Doug Henwood*
Economía presidencial
Hace cuatro años Bill Clinton ganó la presidencia en gran medida porque el electorado estadunidense estaba ansioso por su porvenir económico, tanto a nivel personal como para el país. En esa campaña, prometió ``poner a la gente primero'', significando de que elevaría los niveles de la inversión social física por parte del gobierno federal. Está poco claro si el público vinculó el nivel de inversión pública con su propio bienestar económico, pero los votantes concluyeron que Clinton ofrecía algún tipo de solución a los dos males que han plagado a la economía de Estados Unidos durante los últimos 20 años: el desplome de los salarios y una inseguridad económica creciente.
Cuando asumió la presidencia, el 20 de enero de 1993, Clinton rápidamente retrocedió de estas promesas. El programa de inversión fue desechado cuando Clinton decidió poner sólo a un grupo de gente primero -- los propietarios de bonos--. Si los bonohabientes aman algo, es el crecimiento lento, una tasa de inflación baja y mercados decaídos. Nada les alarma más que incrementos en los niveles salariales o una tasa de desempleo baja.
Desde 1993, el mejor amigo de Clinton ha sido el ciclo económico. La larga baja que en gran parte coincidió con el periodo presidencial de George Bush --causado en gran parte por la cruda de las manías financieras de los 80-- terminó, y la económía estadunidense comenzó una recuperación accidentada. La expansión económica de los últimos cuatro o cinco años ha sido por mucho la más débil de todas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con un promedio de sólo 2.5 por ciento en el crecimiento del PIB, sólo un poco más de la mitad del promedio de 4.4 por ciento para las expansiones previas desde 1945.
En torno a otras medidas tales como utilidades promedio y la generación de empleo, el desempeño de Clinton lo coloca en medio de los presidentes de la posguerra -bien, tal vez, en comparación con su antecesor inmediato, pero bastante mal al compararse con los 50 o 60.
La única excepción es la historia de los mercados de bonos, los cuales han brillado bajo la presidencia de Clinton. El y sus aliados han generado los mejores números económicos en 30 años, pero estos últimos 30 años no han sido las mejores horas de la economía estadunidense. Entonces, al llegar a esta elección, Clinton se benefició de una recuperación cíclica que hace que el presente parezca bastante positivo, pero sólo en comparación con un pasado reciente bastante gris.
En 1980 Ronald Reagan ganó la elección en cierta medida con su pregunta retórica ``¿están mejor hoy que hace cuatro años?'', una interrogante que una gran parte de los votantes, aun demócratas fieles, tendrían que haber respondido negativamente.
Clinton podía hacer esta misma pregunta hoy día --y es algo sorprendente que no lo haya hecho, dado su apego al estilo de Reagan en relaciones públicas-- y la mayoría de la gente tendría que responder con un ``sí''.
Pero no están tanto mejor, y las encuestas revelan poca fe en el futuro. El desempleo podría estar bajo en comparación con los niveles de los últimos 20 años y los ingresos están un poco más altos, pero la gente todavía está intensamente preocupada por lo que ocurrirá mañana o el año entrante. La mayoría tiene poca seguridad en su empleo, las empresas continúan despidiendo a sus empleados por los miles y sustituirlos, si lo hacen, con trabajadores eventuales.
El empleo está creciendo, pero la cantidad no puede sustituir calidad, al desaparecer empleos manufactureros de alta remuneración y alta capacitación, éstos son remplazados con empleos en el sector de servicios de mínimo salario y poca capacitación. Sí, claro, hay miles de nuevos empleos en software, ingeniería y administración, pero éstos sólo están disponibles para ese cuarto o tercio más elevado de la fuerza laboral.
Los empleos en los sectores económicos medios continúan evaporándose, y la polarización económica y social de la vida estadunidense continúa en el mismo camino de los últimos 25 años.
Bob Dole intentó apelar a estas preocupaciones de largo plazo, pero contaba con poco que ofrecer sobre cómo abordarlos más allá de una propuesta media loca de reducción de impuestos, de la cual él mismo pareció estar poco convencido. Punto de evidencia: en una encuesta reciente los estadunidenses, por una mayoría de 58 a 36 por ciento, opina que la economía está ``fuera de carril''. Pero cuando los encuestadores cambiaron la pregunta a ``¿usted está de acuerdo con la acusación de Bob Dole de que la economía americana está fuera de carril?'', sólo un 49 por ciento dijo que sí, y 43 por ciento que no. Esta misma encuesta, del Pew Center for the People and the Press, registró que los votantes le daban una calificación de 6 a Clinton por su desempeño presidencial, mediocre, sí, pero mejor que un 5 o hasta la reprobación que registra la campaña de Dole.
Entonces, ¿qué es lo que podemos esperar de Bill Clinton, la secuela? Ciertamente muy poco en torno a políticas que buscan abordar los males de largo plazo que padece la economía de Estados Unidos. Después de todo, Clinton señala como sus grandes logros en la esfera económica la aprobación del TLC y la Ronda Uruguay del GATT, la reducción del déficit publico, la reducción dramática de los beneficios del welfare para los más pobres --todo lo cual ha contribuido al crecimiento económico lento y la polarización. La privatización del Seguro Social --lo cual beneficiará a Wall Street a costas de casi todos los demás-- estará casi seguramente en la agenda de Clinton II.
En un revelador artículo reciente, el principal encuestador de Clinton, Stanley Greenberg, pintó una imagen de un público ansioso, cínico, y enajenado, espantado por su futuro económico, pero sin fe en cualquier institución --gobierno, partido político, o sindicatos-- que podría ayudarlos a enfrentar esta realidad. Hasta sólo uno de cada 10 tenía algo de fe en su amigo o amiga. En su lugar, sólo confiaban en sus recursos personales y el apoyo de sus familias. El consejo de Greenberg fue que los demócratas celebraran esta desesperada autodependencia como una lucha heroica, ofreciendo apoyos mínimos como reducciones de impuestos para gastos educativos y otras formas de mejoramiento personal, pero nada más.
Greenberg, Clinton y la élite estadunidense consensaron que la política pública no puede hacer algo sustantivo para ayudar al ciudadano común, por lo tanto sólo puede alabarlo, de ahí la famosa frase de Clinton, ``sentir su dolor'', aun mientras la políticas promovidas por ellos (como el libre comercio, la austeridad fiscal, y la ``reforma'' de los programas de bienestar social) funcionan para profundizar ese dolor.
El problema para esta estrategia es que el ciclo económico casi seguramente se revertirá contra Clinton a principios de su segundo periodo y todas las preocupaciones de largo plazo enmascaradas por la quasiprosperidad de los años recientes, de nuevo cobrarán ``relevancia'', como dicen los encuestadores.
Las loas y el sentir del dolor para el hombre común probablemente no serán suficientes para enfrentar ese desafío. La política podría volverse en algo interesante de nuevo, un cambio bienvenido después de esta campaña presidencial, la más trivial y aburrida en la historia reciente de Estados Unidos.
*Henwood es economista, director de la revista Left Business Observer y autor de un libro sobre Wall Street. Especial para La Jornada.