Esa maravillosa tradición de conmemorar los Días de Muertos, increíblemente ha tomado auge en los últimos años. Prácticamente en desuso en las ciudades, era costumbre en los pueblos y visto un poco como ``curiosidad'' por los citadinos. Ahora no hay casa de cultura, museo y decenas de lugares públicos que no ponga una ofrenda, se organizan concursos, hay exposiciones, teatro, lecturas y un sinfín de actividades relacionados con el tema.
Una nvestigación reciente concluyó que efectivamente continúa vivo el interés y analiza cómo se reflejan las influencias ``modernizadoras''. Marcadamente en las ciudades, se ven una serie de elementos cargados de influencias externas, pero que son integrados a la ofrenda tradicional, así no es raro ver junto a las calaveras de azúcar y el plato de mole, una calabaza de plástico anaranjado, del halloween estadunidense.
En este proceso se dan también nuevas lecturas, como la que hizo la Fundación Cultural Bancomer, en el impresionante vestíbulo de su magno edificio de Avenida Universidad: una formidable instalación inspirada en las ofrendas, que organizó con el Museo del Vidrio de Monterrey. Resulta sorprendente y gratísimo ver la creatividad de los mexicanos. En este caso todo es de vidrio, cuatro generosos espacios en el piso, marcados por un delgado cancel, relleno de fina arena blanca, tienen cada uno una obra bella e imaginativa.
El principal, muestra una impresionante cruz, elaborada de vidrios de diferentes texturas, varios de ellos con las fotos de los primeros trabajadores, que el siglo pasado comenzaron a elaborar el translúcido material en el estado norteño. Las velas, como era de esperarse, son de lo mismo y sus flamitas son de luz eléctrica. Verdaderamente irresistibles son las calaveras de cristal, pintadas con la ingenuidad de las de azúcar, al igual que las flores de cempasúchil y las calacas bailadoras. A las personas que así lo deseen, se les obsequia una pequeña placa de cristal para que escriban un mensaje a sus seres queridos que se han ido y lo coloquen en la arena; resulta interesante advertir la cantidad de vidrios con palabras conmovedoras.
Esta formidable instalación que organiza la activa y talentosa Ercila Gómez Maqueo, directora de la Fundación, está abierta al público, al igual que la extraordinaria exposición de obras de arte, que año con año la institución bancaria promueve para estimular a los pintores actuales, a los que compra obra para su colección y facilita la venta entre empleados y público, con la idea de promover a los artistas y fomentar el coleccionismo. Entre los participantes están los de gran fama como Luis Nishizawa, Gustavo Aceves, Rafael Coronel, Rafael Cauduro y Rodolfo Morales, este último, por cierto, es un generoso mecenas que en su pueblo oaxaqueño está devolviendo la dignidad y belleza a los antiguos edificios como el palacio municipal, la iglesia y el convento, que hasta hace poco funcionaba como cárcel. Su hermosa casona, abierta a los visitantes, es de las más antiguas del lugar y su decoración y ambiente lo lleva a uno al siglo pasado.
Continuando con la exposición, entre los talentos jóvenes destacan Marisa Lara, Arturo Guerrero y Estrella Carmona, esa talentosa pintora, heredera de José Clemente Orozco en la fuerza de su pincelada; actualmente está pintando los muros de la Fundidora Monterrey, en el estado de Nuevo León, labor para la que no podía haber nadie mejor, pues buena parte de su obra ha sido sobre la industria y la técnica actuales, elaborando cuadros fascinantes sobre ese tema nada fácil.
Volviendo a los muertos, entre las mil actividades relacionadas, suena interesante el desfile-mascarada que se realiza en las calles aledañas al Templo Mayor. El martes, ``La muerte viaja en poesía'', que es música con textos en náhuatl, interpretados por la soprano Edith Contreras y el pianista Antonio Santoyo.
El recién renovado Teatro Metropolitan, presenta una impresionante ofrenda en recuerdo de Lupe Marín, célebre mujer que una época fue esposa de Diego Rivera y madre de sus dos talentosas hijas, Guadalupe y Ruth. En ella no faltan magníficos retratos de la conmemorada y la botella de tequila que como buena jalisciense disfrutaba, al igual que sus cigarros Casino.
Y para comer, admirando un altar de muertos con mucho sentido del humor y degustar la comida de la temporada, el mejor lugar es la Hostería de Santo Domingo, a unos pasos de la majestuosa plaza del mismo nombre, en donde no falta el mole, la calabaza en tacha y la capirotada.