Recapitulemos la historia comenzando con Ruanda. País independiente desde 1962. La etnia hutu no tuvo vida fácil bajo el dominio social y político de los tutsi. Y en 1994 alentó una guerra civil cuya crueldad nos pone a todos (siquiera como responsabilidad) en la periferia más oscura de lo humano. Una buena estación para la matanza. Serbios, croatas y bosnios asesinándose con saña; chechenos y rusos haciendo lo propio y Ruanda que llega, hace un par de años, a coronar una edificante historia de la estupidez humana, cuyo último episodio es ahora Afganistán. ¿Cómo tomar partido? ¿Para quién?
Si dos seres humanos (llámense tutsi, croatas o chechenos) están a punto de asesinarse, es intolerable que cualquiera de los asistentes tome partido. La única posible actitud es separar a los contendientes y ayudarlos a encontrar incluso malos acuerdos, si ésta es la condición para evitar que la vida caiga en las manos de los buenos carniceros. Y no se trata de que nadie tenga derecho a ganar. No es eso, es que nadie debe poder, ganando, oprimir al derrotado hasta el punto de violar sus derechos elementales a la existencia y a la dignidad. Lo cual vale (debería valer) entre los pueblos como tal vez, también, para las ideas. El Estado debería, para equilibrar los movimientos de la historia, apoyar siempre a los sectores derrotados o minoritarios (étnicos o intelectuales) para permitir que se conserve aquella parte de verdad que expresan. Un Estado civilizado es un Estado que compensa diferencias dentro de un país y ayuda a su compensación entre ellos.
La idea de iguales oportunidades y derechos es una idea vieja que merece subsistir --entre individuos y entre naciones. Ya no es posible tranquilizar nuestras conciencias suponiendo un futuro luminoso después de la barbarie; suponiendo un más allá natural indefinidamente constante.
Ya lo hemos descubierto, ese más allá indefinidamente constante, no existe: la tierra, nuestra madre, tiene un límite en su capacidad de resistencia frente a nuestra inteligente irracionalidad (o, si se quiere, racional estupidez). Lo que vale para la vida animal, los océanos, la atmósfera. Dado el número de vidas que ya existen y el magnificado potencial destructivo de cada una de ellas, no queda sino encontrar ``arreglos'' de nuevo tipo.
En las formas de producir, en los modos de existencia colectiva, en las nuevas dosis de mentira necesarias para aguantar el camino, en las relaciones entre culturas. Repítamoslo: nadie tiene el derecho de gritar ``viva Ruanda'' o ``viva Zaire''. Y ya que mencionamos a Zaire hablemos de Zaire.
Recibió a los refugiados hutus, que finalmente perdieron la guerra civil en Ruanda, y los ubicó al oriente del país. Más de un millón de seres humanos desesperados y sin futuro. Pero desde estas bases de refugiados comenzaron a partir ataques guerrilleros hutus sobre objetivos en Ruanda. Los campamentos de refugiados corrían el riesgo de convertirse en santuarios de una guerrilla étnica. Y ahora, a complicar el asunto, intervienen los habitantes de origen tutsi en los territorios orientales de Zaire. Que, de pronto, con apoyo del ejército ruandés, toman posesión de territorios zaireños para abrir las puertas a una negociación sobre límites fronterizos.
¿Cómo tomar partido que no sea el de la sobrevivencia de la pluralidad, las diferencias que, sin causar sufrimiento, garantizan el renovarse de la vida? Encontrar algo similar en Ruanda o en Zaire hoy sería un éxito extraordinario. Por desgracia, casi imposible. Pero sería una ayuda si estos países pudieran por lo menos salvarse de esa plaga mortal de salvadores de la patria al estilo zaireño de los Casavubu o del inefable Mobutu, máximo protagonista de un poco digno espectáculo de nacionalismo ramplón y modernización sin aliento. Las instituciones deberían reconocer los problemas con la mayor precisión para alentar sobre riesgos o preparar caminos. Pero ¿cómo pretender que esto ocurra cuando los intereses u obsesiones de un presidente en turno ocupan todo el escenario, como lo hizo Mobutu por 30 años al hilo en Zaire? Si es cierto, como lo es, que la historia se ha ensañado contra Zaire y Ruanda, habrá que reconocer que en tiempos recientes se ha ensañado en forma nueva: desde adentro.