Carlos Monsiváis
Julio Scherer: diálogo con la nación

Julio Scherer, casi literalmente, ha dialogado con el país entero, con los políticos desde luego (la vivencia de los poderosos, para su generación periodística, fue el gran principio formativo), con los intelectuales, eminencias, los periodistas, los clérigos, los empresarios, y en general toda persona sospechosa de albergar noticias o bosquejos de noticias. Ha desayunado, comido, cenado y tomado café con una legión de ``informantes de Sahagún''; ha sido persuasivo y ha críticado con dureza a lo que sí se opone el derecho a la información. Toda la seducción verbal de Scherer tiene como fin el mantenimiento de la doble red amistosa y noticiosa. Su trato no se condiciona en modo alguno por la búsqueda de exclusivas, pero sin la búsqueda de exclusivas su trato no sería perfecto. Interlocutor de las generaciones en la cúspide del régimen de Adolfo Ruiz Cortines al día de hoy, Scherer ha visto modificarse su sitio: de reportero brillante a columnista de gran influencia a director del diario que inicia el cambio de las relaciones con el poder a director de la revista imprescindible a sinónimo de periodismo crítico a institución. Y a lo largo de ese tránsito, Scherer ha discutido, ha escuchado, ha estimulado vocaciones, ha refrendado sus múltiples vínculos amistosos, ha prodigado puntos de vista y ha resistido desde la tarea incesante la diatriba, los ataques ruines, la calumnia y, quizás lo más difícil de todo, el elogio a raudales.

Si uno conversa con Scherer, necesita responsabilizarse de lo que dice. Pertenece a una especie en peligro de extinción, los interlocutores que si se proponen serlo, que no se especializan en canjear banalidades con tal de pasar el rato (``¿Cómo está tu familia?/ Está mal eso de la contaminación/ ¿No crees tú que a veces el clero sí quiere poder político?''), ni envían sus palabras al río de la amnesia terminal. Scherer siempre condiciona la entrega de su tiempo, atiende a lo que se dice, le impacientan al extremo los momentos muertos, rechaza la placidez de los lugares comunes, ofrece argumentos, extrae de su conocimiento perfecto de las situaciones mexicanas o de su acontecer familiar las anécdotas que le dan realce al diálogo. (Para Scherer, la anécdota es algo cercano al espejo del alma. Ejemplifica para que su interlocutor reaccione a partir de hechos reales.) No concede reposo, si elogia es para darle incentivos a quienes lo escuchan, quiere informar porque le interesa democratizar el conocimiento, escudriña las frases para ver si detrás de lo obvio aparece lo significativo, y es intenso y exhaustivo sin jamás disminuir la cordialidad. Demasiado al mismo tiempo, una forma como otras de iniciar una leyenda.

Desde joven, Julio Scherer se enseñó a oir y se enseñó a leer, y se habituó a no conversar nomás porque sí, y a no leer descuidadamente, y a no escribir sin asegurarse de poner en lo escrito toda la verdad a su alcance (literaria e informativa), y a manejarse ante los temas que trabajaba --con la redundancia ya tan infrecuente-- como si en ello le fuera la vida. Reportero desde muy joven, se desenvolvió y maduró en el Excélsior de los años cincuenta, en el momento de un periodismo palaciego cuya ambición épica era la adulonería (``El Presidente calló, y su silencio siguió ilustrando a la nación''). Scherer se formó a contracorriente, en el conocimiento de las fuentes dignas de crédito y de las noticias que se filtraban pese a la censura, la autocensura, las voluntades alquiladas, la ausencia de un periodismo que se dirigiese al lector y no al poder. La prensa de los cincuenta y la primera mitad de los sesenta era el espacio de canje donde los periodistas se acercaban a esa intimidad del poder colmada de recompensas por lo que no escribían, y de anécdotas que sólo ocasionalmente rebasaban el ámbito de la simplonería. (``Al presidente López Mateos le gustan mucho los escamoles''). En el restaurante Ambassadeurs, en medio de la hilera de whiskies, entre las intemperancias de Rodrigo de Llano, Gilberto Figueroa y el inaudito Carlos Denegri, los reporteros aprendían a postergar su independencia de criterio. Scherer, y con él un grupo, dio como se podía la batalla por una información distinta.

