La sociedad mexicana parece estar encaminada a cuatro cambios estructurales de orden histórico que no podrán contenerse, cuando mucho podrán matizarse a través de la acción concertada de la izquierda democrática, o retardarse si la provocación militarista prevalece y domina la escena nacional, imponiendo las trágicas condiciones de una guerra sucia que nadie quiere, pero que desgraciadamente es posible en momentos de crisis general y cambio radical de la sociedad.
En primer término, nos encontra- mos ante la transformación del capitalismo de Estado, o de economía mixta a la mexicana, a un capitalismo de libre mercado y competencia abierta, con predominio de la propiedad privada bajo la hegemonía del capital financie- ro transnacional, que ahora suele llamarse capitalismo neoliberal en tiempos de globalización o interdependencia comercial y financiera a nivel planetario. Se trata de la llegada del capitalismo salvaje sin concesiones, si la izquierda y el centro fracasan; o de un capitalismo con cierto sentido social si las condiciones de paz prevalecen y las posiciones de centro e izquierda logran atemperar los ánimos de extorsión del capital financiero.
En segundo lugar, nos encontramos en el paso de una sociedad corporativa a una de individuos, donde cada quien sobrevive como puede bajo condiciones de extrema desigualdad en cuanto a la repartición de la riqueza nacional, en un país donde ya existen: un hoyo negro de más de 40 millones de miserables, salarios de risa y tasas de parálisis productiva, de desempleo y de subempleo nunca antes vistas en esas proporciones absolutas y relativas. Ahí también, si la izquierda y el centro le ganan la carrera a la provocación militarista, podrían reconstruirse los mecanismos de una mejor distribución del ingreso.
En tercer lugar, parece que ya nos encontramos en la recta final del pa- so de un régimen de presidencialismo autoritario de Estado a un sistema democrático pleno que garantice la reconstrucción del Estado de derecho y el acotamiento de la impunidad y la corrupción -que alcanzaron sus proporciones más desorbitadas durante el salinismo-, para así restablecer las condiciones de recuperación de la seguridad interna, con pleno respeto de los derechos humanos y políticos. Pero también donde se establezcan el equilibrio de los Poderes de la Unión, pospuesto durante más de 120 años, y el federalismo pleno, para que la realidad alcance las previsiones constitucionales y los bienes de la nación se distribuyan más equitativamente entre los poderes federal, estatal y municipal. Asimismo, se busca la reconstrucción de la legitimidad del Estado con base en procesos electorales confiables, equitativos y creíbles.
En cuarto lugar, vivimos en estos momentos el paso de un país ensimismado (sustitución de importaciones; fronteras cerradas para mercancías, capitales, servicios y personas; política exterior de reiteración de principios legales y ninguna prospectiva estratégica; sin mayor narcotráfico y mucho menos terrorismo), a un país que pertenece a un bloque subcontinental comercial y financiero, el TLCAN, en condiciones de aplastante asimetría económica, sin mecanismos compensatorios al modo de la Unión Europea, flujos migratorios incontenibles, narcotráfico de grandes ligas y recurrente insensibilidad de los socios estadounidenses que, como todo el mundo sabe, desconocen con frecuencia a los amigos y sólo tienen intereses. Aunque, por esa misma razón, el país tiene un nuevo aliado en Canadá.
Esto es, nuestros cuatro cambios estructurales se dan en un contexto internacional específico, que los determina en su forma y contenido, en acción simultánea a las fuerzas inmanentes que los generan: 1) la desaparición de la URSS y la disolución de su esfera de influencia, lo cual rompió con el viejo esquema de utilización de las contradicciones entre las superpotencias para el resguardo de la soberanía e independencia; 2) la confirmación de la hegemonía militar y política de los Estados Unidos y la aparición de nuevos fenómenos de desequilibrio internacional (nacionalismos, fundamentalismos religiosos, narcotráfico y terrorismo), lo cual obliga a plantearse nuevos esquemas de seguridad nacional; 3) la aparición desigual y combinada de bloques subcontinentales de integración política, económica, cultural y social, y 4) la crisis global representada por los hoyos negros de miseria irresoluble en vastas regiones de la Tierra, que bien pueden interpretarse como síntomas seniles del capitalismo tardío. Es decir, nuestros cuatro cambios estructurales se inscriben dentro de las coordenadas de cuatro cambios mundiales, y esos son, al parecer, los ocho puntos cardinales que delimitan las posibilidades de acción de la izquierda democrática en México.