Querida Amalia:
Creo que los dirigentes indígenas zapatistas y el subcomandante Marcos tuvieron una excelente idea cuando, junto a otras relevantes personas y organizaciones, propusieron a usted como integrante de la Comisión de Seguimiento y Verificación de los Acuerdos de San Andrés. Su experiencia y su conocimiento de México, de la política y de la vida harán seguramente que su participación sea muy significativa. Permítame decirle que me dio mucha alegría el saber que usted estará el 5 de noviembre en San Cristóbal, en la reunión inaugural.
Entre las muchas capacidades que esos dirigentes han mostrado, no es la menor haber sabido mantener en toda circunstancia la iniciativa ante el adversario y la comunicación con la sociedad mexicana. En los momentos clave su manejo de la política simbólica es siempre sorprendente.
Su presencia en esa mesa, doña Amalia, es para mí uno de esos símbolos que tocan al momento y a la historia de esta nación. Le diré por qué así lo creo.
Desde la guerra de 1847 y la Reforma, la historia de México está moldeada, en sus niveles más profundos, por dos grandes fuerzas, una desde afuera, la otra desde abajo.
Una es la tendencia a la expansión territorial y financiera de Estados Unidos, que nunca ha cesado aunque sus formas va-ríen, porque expandirse está en la naturaleza misma del poderoso sistema en que se sustenta esa nación. Si esa expansión no busca ahora controlar directamente el suelo mexicano, sí quiere en cambio retomar la propiedad del subsuelo petrolero como lo ha hecho con las llaves de las finanzas de modo que la frontera verdadera pase por los yacimientos del petróleo y por los cofres de la banca.
La otra fuerza, la que viene de abajo, es la presencia, la persistencia y la resistencia campesina, y sus rebeliones conocidas y desconocidas, y que han determinado formas y modos de la política y de la existencia del Estado mexicano, aun aquellos en apariencia más lejanos al campo y a la tierra, sobre todo a partir de la revolución de 1910-1920.
Esta herencia, única en América Latina, ha moldeado en este país de frontera las relaciones de poder, los modos mexicanos de gobernar, de mandar, de obedecer y de rebelarse cuando algo no es justo, heredados después, en parte modificados pero no olvidados, por sucesivas generaciones de pobladores urbanos.
El artículo 27 constitucional fue el resultado de la lucha de los mexicanos por ser dueños de su propio territorio, del petróleo, el subsuelo y el suelo son propiedad de la nación, de la comunidad de todos los mexicanos, y los campesinos tendrán derecho a la posesión y el trabajo de esa tierra. Quienes sancionaron ese artículo visionario se apoyaron en la fuerza de fondo de una guerra campesina para establecer esas bases jurídicas del pacto nacional.
Como usted lo vivió y lo recuerda, doña Amalia, fue en el gobierno del general Cárdenas cuando el artículo 27, en la expropiación petrolera y en el reparto agrario, se convirtió de una promesa en una realidad de la vida mexicana. Nunca antes y nunca después las élites dirigentes de este país tuvieron similar convergencia sustancial con lo que su pueblo pedía, quería y peleaba.
Quienes en el sexenio pasado hicieron la contrarreforma del artículo 27 y quienes en el presente, siguiendo esa trayectoria, quieren abrir por el lado de las petroquímicas las puertas del petróleo nacional al extranjero, ni siquiera sospechan cuánto la existencia de la nación, como herencia y como imaginario colectivo, está ligada a esa idea del petróleo y de la tierra como relación históricamente constituida de esa comunidad de seres humanos entre sí y con su territorio.
Por todo esto, y por muchas otras razones que usted conoce mejor que yo, en estos tiempos del cinismo del poder y del descaro del dinero, la presencia de usted en San Cristóbal y su encuentro con los indígenas rebeldes y con sus dirigentes, tiende un visible arco entre aquel pasado que usted vivió junto al general y este presente en que acude como invitada y testigo de una antigua dignidad que terca se niega a agachar la cabeza.
Buen viaje, doña Amalia, y buen regreso, y que en el encuentro haya felicidad, asombros y marimbas. La saluda con cariño.
Adolfo Gilly.