En 1968, al llegar el grupo de Scherer a la dirección del diario, entre batallas en la cooperativa y voces de alerta, se inicia el cambio del periodismo que fructificará en las décadas siguientes. Mucho de lo que se publica entonces, ahora parecería tímido, y sin embargo, y claramente, modifica con ímpetu no tanto la perspectiva del poder como la del lector. Luego de la matanza de Tlatelolco, el cartón de Abel Quezada, un espacio negro en el título ``¿Por qué?'', posee la fuerza de un alud de manifiestos. Negar con una sola pregunta la versión oficial es creer en la ciudadanía. Por lo demas, el Excélsior de Scherer ratifica lo evidente si las excepciones se amplían, el control oficial se quiera o no viene a menos. Conque algunos informen, se derrumba el escasísimo crédito de los que desinforman.

De 1968 a 1976, Scherer y su grupo se prodigan, le van perdiendo el miedo al poder, negocian, amplían espacios de libertad. También, Scherer invita a Octavio Paz a fundar Plural, de tanta resonancia. Es el periodista indispensable, amigo de políticos, intelectuales y artistas, solicitado, dueño de un derecho de picaporte múltiple. El, vehemente, divertido, solemne, discutidor, habla con todos y sólo promete lo evidente: ``Te daremos un trato justo, hermano, ya verás''. Y luego, cuando los poderosos, ultrajados en su ejercicio de la impunidad, advierten lo también notorio: para Julio la amistad no es complicidad, abundan las recriminaciones y los ataques, y el 8 de julio de 1976, por órdenes de Arriba, se consuma el golpe a Excélsior. Ese día Scherer alcanzó una cima de congruencia y dignidad. Insultado y atacado por la rabia y la falta de escrúpulos, Julio encarna al periodismo crítico. Y su salida de Excélsior, acompañado de un grupo muy vasto, y de los intelectuales de Plural, es acontecimiento que da origen a periódicos, libros muy leídos (Los periodistas, Los presidentes), la revista Proceso y, también, Unomásuno y Vuelta. Se admita o no, la decisión de Scherer y de quienes lo siguen modifica en definitiva la relación entre periodistas y gobernantes.

A partir de 1976, lo ya defendido en Excélsior se extrema: para Scherer el periodismo es, únicamente, responsabilidad hacia los lectores. Y muy a fondo. De seguro el periodista más prestigiado de México, él ha recibido dos premios internacionales, y en México sólo uno, el Manuel Buendía, y el asunto no le incomoda en lo absoluto. Si algo también, el golpe de 1976 y la construcción y el mantenimiento de Proceso lo han esencializado. Uno de los Hombres Indispensables de una etapa de ``Unidad Nacional'', coordina un modo de leer la realidad nacional que rechaza improvisaciones y autoengaños. Semana a semana, Proceso es la empresa cuyo punto de partida es el rigor de Scherer, y sin embargo no es la revista de un solo hombre.

Como para toda la prensa crítica, el sexenio de Carlos Salinas es un reto para Proceso, que no cae en la trampa de la ``modernización'' ni de los ``modernizadores'' y su séquito de milagros que viajan y rehacen en unos años los problemas ancestrales. Proceso, de la magnífica síntesis semanal de Rogelio Naranjo a los grandes reportajes de investigación, le pone cerco a las mentiras sistemáticas que convencen a tanto enemigo profesional de la izquierda, y a tanto convencido de que la denuncia es sólo ``amarillismo''. (Resultó que las críticas más extremas fueron sólo aproximación modesta al salinismo.) Y le toca a Proceso emitir una de las frases del sexenio: Raúl, el ``hermano incómodo'', de quien resultó el amigo y el jefe más incómodo de los innúmeros cortesanos y políticos que hoy lo niegan.

