A socio el nombre de Martín Luis Guzmán a la emoción estética que la lectura de sus libros me produce. Admirado desde la primera página de suprimer libro, hace unos días volví sobre Muertes ineluctables, texto perfecto, si he de creer que exista la perfección en las tareas de creación. A la vista del vigésimo aniversario del dos de octubre de 1968, releí otro texto de Martín Luis Guzmán, no perfecto y mucho menos enaltecedor de su fama. Corresponde al discurso que pronunció el 7 de junio de 1969, Día de la Libertad de Prensa, once meses y cinco días después de la matanza de Tlatelolco. En nombre de los periodistas reunidos en torno del Presidente de la República, habló del licenciado Gustavo Díaz Ordaz como de un patriota ejemplar, afirmó que la prensa estuvo por abajo de la elevada estatura del jefe de la nación y describió a los líderes del movimiento multitudinario como a un grupo de fascinerosos.
Dijo Martín Luis Guzmán:
``...es un hecho, y así lo reconocemos, que pese a nuestra indudable buena fe, no todos nosotros, periodistas y periódicos, supimos usar a cada instante nuestra libertad de información, nuestra libertad de decir y opinar, practicándola juiciosa y previsoramente --ya callando lo uno y lo otro con buen motivo--, como convenía a la grave naturaleza de los hechos que nos asediaban. Sea como fuere, lisa y llanamente decimos que algunos de entre nosotros no supimos practicar entonces la libertad de prensa guiándonos por el positivo alcance de la verdad a la luz de los supremos intereses de la Patria.''
Al presidente Díaz Ordaz lo describió así: ágil, lúcido, esforzado, vigoroso, y le dijo:
``No dio usted ni un paso más de los estrictamente necesarios para que la paz en México y la vigencia de las instituciones democráticas que nos rigen resistieran la embestida que se les preparaba. Lo felicitamos a usted, señor, y si, efectivamente, en algo fallamos a esa hora, lo lamentamos sin la menor reserva y esto hace que nuestra felicitación resulte aún mayor.''
Calificó al movimiento estudiantil, y por tanto a sus líderes, con estos términos: avieso, turbio, mendaz, subversivo, enfocado hacia la guerrilla y el terror.
1988 será un año peculiar. La miseria y la desmoralización se extienden por la República, se auguran apasionadas campañas políticas y elecciones federales tensas; conmemorará el país cincuenta años de la expropiación petrolera y recordará Tlatelolco. Los hombres del gobierno exaltarán la memoria del general Lázaro Cárdenas, como lo merece, y harán su propio análisis de los años vividos desde la matanza.
Tlatelolco subrayó un hecho: a la postre, los supuestos culpables de la matanza fueron las víctimas y el vencedor fue aclamado por la televisión y la casi totalidad de las estaciones de radio, los diarios y las revistas. Fue Díaz Ordaz un héroe a su medida.
No terminó allí el 2 de octubre. A partir de entonces cobró fuerza la exigencia para que al Presidente de la República se le juzgue y castigue, incluso con la pérdida de la libertad, si así lo ameritan sus actos como gobernante. Repugna la impunidad desde el poder, pero uno a uno nuestros presidentes se han comportado como si fueran hombres superiores. La impunidad los ha protegido, pero la impunidad, antidemocrática en su esencia, los condena.
* Tomado de Nexos, enero de 1988.