El Departamento del Distrito Federal (DDF) cavila y extiende nuevamente una de sus viejas recetas y consejos: se recomienda a los capitalinos respirar lo menos posible. Respirar, de acuerdo con nuestros jerarcas, es tan devastador para la salud como improbable la posibilidad de una vida sana, en el futuro cercano, dentro de la mole defeña. Esa es la noticia de hoy: no respirar. Y en el escaparate del incierto presente, nuestros gobernantes juegan con la suerte a su favor: la cascada de angustias vigentes sepulta a las previas, y, con eso, la opinión pública se distrae y se ahoga en la caterva de las desazones frescas, delegando la discusión de los ``viejos'' embrollos para otros tiempos. Mientras que la amenaza de la contingencia ambiental renace y hostiga, las discusiones en relación a la violencia, al desempleo, a la falta de agua, a las marchas infinitas, a los problemas escolares, a la corrupción en los macrocentros y un etcétera insuficiente, quedan relegadas a un segundo plano. La razón de las prioridades es simple: no hay forma de analizar en conjunto todos los avatares.
El DDF tiene razón: es malo respirar demasiado. El aire envenenado afecta a niños y viejos, a enfermos y sanos. A todos. Aceptemos que las oficinas gubernamentales se preocupan por sus ciudadanos, pero no aceptemos que la contingencia es culpa de nosotros. Son ellos quienes deben tener el valor cívico y moral de ofrecer explicaciones. Aun cuando pienso que no se han escrito los códigos éticos de los servidores públicos, no dudo que el primero debería versar sobre la transparencia moral y la obligación de responder a las inquietudes de su pueblo.
La premisa inicial es disecar el origen de la contingencia ambiental. Acorde con las autoridades, impedir la circulación de los automóviles, sobre todo de los viejos es, sensu strictum, la primera pócima. De ahí que todo capitalino deba asumir que la contaminación es su responsabilidad, sobre todo si es ``medio pobre'' y su coche no cuenta con convertidor catalítico. Prefiero rehuir tal prescripción y ofrecer otra receta: la mierda que nos acaba, el ozono que causa enfermedades aún no descifradas, encuentra sus orígenes en el nudo ciego de las regencias previas y actuales. Súmese: el Distrito Federal es una ciudad deforestada, planeada al vapor, superpoblada por la incapacidad de generar suficientes empleos y vida digna en provincia --aquí exonero al DDF y exhibo a los gobiernos posrevolucionarios--, transitada por automóviles que utilizan y utilizaban gasolinas prohibidas años atrás en otras latitudes --coparticipación de Pemex en la muerte del DF.
Asimismo, en el Distrito Federal se construye edificio tras edificio, sin que existan reglas para asegurar que habrá suficientes cajones de estacionamiento; y, finalmente, es una ciudad con transportes públicos inadecuados y contaminantes.
Males paralelos son la distribución inequitativa del agua, el control inadecuado de las emisiones de gas, el sinnúmero de fábricas que no se ajustan a las normas anticontaminantes, fecalismo al aire libre, construcción en barrancas, e insuficientes servicios para preservar las escasas áreas verdes que aún rodean nuestra ciudad. Ni qué decir de la incongruencia entre las campañas que aseveraban que las nuevas gasolinas mejorarían las condiciones del aire y las lecturas de los imecas de las últimas semanas. ¿Dónde quedaron las promesas? ¿Es contumacia, desconocimiento o falta de compromiso?
La suma de los descalabros anteriores es lo que pomposamente denominan nuestros jerarcas ``contingencia ambiental''. Estoy convencido de que la responsabilidad de las pifias de la inmensa mayoría del enlistado previo no corresponde al ciudadano común. Invito a quienes dirigen nuestra ciudad, en honor a la moral y su solidaria obligación con los habitantes, a responder. No es posible, en tiempos de ``tanta democracia'', permanecer en silencio.
Igualmente equívoco es no reconocer públicamente la propia ignorancia. Ante mi confusión recurrí al diccionario. Léase. ``Contingencia: posibilidad de que una cosa suceda o no suceda. Cosa que puede o no suceder. Riesgo''. El lenguaje cantinflesco no es atributo de Cantinflas, es creación de la política mexicana. Entre lo que puede y no puede suceder queda el infinito, el mare magnum. Todo los defeños, de acuerdo a esa precisa definición, tenemos posibilidad de salvarnos si no sucede, o certeza de que algo nos pase si, en cambio, sí sucede. Todo radica en la inteligencia de que la contingencia no sea contingencia. La realidad es que el DDF advirtió. No es su responsabilidad. Ni lo fue la de los gobiernos previos. El nuevo eslogan dirá: la contaminación somos todos. Finalmente, la culpa recae en quien respira demasiado.