Para Emilio Carballido, por su merecido Premio Nacional
Las Noras mexicanas despertaron tardíamente, muy avanzado el siglo, pero lo hicieron con singular brío, sobre todo las de esa clase media que les permitió una mayor educación formal. Su negativa a seguir asumiendo con toda pasividad los roles impuestos socialmente ha producido una larga crisis en la pareja, ya que la mayoría de los hombres les van a la zaga en un entorno tan machista como es el nuestro. Los dramaturgos, hombres y mujeres --sobre todo los de la desconcertada generación que inicia su madurez-- revisan con ojo crítico las relaciones conyugales, aun cuando elijan personajes que no estén agudamente conscientes de su propia situación y aunque no siempre sea el punto de vista liberador el que predomine. Sea como sea, un tema que parece llegar a su agotamiento es revivido dramáticamente porque toca muy de cerca la vida cotidiana y aunque muchos conozcamos parejas que viven y envejecen con amoroso cuidado, la desmitificación del matrimonio parece ser una tónica más de estos tiempos del desengaño.
Algunos autores enfrentan a la pareja como rivales en un campo de lucha con vencedores y vencidos. Por ejemplo, los cuatro autores que residen en Baja California (Juan Carlos Rea, Ignacio Flores de la Lama, Hugo Salcedo y Rosina Conde) y cuyas obras cortas, recogidas en un volumen titulado En esta esquina... --que publicó la UABC-- transcurren en un ring boxístico en el que no falta el réferi. A pesar de la originalidad del planteamiento general de las cuatro obras, en ellas encontramos rastros de realismo; incluso, circundadas por el ring, las escenografías pedidas corresponden a interiores identificables, así sea marcados únicamente por el moblaje. Ahora la actriz e incipiente dramaturga y directora Patricia Rivas elude cualquier entorno realista en la pugna marital que establece en Los duelistas.
Texto y montaje son muy difíciles de separar en este espectáculo que actúa la propia Patricia Rivas, acompañada por Manuel Poncelis, quien parece borrar con papeles diferentes al nahual de Lo que cala son los filos, que lo ponía en peligro del estereotipo; Poncelis demuestra que puede encarnar con igual tino toda clase de personajes. Patricia Rivas busca --y consigue-- la abstracción casi pura para su peculiar lucha de los sexos, a la que envuelve en un cáustico humor que no es la menor de sus virtudes. Esa abstracción permite a la autora desnudar las reconditeces de sus personajes, en algo muy parecido al ``otro realismo'' que propugnan muchos dramaturgos y que en este caso se da, también, en la concepción escénica. En un espacio irreal, ajedrezado de suelo a techo y con una pantalla en la que sucesivos videos --caleidoscópicas o de escenas de dicha y erotismo conyugal y hasta de referentes inmediatos del diálogo como es el caso de las vacas--que podrían reflejar sus pensamientos más recónditos, rodeados de una banda sonora --lo mismo tamboras, que música, ladridos y jadeos de orgasmo femenino-- los duelistas se enfrentan.
Ambos visten mallas de esgrimistas, con un corazón, que romperán en un momento dado, por encima de su traje. Sólo en un instante utilizan las espadas de esgrima y hacen unas cuantas fintas. El resto del tiempo giran, pistola en mano, y las más de las veces dicen sus parlamentos vueltos de espaldas el uno al otro. Parlamentos que lo mismo pueden ser recitados de poesía clásica, muy al principio y entonados de modo diferente (para ubicar la raíz del conflicto, seria y altisonante ella al marcar su apetencia de distinción, burlón él de las ínfulas de su mujer; graves los dos cuando reconocen que polvo serán más polvo enamorado) que contrastantes parlamentos cotidianos, a veces de buscada gran vulgaridad.
Presenciamos el duelo de dos seres cuyo amor y mutuo deseo nunca se hacen explícitos a través de la palabra, sino de la interioridad marcada por la suma de recursos escénicos, incluida la gestualidad. A la amenaza directa, puede suceder una escena francamente erótica --la erotización de la pistola por parte de la mujer, los movimientos lascivos de los dos cuerpos separados y vueltos de espaldas. Se desean, no se soportan, quieren su propia muerte, aspiran a la del otro, nos dicen con sus giros y sus gestos mientras de sus labios surge la más banal de las peleas matrimoniales. Es un logro esta primera incursión de Patricia Rivas, en la dramaturgia y la dirección de escena, a la que sólo se podría reprochar la brevedad de su espectáculo --reproche que conlleva un elogio-- y para el que contó, amén de una muy bien aprovechada beca del Fonca para jóvenes creadores, con los apoyos de Carlos Trejo como director de arte (implique esto lo que implique), de Claudio Kaim en el video, del vestuario de Adrián Olivera y la música y sonorización de Mauricio Uribe