Todos sabíamos que monseñor Javier Lozano Barragán fue serio aspirante al primado de la arquidiócesis de México que sustituyó al cardenal Ernesto Corripio Ahumada. Eso fue historia; la balanza se inclinó a favor de Norberto Ribera pero en los corredores del centro del lago de Guadalupe, los obispos comentaban en voz baja que a Javier ``le costaría trabajo reponerse''. Era evidente la mira alta de un obispo con trayectoria internacional, cuya diócesis de Zacatecas le quedaba chica; es más, el bajo clero aseguraba que casi no le veían, ya que gran parte del tiempo se la pasaba en Roma.
Lozano tiene una característica poco común entre los obispos mexicanos: ser un hombre intelectual y político. A partir de enero de 1997 será presidente del Consejo Pastoral de los Operadores Sanitarios, vivirá en Roma y formará parte de la élite de poder vaticana. El nombramiento es muy oportuno para un obispo diezmado por el extraño y complejo sistema de concertaciones internas de la Iglesia católica, que le reservó, a sus 63 años, una trayectoria ultramontana todavía muy interesante.
Javier Lozano Barragán nació en Zamora, Michoacán, el 23 de enero de 1933. Hijo de un segundo matrimonio de su padre por viudez, de madre normalista y devota, y 16 hermanos, el joven y corpulento Javier además de egresado del seminario de Zamora se ordenó sacerdote en 1955, se doctoró en Teología Dogmática en la Universidad Gregoriana de Roma. Fungió como director del Instituto de Pastoral de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam); a partir de 1979 fue obispo auxiliar de la arquidiócesis de México bajo el mando del cardenal Corripio. Su trayectoria se ha caracterizado por su inclinación a la intelligentsia católica, particularmente latinoamericana; esta vocación le dio su mayor logro: la reapertura de la Universidad Pontificia de México el 29 de junio de 1982. Todo ello le hacía destacar entre los obispos mexicanos; sin embargo también le hacía ``chocante'', particularmente entre la vieja generación de prelados sin tanta preparación, más pragmáticos y sin roce.
A pesar de todo, no ha tenido ni consistencia ni continuidad en la línea de su pensamiento. Encontramos al joven Javier Lozano de fines de los años sesenta y principio de los setenta muy seducido por la Teología de la Liberación no sólo de moda sino gozando de la simpatía de un número considerable de obispos latinoamericanos y europeos. En 1978 escribe en Medellín, Colombia, un ensayo sobre la evangelización de los militares en América Latina. En este trabajo desarrolla argumentaciones sobre la necesaria evangelización de la esfera castrense que se había expandido por todo el continente; en el texto se trasluce una extraña fascinación sobre el poder. En ese periodo de residencia colombiana, afirma una profunda amistad con Alfonso López Trujillo, en ese momento presidente del Celam, y con su asesor de cabecera, el converso uruguayo Alberto Metol Ferré. Entre los tres había coincidencias no fruto de la casualidad: tenían un conocimiento profundo del marxismo y una conocida militancia, casi visceral, contra la Teología de la Liberación. En los ochenta, ya en México, el obispo auxiliar Lozano Barragán encarnó el péndulo disciplinario dados los aires papales que soplaban con fuerza desde Roma y que venían enfriando lenta y demoledoramente la primavera eclesial latinoamericana. En los noventa, ganó fama no sólo por sus constantes viajes a Roma sino por su postura frontal contra la actuación y postura del obispo Samuel Ruiz en Chiapas.
La pregunta de fondo no es porqué se va a la Santa Sede, sino por qué, siendo tan poderoso, no se quedó con la arquidiócesis primada. Sin duda era el candidato más temido de un buen sector del clero metropolitano que ya lo conocía bien y del propio gobierno que lo consideraba demasiado wojtyliano. El clero en público se inclinó por monseñor Sergio Obeso, obispo de Jalapa. La presión gubernamental quizá pesó en la balanza final, pero es un hecho que el perfil actual del obispo de Zacatecas es más propicio para los tiempos bipolares que de la era del muro de Berlín derrumbado. Finalmente, la suerte del próximo funcionario de la Santa Sede, responsable de la pastoral de la salud, dependerá de los movimientos que se generen en el Vaticano, la evolución de la salud del Papa y también de la fortaleza de su amigo, el cardenal Alfonso López Trujillo, serio aspirante latinoamericano a la silla de Pedro.
El viajero Javier Lozano Barragán por fin se quedará en Roma. En suma, este nombramiento dará a la Iglesia católica mexicana --segundo país con mayor número de católicos-- mayor peso en Roma y mayores posibilidades de influencia internacional por su posición estratégica en América del norte y liderazgo en Centroamérica en momentos en que el concepto de región se redefine en la eclesiosfera o tablero geopolítico vaticano.