La transición mexicana, sitiada por los estertores de una fábrica nacional rota en sus encadenamientos, sin mercado y dejada a la deriva de una competencia que la abruma, y las promesas de una reforma política que sólo mostrará algunos ajustes electorales menores, volverá a sufrir, por designio de sus actores principales, uno más de sus retrasos perversos.
Después de un año de forcejeos por la orientación y las prácticas del modelo vigente, entre las corrientes al interior del sistema de poder establecido, con todo y sus apoyos laterales como externos, las aguas de las decisiones estratégicas parece que retoman el tranquilo nivel de pasados tiempos. Así, la carga impuesta por la deuda externa (pública y privada) junto con los costos del rescate del aparato financiero del país, van sometiendo al gobierno y a las fuerzas dominantes del sector privado, a una presión desmedida para sus energías, visiones y recursos. Ambos protagonistas quedarán exhaustos y sin la menor posibilidad de acudir en auxilio de una planta productiva (campo, industria) que se debate entre los altos intereses, la ausencia de programas y la sequía de capital de riesgo o crédito bancario. Aun el plan carretero tendrá que esperar mejores oportunidades para aliviar ese cuello que embotella al crecimiento futuro.
Los miles de millones de pesos, adicionales a los ya empleados (85 mmdp), que seccionará la cartera vencida de los bancos condiciona, desde cualquiera perspectiva que se le vea, no sólo la puesta en marcha de planes viables de gobierno sino la reconstrucción de la planta productiva y el mismo crecimiento proyectado (del 3.5 por ciento programado para 96). Las estimaciones recientes (Gea, Wharton) además de elevar la inflación y con ella el castigo al consumo, la justicia y el bienestar, reducen sustancialmente el esperado aumento del PIB entre un 1.5 por ciento o 2 por ciento si bien va.
Como obligada consecuencia, la penuria a la que se someterá a la salud y la educación, ya tan vapuleadas por las medianías en el talento directivo y las ineficiencias en la conducción, será notable a pesar de la publicidad pagada en desplegados recientes. El recuento de los daños en la salud se explicitan mejor en la documentada desnutrición infantil, la vuelta de enfermedades contagiosas, la pérdida de estatura de los mexicanos ``marginales'' o las penurias de un IMSS, obligado a castigar a sus derechohabientes con más de doce años de decreciente calidad en los servicios, en pos de sortear su precaria continuidad. El desmedro tanto en calidad como en cobertura educativa habla también de los años gastados entre crisis y devaluaciones recurrentes que ha significado, además, cesiones en la educación pública superior, métodos caducos, repetidas promesas de programas diseñados en abstracto, bajos salarios, atrofia sindical o federalizaciones inacabadas.
Con ello, los márgenes de acción para el gobierno se estrechan al perseverar en el cauce del modelo adoptado. Pero tal y como aflora en la interesante discusión entre H. Aguilar y C. Monsiváis, lo dañino no son las fórmulas del recetario neoliberal (aun cuando tampoco es inocuo) sino las formas como éstas se tranzan en la realidad deformada del ámbito público del país. Moverse un ápice de la ruta significaría para el régimen actual arriesgar la ``estabilidad'' y su concomitante estigmatización. La consecuente ``pérdida de confianza'' de la comunidad inversionista sería, entonces sí, ``justificada'' y sus efectos se nos auguran devastadores.
Por su lado, la anunciada reforma política fue descrita con sus ``feroces'' alcances y letras por el mismo presidente Zedillo de viaje por la Europa de los museos, los reyes, papas y empresarios. La democracia formal de México sólo necesita sencillas adecuaciones. No venimos de una dictadura franquista, tampoco chilena se podría agregar ahora que está de moda, ni tenemos un tinglado dictatorial como los coreanos que hacen pertinentes muchos cambios bruscos y acuerdos de fondo. Con la cercanía entre el gobierno y su partido, el Legislativo queda bien sujeto y los tribunales pueden procesar, sin el menor requiebro, juicios insostenibles (Barco, R. Madrazo, Aguas Blancas), averiguaciones inconclusas (Colosio) y magno-escándalos del tamaño de los 50 millonsotes de dólares que el ``confiado'' empresario (mejor dicho ``coyote'' de concesiones y otros favores) dice que le ``prestó'' al presidiario llorón de R. Salinas a pesar de ser confortado por algunos otros, no tan confesos, ``inversionistas'' de grandísimo ``calado''. De lo que humildemente recuerdo, éste es el sainete que mejor refleja el tinglado de corrupción, complicidades, debilidad del aparato de justicia, incapacidad de investigar y tipificar delitos, cinismo de las élites, nulos controles fiscales, laxo flujo de divisas, auditorías trampeadas a las empresas, privilegios desmedidos e inexistentes códigos de conducta empresarial. Una retahíla de agujeros que hacen posible que un ``personaje'' declare, con toda la conciencia de su impunidad, que ``presta'' insólitas sumas de su cuenta personal sin recordar siquiera el banco donde depositó sus caudales. Las empresas que ``maneja'' (Iusacel, Iusa) registradas en bolsa sorprenden a sus miles de ingenuos accionistas desprotegidos y varias comisiones pseudo-vigilantes. Empresas que tanto han dependido y siguen gravitando alrededor de alianzas y ``favores'', de una buena imagen y la ``comprensión'' de las autoridades, parece que seguirán, después de este numerito, sus negocios usuales para vergüenza y escarnio de los consumidores y el público en general.
La sociedad, es claro, tampoco presenta un flanco imbatible. Sus partidos están debilitados por las concertaciones en lo oscurito (PAN) que los electores no le han cobrado en las urnas y por el debate no terminado sino espinoso, entre dirigentes del PRD. Con los últimos acontecimientos todo apunta a que Porfirio Muñoz se llevará una estocada por su negociación confiada en la ``sana intención'' del sistema de poder establecido. Los duros del PRD parecen entonces ``tener razón''. Lástima que los votantes aún no la pueden ver ni oír. Quizá porque a diferencia de los acomodaticios del PAN, les falta una estrategia para el triunfo en las urnas y no el mero pleito, la búsqueda de un ``guía impoluto'' o el juicio histórico y popular favorable de su proclamada ``verdad''.