Teresa del Conde
Notas sueltas sobre María Izquierdo

María tomó en cuenta ciertas corrientes que estaban en boga durante el tiempo en el que se desarrolló su trayectoria creativa. Pero lo hizo sólo cuando resultaban afines a lo que quería expresar, cosa que es una enorme ventaja, pues su principal meta fue ser auténtica y congruente consigo misma a través de su pintura. Como les sucedió a otros pintores --incluidos en ese mosaico al que llamamos ``Escuela mexicana''-- gustó de la scuola metafisica cuyos principales representantes son Giorgio de Chirico, su hermano Alverto Savinio, Carlos Carrá y Felippo de Piscis. Los dos primeros eran ampliamente conocidos por Los contemporáneos, que fueron internacionalistas sin dejar por ello de considerar su lugar de origen. Siento que lo que le intereso a Izquierdo no fue propiamente plantearse la asimilación de códigos de vanguardia, sino que a partir de su propia situación se apartó de ese ``estilo de llama'' (frase de Octavio Paz) iniciado por los muralistas. Un estilo que a la postre terminó por devorarse a sí mismo. Se apartó tanto del arte de mensaje como del costumbrismo precodificado que cultivaron varios colegas suyos.

María era alegre, amiguera, sofisticada y nŠive, todo al mismo tiempo. Su personalidad fascinó a pintores y escritores por igual. Tenía facilidad para relacionarse y ya en 1930 tuvo su primera exposición individual fuera de México, en el Art center, una galería neoyorkina manejada por Francis Flynn Paine, activa promotora del arte mexicano en Estados Unidos, y de René d'Harnoncourt, otro apasionado de México que organizó en el Metropolitan Museum una nutrida muestra mexicana integrada de piezas artesanales y obras de varios pintores. Esa exposición tuvo lugar en 1930 y tanto Izquierdo como Tamayo fueron incluidos. Hoy día la relación íntima entre ambos es del dominio común. Ese movimiento ``diástole-sístole'' (frase de Luis Martín Lozano) que encontramos en sus obras aproximadamente entre 1928 y 1935 es producto del tormentoso idilio que protagonizaron, no exento de situaciones cómicas y hasta grotescas sobre las cuales, por desgracia, no existe documentación precisa, pues Tamayo, cónyuge y también maestro de María, las borró propositivamente de su memoria en aras de evitarse escenas de celos con Olga. Su matrimonio con la pianista tuvo lugar después de terminar de manera turbulenta su liasson con María.

Izquierdo fue emblema de toda una generación. Sobre ello han abundado inumerables poetas y artistas: Juan Soriano, Octavio Paz, Fernando Gamboa (quien me confió los aspectos conflictivos de la relación Izquierdo-Tamayo), Lola Alvarez Bravo e Inés Amor, entre otros.

La estadunidense Frances Toor, editora de Mexican Folkways, cercanísima amiga de Diego Rivera, propició la primera exposición de acuarelas con escenas circenses de María Izquierdo en su propio local de Avenida Madero. Fue Celestino Gorostiza quien pronunció el speach de inauguración.

A partir de entonces, y por largo tiempo, María se abocó a sondear el universo de las carpas que artistas de todas latitudes han recreado con base en sus respectivos quehaceres: desde López Velarde hasta Igmar Bergman, desde Picasso hasta Woody Allen.

Era una mujer informada y audaz: viajó, posó en atuendo a la moda para varios fotógrafos, aunque también acostumbraba usar trajes regionales. Sus pinturas y su esbozo biográfico (con todo y sus ficciones o precisamente por ellas) revelan una sensibilidad viva y al mismo tiempo atormentada. Sus enjuiciamientos siendo certeros no cancelaban el hecho de que los sentidos y las emociones iban por delante.

En próxima nota comentaré la muestra organizada por el Mexican Fine Art Center Museum de Chicago, bajo la curaduría de Luis Martín Lozano, que se exhibe desde el 31 de octubre en la Sala Tablada del Museo de Arte Moderno. Hay estrofas de Ramón López Velarde (a quien Izquierdo nunca conoció en persona, pues él murió en 1921, cuando ella tenía 18 años) que le van a algunas de sus pinturas como anillo al dedo. María contrajo matrimonio a instancias de su familia con el militar Cádido Posadas cuando sólo tenía 14 años. Conoció la sexualidad antes que el arte. Procrearon tres hijos, de los cuales Aurora ha sido en buena medida su albacea artística e incansable promotora. A ella va dedicada esta nota. María ingreso a San Carlos como discípula de Germán Gedovius en 1928 y un año después ya había llamado la atención de Diego Rivera, quien favoreció su primera exposición individual (1929) en la Galería de Arte Moderno regida por Carlos Orozco Romero y Carlos Mérida en el Teatro Nacional. Rufino Tamayo la orientó durante el tiempo que permanecieron juntos. Puede decirse, entonces, que los inicios de su carrera pictórica fueron en cierto modo vertiginosos.