José Blanco
Sociedad y conocimiento

De vez en vez aparece una incomprensión manifiesta hacia la investigación académica que la UNAM realiza en materia de ciencias sociales y humanidades. A menudo esa incomprensión proviene de la pérdida de valores éticos básicos en la educación familiar y escolar, o del extravío respecto del valor humano de los bienes culturales y respecto de la imperiosa necesidad de la sociedad de generar conocimiento sobre sí misma; alguna vez, del enfoque y tono críticos que necesariamente acompaña a estas disciplinas, sin los cuales serían estériles, innecesarias.

Con su enorme carga cultural, las disciplinas humanísticas a veces parecen ubicarse en espacios estrechos de la preocupación educativa. Por eso un breve memorándum sobre su significado histórico puede ser necesario en esta hora.

El humanismo es el fundamento de la modernidad, de la autonomía de los individuos: los hombres comenzaron a pensar por sí mismos; su mundo era resultado de lo que ellos hacían, no una disposición divina. Ello hizo posible el pensar científico que, desde el Renacimiento, no podía sino ser un programa humanista. El humanismo surge reconociendo el valor de los hombres y nace con el propósito de entenderlos y comprenderlos en su mundo, el de la naturaleza y el de la historia. Postula en su origen la importancia del estudio de la ley, de la medicina y de la ética, en alto contraste con la metafísica. Afirma la dignidad y la libertad como valores supremos; reconoce la historicidad de los hombres, esto es, su nexo decisivo con su propio pasado y afirma la necesidad imperiosa de reconstruirlo, por el conocimiento sistemático.

El humanismo incluye también el reconocimiento del valor humano de las letras clásicas. Desde Cicerón la palabra humanitas significaba la educación del hombre como tal, concepto que hoy parece incomprensible. A ello mismo los griegos llamaron paidea y la reconocían en las ``buenas artes''; era el medio de la formación de una conciencia realmente humana, abierta al mundo a través del conocimiento histórico crítico de las tradiciones culturales.

Si a menudo todo ello parece llevar consigo una suerte de halo anacrónico, no es sino indicativo del riesgosísimo abandono en que hemos dejado los valores básicos que hacen de los hombres, humanos.

A la sociedad de conocimiento que hoy intentan forjar las grandes civilizaciones, le son indispensables la ciencia y la tecnología (el ingenio de los ingenieros); pero si ese mundo ha de adquirir un sentido, sólo puede ser aportado por las humanidades y las disciplinas sociales.

Las ciencias sociales pasan por un momento altamente complejo y paradójico. Algunas de ellas, como el derecho, la economía o la ciencia política, construyeron sus sistemas teóricos teniendo como referente, obligadamente, al Estado-nación. Los objetos teorizados por esas disciplinas, sin embargo, pasan actualmente por subversivas transiciones. El Estado totalitario, el Estado de Bienestar, el Estado populista, ha muerto o se halla en trance de muerte; el Estado jibarizado de los nuevos liberales no está capacitado para construir las representaciones políticas de la nueva pluralidad multiétnica, multinacional, multicultural de las sociedad de hoy en mundo globalizado, menos aún en sociedades como la mexicana en las que el acceso a la modernidad les exige abatir los viejos rezagos sociales y las desigualdades flagrantes.

Debido al alcance de los cambios del mundo, estas disciplinas enfrentan actualmente crisis paradigmáticas. Al mismo tiempo, deben aportar grandes dosis de conocimiento efectivo, justamente para contribuir a llevar esas transiciones hacia la configuración de civilizaciones más humanas.

No puede perderse de vista tampoco que sus rupturas epistemológicas son por necesidad más frecuentes que las de las ciencias naturales, por cuanto sus objetos de estudio experimentan procesos de cambio mucho más dinámicos que los objetos estudiados por dichas ciencias. Desde el punto de vista biológico natural, hace 500 años los hombres eran los mismos de hoy. Pero la sociedad actual nada tiene que ver con la de hace 500 años. De Copérnico, a Kepler, a Newton, a Einstein, a nuestros días, existen tramos de continuidad en el conocimiento científico no conocidos por las disciplinas sociales.

Estas disciplinas requieren, por tanto, cuidado y fomento; impulso y aliento, especialmente en un mundo como el de nuestros días cuya velocidad de transformación es vertiginosamente acelerada. Sin éstas y sin las disciplinas humanísticas, podríamos volvernos en no mucho tiempo, simios tecnologizados.