LA CIENCIA EN LA CALLE Luis González de Alba
Dejad en paz a los indios/II

Los restos mayas

En los ojos de Ramona se reflejan muchos más años de agravios que sólo 500. Basta de indulgencia. Los pueblos indígenas chiapanecos eran ya, a la llegada de un puñado de españoles, los restos semisalvajes de la gran civilización maya, desaparecida mil años antes. Ya la selva había cubierto sus monumentos y ciudades, ya habían perdido el idioma clásico, destrozado por ellos mismos en formas dialectales incomprensibles entre sí, ya desconocían su propia historia, y si hasta muy recientemente los antropólogos (ninguno de ellos maya) comenzaron a comprender la escritura de ese pueblo es porque nadie quedó que pudiera leerla. Los relatos que llegaron hasta nosotros fueron rescatados de la tradición oral por monjes españoles que aprendieron los idiomas indígenas, les aplicaron el alfabeto latino durante años de trabajo y así lograron recuperar narraciones que, quizá, en su forma original hayan sido bellas, pero lo que nos llegó a nosotros, dictado por sus informantes indios a los tesoneros monjes, es la confusión restante tras un naufragio de mil años. Nadie, sino ellos mismos y sus guerras entre ciudades-estado, o la selva o la sequía o los daños ecológicos irreversibles o todo junto, destruyó a los mayas.

Europa, aislada

Al construir el país que ahora es México, las comunidades de difícil acceso quedaron aisladas, no tanto por decisión cruel, sino porque ya desde antes estaban aisladas: aisladas de los grandes centros de población indígenas, aisladas de Tenochtitlán, de Mitla, de Tsintsuntsan (no me corrijan la s), aisladas por la realidad misma de un país enorme y agreste. No los buscamos en cinco siglos. Tampoco ellos a nosotros (¿o no somos iguales?). No les ofrecimos servicios. Tampoco ellos se los dieron a sí mismos. Chinos, japoneses, hindúes o árabes no han necesitado que gente de origen europeo llegue a ofrecerles confort. Lo han inventado superando en ocasiones a los europeos ¿Por qué suponemos que nuestros indios están ``abandonados''? ¿por qué no nos sentimos abandonados nosotros? Viven en donde desean vivir y según los usos y costumbres que libremente se han dado y que nos exigen respetar. Es como decir que alguien vive ``muy lejos'': lejos de dónde, aislados de quién. Veamos un pueblo que comete el pecado opuesto: se rompió el cable submarino que comunicaba a Inglaterra con Europa en época de comunicaciones menos eficaces, y el Times de Londres cabeceó ``Europa, aislada''. Podrían nuestros indios tener una milésima de ese orgullo y recriminarse a sí mismos por habernos tenido aislados durante cinco siglos. Pero no lo tienen.

Nikitín

Las comunidades indígenas no inventaron para sí mismas los servicios, comodidades y diversiones modernas porque no las requerían, si hemos de creer a Marx. Recordemos, a riesgo de sonar a manual de Nikitín o de Martita Harnecker, que electricidad, comunicaciones, drenaje, agua potable entubada, medicina moderna, ciencia, educación, y todo eso de que carecen nuestros indígenas, son producto de la cultura creada por la clase llamada burguesía, necesidades de la industria y el comercio, aparecidas en los últimos 200 años, y que la humanidad vivió perfectamente sin eso durante los cien mil años de existencia del Homo sapiens.

¿En qué quedamos?

¿Qué quiere decir entonces Ramona cuando afirma que ellos no viven como humanos? Habíamos quedado, hace dos años, en que eran ``los hombres verdaderos''. Viven como humanos los beduinos que cruzan el Sahara a lomo de camello y duermen a la luz de las estrellas, viven como humanos los esquimales en sus agujeros de hielo. ¿O, eurocentristas al cubo, suponemos que sólo viven como humanos quienes viven como nosotros, los habitantes de las grandes ciudades? Debe, por cierto, existir libertad para dejar los camellos e irse a París. Muchos lo hacen. Los rodea el Sahara aterrador y bello, pero aunque nos parezcan la imagen misma del peor aislamiento, ellos no lo están, ellos no se sienten aislados. La mayor parte sigue nómada como hace 5 mil años, con alimento escaso, sin servicios, sin otra medicina que la propia, con la muerte rondando en cada instante: ése es su mundo y no levantan contra nadie reproches de niño abandonado por sus mayores. Son ellos sus propios mayores. Viven la vida que ellos crearon, algunos la rechazan y se van, otros no. Pero son hombres y mujeres, no plañideras lloriqueantes.

Mamar y dar topes

Nuestros indígenas también crearon sus propias formas de vida, pero tienen la desgracia de encontrar demasiado cerca la comparación, y el choque, con la vida moderna (aunque sea una versión subdesarrollada de la vida moderna), por lo cual pronto desean bienes y servicios propios de otra cultura. Y tienen razón: se prendan de las telenovelas para desilusión de los indigenistas, y por eso llegaban hasta tres horas tarde a las negociaciones (no por su ``concepto místico del tiempo'', como diría algún antropólogo) y no tienen tele, pero ¿tenemos la culpa? , ¿o la tenemos de que beduinos y esquimales pasen hambre? Lo que no se puede es mamar y dar topes: pedir respeto a usos y costumbres productores de una forma de vida, que ahora rechazan, y exigir mejorías a esa vida sin cambiar los usos y costumbres.

Ejemplo reciente

``Asesinan a cuatro tojolabales por el cargo de brujería'', afirma una nota, el 23 de septiembre, respecto de hechos ocurridos en el ejido Lucha Campesina, en la zona zapatista de Chiapas. No, no los asesinaron, les aplicaron la justicia de la zona, donde se ejecuta a quienes practican la brujería y la forma de ejecución es el machete, exactamente como en Francia es la guillotina. Son usos y costumbres de esas comunidades indígenas. Piden que se legisle para que los respetemos. Quizá se haga así, aunque será por motivos cínicamente calculados, no por respeto. Pero no pueden conservar tales usos y costumbres esos indígenas y ser neurólogos o físicos o astrónomos o ingenieros de minas. Y puesto que, afirma la antropología relativista, toda cultura es igualmente válida, conserven pues la suya, con toda su bella magia y sus hermosas supersticiones, tan válidas como el pensamiento científico (se dice), pero si las conservan nunca sabrán hacer carreteras: se las tendremos que hacer nosotros (y los indigenistas nos acusarán de propiciar con ellas el abandono de las comunidades), nunca sabrán fabricar tractores o televisores o licuadoras: se los enviaremos nosotros, nunca sabrán operar un cáncer: traeremos aquí a Ramona y habrá que quitarle el pasamontañas para la cirugía. Así es, ni modo.