados positivos, marginaron en los hechos la opinión y probablemente la participación de la sociedad mexicana. Más aún, marginaron también a las bases de los partidos y hasta las dirigencias medias de estas mismas organizaciones. Hay que decirlo: fueron acordadas por un pequeño grupo de dirigentes. Ahora el principal reto es ampliar la esfera de la toma de decisiones y bajar a la sociedad las discusiones.
La reforma electoral es un buen primer paso, pero hay que seguir adelante, sin olvidarnos de que estamos inmersos en un proceso de transición. De no hacerlo así, corremos el riesgo de que, a pesar de obtener resultados electorales transparentes, los ciudadanos de carne y hueso no encuentren las respuestas de certidumbre que esperan.
Avanzar en la reforma democrática del Estado nos dará la solidez institucional que como país necesitamos para enfrentar y resolver las dificultades que vivimos cotidianamente. Hay que recordar, en este momento de avances en algunos terrenos como el electoral y la paz en Chiapas, que la política y los políticos no debemos encerrarnos en una esfera, en una especie de realidad virtual que pretendiera ignorar la realidad a secas; esa que golpea los bolsillos de los ciudadanos con incrementos espectaculares, mismos que algunos funcionarios califican de ``normales'', en una lógica que parece atender sólo a las necesidades del mercado y no a las de sus compatriotas.
Esa misma realidad a secas que nos dice que en estos días, el ataque inclemente de los especuladores contra el peso amenaza con echar por la borda el esfuerzo de una sociedad que ya lleva más de una década de agobio.
Bienvenidos los cambios, busquemos que los próximos se construyan desde abajo.