La Jornada 7 de noviembre de 1996

Fernando Benítez
Andrés Henestrosa

Conocí al zapoteco Andrés Henestrosa hace más de 60 años, cuando ya había publicado Los hombres que dispersó la danza.

Maestro en burlas y en vinos, me admiró su asombrosa vitalidad. Nos reuníamos en el famoso restaurante contiguo a nuestro diario, El Nacional, y podía beberse una botella de wisky sin alterarse. Eran los tiempos extraordinarios del general Lázaro Cárdenas.

Una noche, los oficiales de la guardia de Cárdenas fueron al restaurante. Henestrosa había llevado a un niño zapoteco que estaba sentado en el único banco del mostrador (con el tiempo sería un gran arquitecto y ya murió; no recuerdo su nombre). Con los oficiales estaba un diputado muy famoso, que era amigo nuestro y acababa de ser padre. Yo le pregunté cómo pensaba llamar a su hijo y él me contestó que le pondría su nombre (que a mi parecer era bastante cómico). Imprudente, le respondí en tono de broma: no contentos con darnos la vida, los padres nos ponen nombres ridículos. Furioso, el diputado me dio una bofetada y yo le respondí con tal violencia que lo arrojé a la pequeña fuente del bar. Los oficiales que lo acompañaban sacaron las pistolas y nos amagaron con ellas. El niño, al ver que su amado Henestrosa iba con los brazos en alto y una pistola puesta en la espalda, dio un salto y vimos con asombro saltar los botones dorados y las charreteras de uno de los oficiales.

Al ver la desesperación del niño, los militares comprendieron que habían cometido un grave error y salieron a la calle, acompañados por el diputado.

Años después, cuando Henestrosa recibió la beca Guggenheim en idiomas, le dimos una fiesta. Yo, que me sentía un gran bebedor, lo reté a un duelo para ver quién resistía mejor. Henestrosa se concretó a decir: ``No quiero que mueras''. Y creo que en verdad hubiera muerto de haber aceptado el reto.

Maestro muy pobre, todos los sábados Henestrosa visitaba Tepito y compraba libros; hoy tiene una de las más valiosas bibliotecas de México. Escribía un pequeño artículo cada semana titulado ``Minucias'', lo que yo le reproché. Más tarde acepté ante él mi equivocación, ya que Borges dice que los grandes libros están hechos de minucias.

Hoy Henestrosa cumple 90 años y le ofrecen un homenaje, al que no puedo asistir por estar enfermo. Espero que alguien en mi nombre lea estas líneas. Henestrosa es símbolo de ese gran potencial humano, el indígena, que no hemos sabido aprovechar. Y así nos ha ido.