Admiro profundamente a Julio Scherewr, y por eso desconfío de estas líneas. Casi lo veo rechazando algunos calificativos, y analizando el criterio valorativo. ``¿Qué importancia tienen mis métodos de conversación? ¿En qué medida son atribución de quien me oye? ¿Cómo demostrar que la decisión de una persona o de un puñado modificó situaciones tan arraigadas? ¿Cómo reducir a unas líneas la muy compleja relación de prensa y poder? ¿Por qué no concretarse a los hechos evitando hasta donde se pueda la subjetividad y respetando la autonomía del lector? Déjeme que se lo enuncie de este modo: si el trabajo que hacemos vale la pena, el lector lo refrendará a diario. Y dije hacemos, no dije hago. Si no, todas las exégesis salen sobrando. Dígame que lo convencí. Dígamelo. Dígame que me vi bien''.

Ante la andanada que intuyo, cedo un tanto, y agrego en esta nota que Scherer nació en 1926 en el Distrito Federal; estudió filosofía y derecho; ha entrevistado a presidentes, caudillos y presos políticos; ha viajado y escrito libros donde lo autobiográfico es siempre parte de la biografia nacional. Y de nuevo pienso que él desconfiará de la presentación del currículum ``Califique y examine entrevistas y libros, no los vuelva abstractos''. Y retrocederé en mi impulso laudatorio porque en el diálogo Julio hace imposibles por igual la alabanza y la diatriba. Nada más cree en los razonamientos y en las dudas sobre los razonamientos. A él, gran periodista, las vanidades personales sólo le importan en la medida en que son, inequívocamente, otro tema de discusión, y por eso ahora, cuando Scherer abandona la dirección de Proceso, me toca proponerle un debate sobre sus aportaciones irrefutables al periodismo mexicano de este siglo. Y ya no digo nada, Julio, ya no digo nada.


Scherer habría inventado el oficio: Rocha; su trabajo, más allá de Proceso: Alatorre

En una sola frase resume el periodista Ricardo Rocha, director de Radiópolis y conductor del programa de Televisa Detrás de la noticia:

--Si el oficio de reportero no existiera, Julio Scherer lo habría inventado.

También conductor de televisión, pero del noticiario Hechos, de Televisión Azteca, Javier Alatorre comenta:

--El trabajo de don Julio va más allá de la revista. Es un hombre honesto al que hay que reconocerle no sólo su trabajo al frente del semanario, sino todo su trabajo personal como periodista. Cuando uno ve su trabajo admira no sólo su honestidad, sino su calidad humana, además del gusto por el oficio y el respeto por nuestra profesión.


El golpe a Excélsior, con el consentimiento tácito del poder: Octavio Paz

En 1971 el director de Excélsior, Julio Scherer, nos propuso la publicación de una revista literaria, en el sentido amplio de la palabra literatura: invención verbal y reflexión sobre esa invención, creación de otros mundos y crítica de este mundo. Aceptamos con una condición: libertad. Scherer cumplió como los buenos y jamás nos pidió suprimir una línea o agregar una coma. Actitud ejemplar, sobre todo si se recuerda que más de una vez los puntos de vista de Plural no coincidieron con los de Excélsior. He sabido lo que ocurrió después: un conflicto en la cooperativa que edita Excélsior provocó la salida del grupo que dirigía el periódico. Nosotros, todos los que hacíamos la revista, sin vacilar un instante decidimos irnos también. Se ha discutido mucho sobre la responsabilidad del gobierno en el caso de Excélsior. No es fácil medir esa responsabilidad, pero me parece indudable que el golpe no se habría dado si sus autores no hubiesen contado por lo menos con el consentimiento tácito del poder.

Octavio Paz, en el editorial del primer número de Vuelta. Diciembre de 1976.