Pedro Miguel
EU: aburrición y comicios

Una regla básica de las telenovelas que me enseñó Alberto Barrera es que cuando aparece la felicidad se acaba la historia. Ahora que lo escribo caigo en la cuenta de que Francis Fukuyama partió del mismo principio, aunque al parecer no tomó en cuenta las diferencias que deben existir entre la población del mundo y la audiencia de un melodrama televisado: en la segunda hay claros consensos sobre la ubicación del bien y del mal, pero la primera difícilmente puede compartir una misma definición de lo que es la dicha. Así, lo que en Alberto es sabiduría de un oficio, en Francis es pura intoxicación ideológica e ignorante arrogancia de la pluralidad humana.

Lo anterior viene a cuento porque la campaña electoral de este año en Estados Unidos, una vez despojada de programas, plataformas y confrontaciones de fondo, se convirtió en un espectáculo televisivo en el cual los dos candidatos principales han venido interpretándose a sí mismos en una aburrida saga cuyo final conoce todo el mundo. Cuando la política real desaparece queda la actuación; los debates entre Clinton y Dole fueron duelos verbales reposados y cordiales que bien pudieron haber transcurrido frente a una chimenea y entre copas de cognac, como corresponde a las pláticas entre rivales civilizados.

A pesar de que es un poquito mentiroso y algo coqueto, Clinton tiene más madera de ídolo que Dole, quien, por cierto, ni siquiera llega a encarnar al malo: es simplemente un pobre anciano que se ve obligado a madrugar y a desvelarse más de la cuenta, a teñirse el pelo y a hacerse el payaso para implorar el sufragio del prójimo.

Con semejante construcción de personajes, la telenovela Casa Blanca 96 tenía que resultar fallida. Si en las elecciones de hoy estuviera en juego la vida de alguien, si se estuviera votando en un referéndum la realización de un trasplante de hígado o si por lo menos el candidato republicano pretendiera el amor de Hillary, la tercera protagonista en el guión, tal vez se abultaría el rating de electores de este martes.

En esta ocasión, la tragedia, la intriga y el suspenso han quedado fuera del libreto. En los capítulos de este drama electoral que está a punto de terminar no se aborda, por ejemplo, el destino inmediato del negro que se llena los pulmones con humo de crack, no se menciona a los íngrimos jubilados que sobreviven en departamentos ruinosos alimentándose con comida de gato, ni se hace referencia a la cacería cotidiana de los indocumentados y sus cachorros que tiene lugar en los territorios estadunidenses en los que esta especie ha sido declarada plaga nacional, a pesar de sus sustanciales aportes a la economía.

Tampoco se toca el tema de los miles y miles de ciudadanos solitarios que ahogan su depresión en viajes sedentarios de diez mil calorías por hora frente a un televisor cualquiera, desde el cual dos rivales caballerosos se reprochan sus respectivos niveles de colesterol y con base en ellos se descalifican mutuamente para ocupar la Presidencia del país más poderoso y, por ahora, el más aburrido del planeta.