La Jornada 5 de noviembre de 1996

En junio de este año, el mayor desempleo en 14 meses

Cercado por casi una veintena de transeúntes que ha logrado captar con su verborrea, el hombre delira fantasías de los ungüentos y brebajes que tiene a sus pies: que según él curan todos los males, alivian el stress, limitan los efectos de las tensiones, pues ahora en estos días de crisis los nervios se dañan más con las presiones.

El hombre vive del verbo, de ejercerlo sin parar, de ofrecer la cura de todas las enfermedades, la desaparición de todos los males, para remediar el suyo: el desempleo. Sobrevive con el subempleo, ambos hoy tan generalizados en la urbe.

Desempleados y subempleados inundan la ciudad. No hay manera de contarlos y las cifras son caprichosas, según si provienen del gobierno, partidos de oposición o de la iniciativa privada.

En el afán de muchas personas por subsistir, la ciudad está a remate por doquier. Hay baratas de todo y por todo en las calles más transitadas del Distrito Federal.

De las prácticas desleales al uso de la palabra para vender

Por ejemplo, el comercio ambulante no escatima en prácticas de piratería, fraudes, reventas, golpizas, explotación y demás. Ante la competencia hay quienes utilizan agresivas campañas de publicidad personal para rematar sus productos.

``No me lo tome a mal --dice un delicado estilista que vive de la tortura eterna a la peluca sobre un maniquí--, pero hay mujeres que creen que enjaretándose una bola o trapo en el pelo ya están peinadas. Nada más falso. Hay que tener distinción damita...'', dice con seguridad.

Las mujeres rodean la improvisada escuela de peinados que se erige en plena calle, mientras el estilista, alejado del glamour de las estéticas de renombre, arrojado al rudo trajinar en la calle, ofrece peinados sofisticados con un sencillo instrumento: una varillita doble de plástico capaz de doblarse hasta la ignominia.

Una y otra vez crea y recrea peinados sin detener sus explicaciones insólitas sobre las posibilidades del cabello y su impacto en la elegancia de la mujer. Todas esas maravillas por el regalado precio de 10 pesos, que incluyen dos hules grandes -para los peinados de noche-; dos medianos y uno chico, para arreglarse el copete.

Acto seguido, comienza a recibir el fruto de su discurso: un par de mujeres se acercan a adquirir ``ese maravilloso producto''.

Los que viven del tráfico

Hay quienes de los males de la ciudad han hecho su modus vivendi, las grandes vías rápidas, convertidas en tortuosos caminos por el inacabable tránsito, son ya potenciales y rentables lugares de venta. Verdaderos supermercados atendidos por desempleados que venden de todo: refrescos, agua, cigarros, dulces, cervezas.

Largas filas de enclaustrados automovilistas son los potenciales clientes en avenidas diseñadas para circular a gran velocidad. Las frustraciones del deterioro vial que padecen son apenas mitigadas por quienes trabajan en esos espacios.

En la explanada del Metro Chapultepec, los ambulantes saturan los accesos a la espera de la gente que intermitentemente el Metro arroja.

Este medio de transporte es una inagotable fuente de compradores o potenciales donadores de limosnas por haber sido obligados a escuchar originales versiones de canciones de amor desenfrenado o traicionado, provenientes de invidentes, ancianos, tullidos o menores que ya reproducen apasionadas experiencias de amor.

Pero las explanadas de las estaciones del Metro no sólo se utilizan para el ejercicio abierto de la economía informal, también hay desheredados, expulsados de la economía formal como producto de la crisis, particularmente en la industria de la construcción.

Albañil de profesión, un joven de 30 años dice no tener una obra fuerte desde hace un par de meses. ``Salen trabajitos'', responde con menosprecio para quien le pide un aplanado o un entirolado de un cuarto poco cotizado.

Los hay en Observatorio, o los muy conocidos maestros: yeseros, plomeros y demás desempleados que amparan sus plegarias por el trabajo a un costado de la Catedral.

De ahí nadie los quita, ni programas de obras públicas que ofrecen para ellos una utópica generación de empleo, ni proyectos de reordenación del Centro, mucho menos una recuperación económica largamente esperada que les deje un empleo más benevolente.

Ya casi tradicional, la Alameda es refugio de gente sin trabajo que diariamente devoran los diarios en busca de anuncios esperanzadores que los saquen de la inactividad. Hay quien pasa días o hasta meses sin encontrarlo.

Es la exposición del desempleo abierto, la muestra de la crisis, la antesala de la pobreza