Los miembros de la UNAM nos enfrentamos ya al próximo cambio de rector y, con él, de las principales autoridades administrativas de nuestra casa de estudios. Los medios de comunicación llevan ya semanas de estar publicando noticias y opiniones relacionadas con este acontecimiento. El tema surge cada vez con mayor frecuencia en reuniones con colegas universitarios, y en círculos no académicos (en donde se conoce mi filiación en la UNAM) me es imposible transitar sin escuchar la pregunta: ``¿quién va a ser el próximo rector?''. En vano protesto que hace años terminé mi función como miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM; se supone que de alguna manera conservo contactos que me permiten acceso a información no permitida a los simples mortales. Esto traduce una postura típicamente mexicana frente a la realidad: nos han dicho tantas mentiras durante tanto tiempo, que ahora ya todo lo que se expresa se considera por principio como mentira y estamos listos para apostar a que lo opuesto (o algo totalmente ajeno) sea la verdad. El interés por conocer quiénes aspiran a la Rectoría, cómo se integra la lista de los posibles candidatos, quién será el próximo rector, qué tipo de características debe poseer, si debe o no ser político, si puede ser ``de fuera'' o si debe ser de ``dentro'', si conviene más que sea humanista o es mejor que sea científico, etcétera, es típico de los momentos en los que se cumplen los ciclos legales del ejercicio del poder administrativo de la UNAM. En mi experiencia, también es típico en otros países subdesarrollados o (como se decía antes) del tercer mundo. En cambio, este tipo de efervescencia o de agitación política no existe en las universidades del primer mundo, y si llegara a ocurrir sería totalmente incomprensible para la mayoría de los universitarios. Mi experiencia personal se limita a unos cuantos casos, pero creo que son representativos de lo que ocurre en la mayoría de las instituciones de educación superior en los países desarrollados. Por ejemplo, alguna vez que fui profesor visitante en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, EU, el profesor que me había invitado me llevó a almorzar a la casa del presidente de esa universidad (entonces era Milton Eisenhower, hermano del presidente del país) y la visita fue memorable porque era un hombre de excelente humor y un gran aficionado a los vinos franceses, pero recuerdo que al regresar y conversar con otros miembros del departamento y con los estudiantes, algunos querían saber quién era el presidente de su universidad, mientras que a otros no les interesaba. Cuando pasé un año sabático como profesor en la Escuela de Medicina de la Universidad Harvard tuve la oportunidad de asistir a reuniones del consejo (allá se llaman Fellows) con el presidente de esa universidad, y después de tomar el té con crumpets en su compañía otra vez me encontré con que muy pocos estudiantes de posgrado y ninguno de pregrado (con los que tuve más contacto) sabían quién era el presidente de su universidad, y además no les importaba. En otra ocasión en que visité un colegio en Inglaterra (Oxford) y me invitaron a cenar con los profesores, me senté a la derecha del presidente de la universidad y conversamos sobre literatura inglesa, pero cuando más tarde mi anfitrión me invitó a sus habitaciones a tomar más de un vaso de oporto y a comentar mis experiencias en los colegios ingleses, me sorprendió cuando me dijo desconocer quién era el presidente de su universidad, y a continuación me preguntó: ``¿te aburriste mucho?''. Me interesa señalar que en las universidades de los países desarrollados la infraestructura académica y administrativa es tan fuerte y tan efectiva que la figura del rector no posee importancia alguna, ni política ni académica, es una figura más bien decorativa y que influye bien poco en la vida cotidiana y en la orientación futura de la universidad. En esas viejas instituciones, la estabilidad de sus trabajos y de su orientación descansa en sus senados, en sus colegios de profesores, en lo que originalmente se llamó universitas, en el claustro constituido por los miembros académicos de sus colegios. En cambio, en los países subdesarrollados la estructura universitaria que prevalece es la piramidal, porque la universidad es un microcosmos que refleja la organización del país, que es el macrocosmos. Como este último está encabezado por el Gran Jefe (tlatoani, virrey, general, dictador, presidente) quien dicta todas las leyes y hace todos los nombramientos, el rector universitario posee las mismas atribuciones, touted proportion gardé. Me gustaría vivir lo suficiente para algún día entrevistarme con un joven estudiante de la UNAM que me dijera: ``la verdad, no sé quién es el rector, pero espero que sea bueno...'', y se aleje silbando una canción de amor...