Ciertamente cada historia es única e irrepetible: tan parecidas todas. No más de dos o tres historias que se repiten y se repiten en el tiempo y la geografía, como en el cine, dos o tres temas, dos o tres mitos indispensables y un rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas y las tapó con pez, ¿quieres que te lo cuente otra vez?.
Dos o tres formas de morir, dos o tres causas.
El 20 de mayo de 1942, a una semana del hundimiento del Potrero del Llano otro torpedo alemán hizo blanco en un buque-tanque de bandera mexicana. El Faja de Oro, de nombre Geonano antes de ser incautado a Italia meses atrás en el puerto de Tampico bajo la jurisdicción del derecho de Angaria vigente en tiempos de guerra, navegaba igualmente por el Estrecho de la Florida, después de descargar su petróleo en diversos puertos del litoral atlántico de los Estados Unidos. En su viaje de regreso evadió la embestida de un submarino, vio otro buquetanque incendiándose a unas diez millas del cabo Lookout y unas horas más tarde, ya de día, rescató a 28 sobrevivientes del Marlchasse, de bandera estadunidense; dobló el cabo Hatteras a las 14 horas y los desembarcó en Baltimore, de donde partió en convoy hasta salir de la bahía de Chesapeake. Alcanzó a nevegar unos días y evadir otro submarino, esta vez al parecer italiano, antes de ser alcanzado por el fatídico torpedo, en posición 23 30' de latitud norte, el Trópico de Cáncer, y 84 28' de longitud oeste.
El 2§ maquinista Raymundo Casas sale de guardia y después de charlar un rato con el radiotelegrafista Chaboya saca su hamaca y la cuelga a popa para recostarse al fresco nocturno. Escribe después en su bitácora personal: ``A las 20:15 me levantó una fuerte conmoción del buque y caí parado, enseguida me puse los zapatos, corrí a mi camarote, de donde saqué la cartera, camisa, salvavidas, mi cachucha y el impermeable.'' Una segunda explosión vuela en pedazos el castillo de proa; el fuego envuelve ya la mitad del barco. En la confusión reinante el radiotelegrafista manda un incierto mensaje de auxilio y el jefe de máquinas alcanza a detenerlas antes de abandonar la embarcación.
De la tripulación de 37 se salvan 27. Ocho mueren al impacto de los obuses. El noveno es un caso sorprendentemente parecido al del yucateco Chacón, pero sin la suerte de conservar al menos el cuerpo inerte: el 2§ camarero Andrés Limón intenta arriar la balsa de popa a estribor, pero queda atorado en el cuadernal; el engrasador José Garrido propone que se le corte la mano a hachazos y el jefe de máquinas ordena lanzar el bote al agua junto con el hombre; ``a ninguno de ellos --persona y objeto-- se les vuelve a ver.''
Del décimo muerto sí se contó con el cadáver. Extensamente quemado, Victoriano Mendoza Rangel sobrevive unas horas en el bote salvavidas, pero ya a bordo del guardacostas estadunidense Némesis el esfuerzo de los doctores se vuelve infructuoso y el engrasador habilitado de bombero sucumbe en alta mar. El cuerpo viaja a Key West, de ahí a Miami, después a Laredo vía Nueva Orleans y el cruce de la frontera. La comitiva llega a Tampico el sábado 30, donde los espera una multitud estimada en 25,000 personas. Acuden a recibir el féretro los funcionarios de Pemex, el gobernador interino del estado, representantes sindicales, representantes de la Marina. Al día siguiente, domingo, fue enterrado en el puerto jaibo entre oraciones fúnebres y pancartas y acordes del Himno Nacional. Ya no llegó a la ciudad de México. El ataúd no fue tan grande como el del 5§ maquinista del Potrero del Llano: no cupo esta vez el país entero, ocupada ya la historia patria en los negocios de la guerra propiamente. El entusiasmo original siguió decayendo en sucesivos hundimientos hasta el número siete, el buque-tanque Juan Casiano, ex Tine Amussen, hundido con 21 bajas el 19 de octubre de 1944 frente a las costas de Georgia y del que ya nadie se acuerda.