Por tercer año consecutivo nos reunimos para la vigilia que todos esperamos no se convierta en tradición. Venimos a honrar la memoria de nuestros muertos, de los amigos, los compañeros, las compañeras, los niños alcanzados por la devastación. Bajo la lívida luz del sida, experiencia ya asociada para siempre con las postrimerías del siglo XX, hemos presenciado actos y comportamientos sostenidos de valentía, integridad, desprendimiento, generosidad extrema y, también, hemos contemplado el ámbito fangoso de los prejuicios, las atrocidades en nombre de Dios y la Santa Moral, la homofobia, la discriminación de los diferentes, la ignorancia y el miedo transformados en campañas del linchamiento moral y desahucio médico. Las respuestas al sida han estimulado a lo mejor y a lo peor de la sociedad, y no es exagerado decir que la pregunta latinoamericana del siglo XIX: ``¿Civilización o barbarie?'', se revalida ante las posiciones frente a las campañas preventivas, el uso del condón y el trato a los infectados. La actitud ante el sida es uno de los temas que definen a fondo el comportamiento civilizado.
La urgencia indeclinable de recordar y perpetuar la lucha y la memoria de nuestros muertos, es contraparte del trabajo en pro de enfermos y seropositivos, todavía sujetos a discriminaciones, hostigamientos y tratamientos anticuados (en gran parte del país, cuando los hay). Se tiene ya información confiable en torno a la terapia de pacientes con infección por VIH; y no hay duda, como señala el doctor Juan Sierra Madero, del papel de la replicación viral en la patogénesis de la inmunodeficiencia y, por tanto, de la estrategia a seguir: la inhibición de la replicación vital. Como resultado de tales adelantos, por primera vez, afirma el doctor Sierra, existe la posibilidad de comparar al paciente con infección por VIH con los que padecen enfermedades crónicas, a quienes un tratamiento sustitutivo o supresivo crónico logra mantenerlos vivos y con buena calidad de vida.
Las razones para el inicio del optimismo se suspenden cuando se llega al tema de la capacidad económica de los pacientes. Allí las buenas noticias se transforman en desesperanza. Gracias a los mecanismos implacables del mercado que el neoliberalismo exige, en países como México sólo un grupo muy restringido de personas infectadas con VIH consigue hacerse de los nuevos (carísimos) medicamentos. Otra vez, la sentencia en la pared: ``El genuino pecado original es la ausencia de poder adquisitivo''. Y esto modifica radicalmente lo que ha sido la conducta política y social de los interesados en resistir activamente a la pandemia. Si la prioridad impostergable de cualquier Estado es la defensa de la vida humana, es obligación del gobierno mexicano sistematizar el apoyo a las nuevas terapias, entregando los medicamentos a quienes los necesitan, en vez de como hasta ahora, sólo de quien puede pagarlos. No se trata aquí ya de buena voluntad estatal o de lo que sobra luego de los gastos tradicionales, sino de lo que no admite discusión ni jerarquización del gasto: las vidas humanas. Esto lo aplico también desde luego a otras situaciones: los niños tarahumaras, los niños de la calle en las grandes ciudades, las decenas de miles que mueren cada año en el país de enfermedades curables o de abortos clandestinos, las mujeres extraordinarias como la comandanta Ramona y los niños y hombres vejados por el clasismo y el racismo de quienes, con la vulgaridad que les es propia, siguen culpabilizando a las víctimas: ``Son pobres porque quieren/ Si están así es porque no saben trabajar/ ¿Quién les manda ser indios?/ Con el sida los homosexuales se llevan su merecido''.
¿Cuál es la función del Estado mexicano si, alegando escasez de recursos, se aleja de su compromiso indeclinable? En acatamiento de la homofobia, de los aspavientos clericales, y del evangelio sanitario según el prejuicio de la Buena Sociedad, se eleva ahora, con patetismo inocultable, el pretexto económico: ``No hay dinero para los medicamentos, los inhibidores de proteasa'', una manera como otras de afirmar: ``No hay Estado para los mexicanos que en verdad lo necesitan''.
Por estar convencidos del valor de nuestros muertos: por creer en la importancia suprema de la vida de enfermos y seropositivos, por esperar un México regido por jerarquías de valores legítimos, reclamamos una nueva, solidaria política de salud que ponga los medicamentos al alcance de quienes los requieren. Como nunca, la lucha no admite posposiciones, pretextos, marañas burocráticas. No se reclaman privilegios, sino la aplicación estricta del deber gubernamental que es asistencial y ético. Hoy los deudos se vuelven ciudadanos y la atención al derecho de los vivos es el homenaje más profundo a nuestros muertos.
* Texto leído en la Tercera Velada de Noche de Muertos por el sida, * el primero de noviembre de 1996.