El sustrato de la llamada guerra de televisoras no es el interés público como pretende una de las partes sino, llanamente, el económico. Aun cuando muchos desearíamos que en esta lid hallara un lugar preponderante la calidad, lo cierto es que ésta no parece figurar entre las prioridades de ninguna de las dos protagonistas de esta contienda, cada una de las cuales se hace lenguas de sus respectivas audiencias como argumento supremo para atraer anunciantes.
Por supuesto que el número de personas a las cuales llega una señal televisiva tiene importancia, pero el anunciante inteligente piensa también en el tipo de audiencia al cual llegará su mensaje y en el nivel cualitativo del programa donde se anuncia y con el cual probablemente quedará asociado su producto. Dicho de otro modo, la calidad también importa para el logro de metas económicas.
Se ha dicho que la empresa de medición Ibope desmintió la publicidad de Azteca, pero en realidad se trató únicamente de precisiones. En la más relevante de éstas, Ibope no dijo que fueran falsas las cifras manejadas por Azteca, sino que las relativas a los ratings atribuidos a Televisa se referían a un solo canal. Azteca corrigió y precisó que se trataba del Canal 2, o sea el principal y de mayor cobertura de Televisa.
La agresiva y muy discutible publicidad de Azteca propició la emisión del programa nocturno del domingo 27 de octubre, en el cual Ricardo Rocha lanzó duros ataques contra Azteca, los cuales para unos fueron contundentes y para otros lamentables. (Rocha, por cierto, asumió rápidamente las tablas en 24 Horas y le imprimió algo de su personal estilo, aunque la mayor parte del contenido de este noticiario --con Rocha o con Jacobo Zabludovsky-- sigue sonando a viejo porque a las 10:30 de la noche ya se le adelantó, como se decía aquí la semana pasada, el noticiario Hechos del Canal 13 y porque por lo general las noticias son prácticamente las mismas. Televisa tendrá que cambiar de horario y devolverle los 30 minutos que le quitó desde hace algún tiempo a 24 Horas, o gradualmente su teleaudiencia se reducirá y los anunciantes probablemente también.
Entre los protagonistas de esta guerra hay asimetrías muy evidentes como el poderío económico y la producción de teleprogramas. Debe acreditársele a Televisa lo impresionante de sus exportaciones de telenovelas a 125 países y el gran volumen de empleo que genera. Ahora bien, como lo indicó el reportaje de Juan Antonio Zúñiga (La Jornada, 30 y 31 de octubre), el eje de esta teleguerra es un mercado de mil 250 millones de dólares, al cual Azteca le ha hincado el diente, según afirma ella misma, lo cual es creíble, entre otras importantes razones, por la enorme desproporción entre las tarifas de una y otra televisoras. He aquí unos ejemplos en horario estelar, tomados de Medios Audiovisuales correspondiente a septiembre de 1996:
Canal 2 (Televisa): costo por minuto de las 17 a las 24 horas, un millón 206 mil pesos dentro de programa y un millón 29 mil pesos en corte.
Canal 13 (Azteca): minuto entre las 19 y las 24 horas, 83 mil 50 pesos.
Resulta explicable, pues, el porqué Azteca está aumentando su tajada del pastel. Si la diferencia en pesos es superior a 14 veces y la diferencia en rating y calidad no es ni remotamente la misma, entonces la opción es obvia.
Y obviamente, esto no hace nada feliz a Televisa, que en el ejercicio 1995 resultó con números rojos (9.8 por ciento menos en ventas y 82 por ciento menos en utilidades, según Expansión del 14 de agosto pasado), y en 1996 las cosas van mal, pues de acuerdo con el mencionado reportaje basado en cifras de la Bolsa, en los nueve primeros meses de este año, las pérdidas netas ascendían a 726 millones de pesos.
Todo lo aquí expuesto, naturalmente, no quita que si se hallaran irregularidades en la privatización de Imevisión (hoy Azteca) o en los actos de su propietario deba aplicarse la ley, aun cuando la poca claridad en ese caso recuerde similar característica en la concesión original dada en los años 50 al consorcio que habría de ser Televisa, y otras decenas de concesiones otorgadas a ésta posteriormente.
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Es discutible el proceso jurídico en la designación de los nuevos integrantes del Instituto Federal Electoral, pero no la calidad de los designados.
Woldenberg, Zebadúa, Cárdenas, Cantú, Merino, Peschard, Lujambio, Molinar y Barragán tienen una trayectoria tal de seriedad y respetabilidad que permiten mirar las próximas elecciones federales con esperanza de transparencia y credibilidad.