La historia de México de los últimos 20 años no se comprendería sin Proceso.
Desde su primer número, el semanario fundado y dirigido por Julio Scherer García se erigió en emblema de la prensa independiente; informó e impulsó la reflexión sobre temas diversos de la vida pública, que en buena medida eran ignorados o tergiversados por otros medios. Por ello, no es exagerado afirmar que hay pasajes del devenir nacional que sólo pueden documentarse en las páginas de la revista surgida --según el editorial del primer número-- ``al calor de la lucha por la libertad de expresión, lucha perenne entre la prensa que busca ser responsable y el poder que no se ciñe a la legitimidad''.
El 6 de noviembre de 1976, en la portada del primer número de Proceso se leía: ``El sexenio: las palabras y los hechos'' (en referencia a la gestión presidencial de Luis Echeverría Alvarez); Cossío Villegas: memorias de un disidente''; ``Libre expresión: de Excélsior a Proceso''.
El contenido en interiores ya perfilaba lo que serían las constantes en esa labor de atestiguar el transcurrir social, el ``proceso inacabable de los hechos con que el hombre edifica su historia''. Ahí estaban ya los principios de un debate prolongado y obsesivo --necesario-- sobre temas como: el presidencialismo mexicano (``1970-1976, consolidación del poder personal''); el deterioro educativo (``Universidad, ¿para qué?''); las dictaduras y los movimientos insurgentes en Latinoamérica (``Militarismo suriano: por añadidura, ineficaz'', texto de Carlos Quijano); la problemática deportiva (``El futbol mexicano: mercantilismo, mediocridad, patrioterismo, envidias, derrotismo, frustración''). Asuntos cuya discusión es de extraordinaria vigencia, como lo es el cartón de Magú en la última página de aquel primer número del semanario: desde un barco de papel hecho con un billete, dos empresarios ven hundirse un barco más pequeño, hecho con un billete de diez pesos, del que únicamente alcanza a verse la calva de Miguel Hidalgo y Costilla. Uno de los empresarios dice: ``El que sigue''.
Aquella primera entrega del semanario acoge una entrevista con Silvia Pinal, un texto de Esther Seligson (``Electra, un espíritu subversivo''); un recuento de Emilio García Riera, ``Seis años de cine mexicano''; una crónica de Carlos Monsiváis sobre el California Dancing Club, y José Emilio Pacheco --puntual entonces como ahora-- documentaba en su ``Inventario'' la vida y obra de Saúl Bellow, Premio Nobel de Literatura 1976. Así, tal como hizo en Excélsior, Julio Scherer abría también en Proceso espacio para la información y discusión seria y sistemática acerca de las más variadas expresiones de la cultura y el arte. Escritores, pintores, cineastas, dramaturgos, arquitectos, científicos, críticos literarios, arqueólogos, historiadores, sociólogos, actores, bailarines, artistas populares, tuvieron un foro para hablar de sus obras e ideas.
De este modo --rezaba el editorial-- ``en medio de señales ominosas, entre las cuales la información y la crítica pública pudieran parecer exóticas o peligrosas, Proceso asume el compromiso de brindarlas. Nos empeñamos en hacerlo porque estamos persuadidos de que es importante contribuir a que la nación se conozca a sí misma para que, a partir de su propia consciencia, pueda delinear su porvenir justo y libre''.
A lo largo de estas dos décadas al frente de Proceso, Scherer ha ratificado una y otra vez su convicción de que las ideas y reflexiones de los intelectuales son motivo de atención periodística, en tanto que aportan elementos para una mejor comprensión de la realidad. Ejemplo cumbre de esto es la entrevista que sostuvo con Octavio Paz, publicada el 5 y el 12 de diciembre de 1977, en la que el autor de El ogro filantrópico reclamaba: ``Que el intelectual guarde las distancias con el príncipe'', y advertía: ``Debemos prepararnos para lo peor'', aparte de hacer una implacable crítica de la izquierda mexicana. Las opiniones de Paz dieron lugar a una intensa polémica con Carlos Monsiváis, quien manifestó sus ``desacuerdos fundamentales con la línea interpretativa de la realidad mexicana'' seguida por el poeta.
Recorrer las miles de páginas que dan fe de la ruta periodística seguida por Proceso es, en sí, una experiencia aleccionadora. Allí están, minuciosamente registrados, los ritos y las flagrantes contradicciones del sistema político mexicano. Por ejemplo, Javier Coello Trejo, fiscal especial del gobierno a los 33 años, declaraba en 1981: ``El país se ahoga en la corrupción'', y en el cuerpo de la entrevista concedida a Carlos Marín decía de los funcionarios corruptos: ``No tienen medida, de veras, no tienen medida... En otra forma lo digo: no tienen madre''. Años después, en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, Coello Trejo sería destituido como titular de la Procuraduría General de la República, señalado como encubridor de miembros de su escolta a quienes se acusaba de haber cometido una serie de violaciones. También resultaría sospechoso de tener nexos con el narcotráfico.
No ha faltado, por supuesto, un visión crítica y generosa a la vez de la izquierda mexicana, sobre la tormentosa relación entre los miembros y grupos que la conforman o la han conformado (En 1981 Valentín Campa exige la exclusión post-mortem de Diego Rivera del Partido Comunista de México, ``por delator y fascista''). Dogmatismos, claudicaciones, incoherencias, heroicidad, aportaciones... La izquierda mexicana.
Y qué decir de asuntos como la sexualidad, la intolerancia religiosa, la decadencia del PRI, la crítica a la televisión, los grandes movimientos sociales, las cíclicas crisis de la economía mexicana, las dramáticas transformaciones geopolíticas, la confrontación entre pasado y presente y su proyección hacia el futuro. Esto y más, mucho más, ha quedado como testimonio de momentos cruciales para este país.
Al principio ensimismada en la vida nacional, con el tiempo la revista se abrió al mundo y logró repercusiones en el ámbito internacional. Mercen recordarse al respecto los reportajes que García Márquez hizo sobre la incursión de Cuba en Angola; o las crónicas de Anne Marie Merger sobre el conflicto (la Intifada) por los territorios palestinos ocupados por Israel; o las revelaciones de Carlos Puig que probaban la intervención del gobierno de Estados Unidos en asuntos internos de México. Etcétera.
Así, apoyados por la ``solidaria generosidad de un basto número de mexicanos decididos a que el silencio no cubra por completo a esta nación'', --se anotó en el editorial de su primer número--, Proceso comenzó una aventura que hoy llega a su vigésimo aniversario. El número de esta semana es el último en cuya portada aparece el nombre de Julio Scherer García como director. Será relevado por una dirección colectiva. Concluye, de esta forma, una etapa fundamental en la historia del periodismo mexicano de este agónico siglo.