El más reciente número de Artes de México está dedicado a la ciudad de San Miguel de Allende y, coordinado por Margarita de Orellana, contiene textos --entre otros-- de Sara Sefcovich, Francisco de la Maza, Carmen Masip, Luis Felipe Nieto, Carlos Martínez Assad y Jorge F. Hernández, además de poemas de W. D. Snodgrass y Elsa Cross. Los antecedentes directos de esta publicación son, desde luego, el número 139 de la primera época de la misma revista (de los años setenta), además de los dos libros de De la Maza publicados en 1939 y 1972 y la guía oficial que publicó el INAH en 1963 con trabajos de Miguel J. Malo y F. León de Vivero.
Se editaron la monografía y catálogo Cuatro monumentos del patrimonio cultural (1985), coordinados por Alberto González Pozo y publicados por Sedue, y el volumen San Miguel de Allende: guía del visitante (1993) con trabajos de Rosalía Aguilar, César Arias de la Canal, Félix Luna y Luis Felipe Nieto.
Su esplendor llevó al historiador estadunidense Silvester Baxter a calificarla como ``un lugar extraordinariamente pintoresco y de gran importancia en la historia de México''. Relata cómo la población de principios de siglo parecía reclinarse ``suavemente sobre la ladera de una colina, guarnecida de huertas de frondosas y de fértiles campos, y rodeada de montañas de aspecto nobilísimo''. Concluye su narración, no sin un dejo de inquietud, comentando que ``el lugar es tranquilo, y si no fuese por ciertos detalles de modernidad, la vieja y dormida ciudad, sólo alborotada por el ferrocarril que corre allá abajo en el valle, a una milla de distancia, podría imaginarse aletargada aún bajo el peso de los años''.
Igual habla de nuevas construcciones, entre ellas ``un mercado con una impresionante columnata'' (ya desaparecido), que de malogradas intervenciones como la de la Santa Casa de Loreto, cuyo ``intricado esplendor ha sido inexplicablemente estropeado por la ignorante costumbre de `restaurar', que es la moderna calamidad del arte de México y de todas partes''.
Estudios recientes de Oscar Mazín e Isabel González Sánchez (sobre el obispado de Michoacán) y de Mina Ramírez Montes (sobre la arquitectura sanmiguelense) han dado cuenta de la edificación de la parroquia y su decoración interna, así como del estado de la villa en el siglo XVIII. Ahora sabemos que los arquitectos Marcos Antonio Sobrarias, primero, y Juan Antonio de Guzmán después, se encargaron de levantar el segundo templo parroquial, cuya fachada estaba terminada en 1709. Un siglo después el cantero Zeferino Gutiérrez la modificó, salvándose sólo la escultura pétrea del arcángel patrono.
Otro invaluable documento de 1765 da cuenta de la fábrica de las capillas, además de incluir el inventario de sus tesoros, entre ellos quince retablos barrocos distribuidos de la siguiente manera: siete del lado del evangelio (izquierdo), tres del lado de la epístola (derecho) y el del altar mayor, junto con cuatro en el Camarín. También desaparecieron en el siglo XIX.
Un informe de 1760 para el obispo de Michoacán señala que el poblado ``dista de la ciudad de México, de cincuenta a sesenta leguas que corren de poniente a oriente y de norte a sur'', y de la antigua Valladolid ``de treinta a cuarenta leguas''. Señala que en el lugar se encuentran ``como treinta'' clérigos seculares, además de ``un convento de la regular observancia con comunidad del señor San Francisco... un oratorio de San Felipe Neri con bastante número de sujetos, a cuyo cargo está un colegio de estudios menores y mayores y un beaterio dedicado a Santa Ana''; y que ``el número de la gente y feligreses es crecido y en lo que más abunda es en gente de color quebrado e indios'' y que ``los más viven en las haciendas y rancherías''.
Diecisiete años más tarde el zamorano Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos, en respuesta al virrey Bucareli, escribía una relación de la villa y la región circundante, abordando temas geográficos, físicos, de antigüedades e historia natural. En ella narra cómo era ``una de las más hermosas y celebradas en esta septentrional América... Está fundada a la falda o ladera de dos cerros, el uno es el que llaman de Moctezuma para la parte del sur, el otro el de San Antonio hacia el este, quedando la villa por la parte que estos dos montes miran al sur''.
La protección del patrimonio cultural requiere de la amplia difusión de los acervos documentales que dan cuenta de su historia. Los trabajos mencionados, con las ediciones de Artes de México, contribuyen ampliamente con ello.