Iván Restrepo
Frontera XXI y opinión ciudadana
A lo largo de los poco más de 3 mil kilómetros de extensión que mide la frontera internacional de México con Estados Unidos, existen lo mismo preciados ecosistemas fluviales y marinos que pantanos, desiertos, varios tipos de bosques y pastizales. Esa enorme riqueza se expresa en por lo menos 85 especies de plantas y animales amenazados o en peligro de extinción. Igualmente habitan más de 450 especies raras o endémicas, mientras otras 700 (aves, mamíferos e insectos) migran temporalmente cada año a los hábitats de la frontera. No son pocas las especies que, extintas en México, es posible localizar en los estados sureños de nuestro vecino y socio comercial. Pero flora y fauna de la región fronteriza se ven afectadas por contaminación, destrucción de hábitats, desordenado crecimiento de las actividades económicas y los asentamientos humanos y la introducción de especies ajenas a la región.
Buena parte de tan importantes ecosistemas dependen para su supervivencia de los recursos hidráulicos fronterizos, en especial los que proporcionan dos grandes cuencas formadas por los ríos Bravo y Colorado, a las que se suman numerosas cuencas subterráneas y doce sistemas fluviales no menos importantes: desde el río Tijuana en el extremo oeste, hasta el San Juan en el este. Sin embargo, la contaminación es una de las características que distinguen tan fundamentales recursos hídricos, lo que representa un grave problema ambiental y de salud pública en la frontera. A la insuficiente y mala calidad del tratamiento de las aguas negras que se originan en los hogares, la industria y los servicios se suma la costumbre de arrojarlas a los ríos y arroyos lo que ocasiona serios problemas de contaminación y salud pública. Agréguese que no hay la suficiente infraestructura para captar, tratar y distribuir agua potable a las poblaciones, lo que constituye un riesgo potencial para la transmisión de diversas enfermedades gastrointestinales que afectan especialmente a los niños.
Y si garantizar la calidad y la cantidad del agua es un reto de grandes dimensiones en la frontera, no lo es menos disminuir en lo posible y manejar adecuadamente los residuos sólidos y peligrosos que cada vez más se suman al panorama ambiental del extremo norte del país como fruto del crecimiento desordenado de los asentamientos humanos y la rápida y caótica aparición de numerosas maquiladoras. Todos los diagnósticos reconocen que existe transporte ilegal transfronterizo de residuos peligrosos, la disposición inapropiada de éstos lo mismo en corrientes de agua que en suelo, mientras se carece de sitios con las condiciones para confinar con seguridad mínima los residuos. Los que hay dejan mucho que desear desde el punto de vista técnico y ambiental. Pero cabe advertir que lo ideal y más efectivo y económico es evitar la generación de tales residuos, algo muy lejos de lograr todavía.
La franja fronteriza que conforman Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, en el lado mexicano, y California, Arizona, Nuevo México y Texas, en el estadunidense, alberga hoy a más de diez millones de habitantes y varios pares de ciudades hermanas de enorme importancia: desde Tijuana-San Diego y Ciudad Juárez-El Paso, hasta Nuevo Laredo-Laredo y Mamatoros-Bronswill. El crecimiento de los últimos treinta años ha sido de tal magnitud que excedió la capacidad de infraestructura urbana. Hoy se reconocen carencias en los servicios más indispensables y la necesidad de resolverlas con base en esfuerzos que consideren a la región desde el punto de vista geográfico, político, cultural y económico. En esta tarea, la idea central es actuar en términos bilaterales, reconociendo territorios soberanos, asiento de culturas unidas por muchos años de historia, migración, intercambio comercial y actividades industriales.
Cada sexenio, los funcionarios en turno anuncian planes para resolver, de una vez por todas, los desajustes fronterizos. Por lo general, se trata de ejercicios burocráticos elaborados en la ciudad de México que bien pronto muestran sus limitaciones y falta de congruencia con la realidad imperante en esa región del país. Aunque en ocasiones se presumió que eran fruto de la consulta con la sociedad, ésta siempre ha sido convidada de piedra y no parte clave en asuntos que le competen directamente. Ahora las más altas autoridades ambientales de ambos lados de la frontera plantean las cosas de manera diferente.
En efecto, luego de una consulta pública y la coordinación con autoridades estatales y locales, elaboraron el Programa Frontera XXI. Desde junio pasado lo sometieron a discusión de los residentes de la frontera común. La idea es que exprese el sentir ciudadano, refuerce la gestión ambiental estatal y local (en vez de proseguir con el centralismo actual), y permita la cooperación entre diversas instancias de gobierno. Aunque la elaboración del Programa Frontera XXI es un esfuerzo inédito, surge la duda de si, en la realidad, la opinión ciudadana efectivamente contará a la hora de tomar las decisiones políticas. En otras partes del país la experiencia al respecto es muy negativa. Ojalá esta vez no sea así.