Jorge Legorreta
La ciudad de la crisis

Cada mañana, al amanecer, millones de mexicanos de la ciudad se despiertan sin saber con certeza su futuro cotidiano. Son los indigentes condenados de la tierra que Franz Fanón anunció a mediados del siglo; son subempleados, desempleados y empleados que salen a la calle en busca de lo mínimo para comer. Son los actores de la crisis que nutren calles, puentes, camellones y banquetas. Son los sectores sociales olvidados del poder, sólo reconocidos en los estudios como parte de los números y las cifras.

¿En donde están los sujetos y las expresiones de la crisis en la ciudad? Los reveladores reportajes (4-7 de noviembre) de nuestros compañeros Víctor Ballinas, Alonso Urrutia y Gustavo Castillo en La Jornada, descubren, efectivamente, la pobreza y la desigualdad; pero nos muestran y demuestran algo más preocupante: su amplitud a otras capas sociales.

Nos revelan una pobreza más allá de la indigencia, producto no sólo de la crisis en general, sino de las políticas sociales que el gobierno de la ciudad ha aplicado en los últimos años.

Un proyecto de país orientado a convertir la ciudad en el gran espacio del consumo para la venta de objetos producidos en otras partes del mundo, dictará todas las normas para el cierre de nuestras fábricas; esas donde se elaboraban los productos mexicanos. Así fue. Con la transformación de las grandes y medianas empresas en simples exportadoras de artículos se expulsó a miles de obreros y empleados, mismos que hoy se ganan el sustento como comerciantes ambulantes en las calles de la capital. Políticas de abandono al campo nutren los 350 campesinos que diariamente llegan aquí, para sobrevivir en cualquier actividad, incluyendo la indigencia.

Las políticas sociales transitan ahora con prisa hacia las economías de mercado; eso explica, en gran parte, el crecimiento de la pobreza urbana. Ante una demanda creciente de necesidades es inegable la drástica disminución que ha sufrido la edificación de viviendas, centros hospitalarios, escuelas y centros deportivos para los sectores populares. ¿Dónde están las instituciones del Estado para la defensa del salario y para el mantenimiento del bienestar colectivo? Por ahí, en la marginalidad, prácticamente inhabilitadas para cumplir esos mandatos públicos y constitucionales. Obviamente no se venden por su nula rentabilidad mercantil, ¿quién ganaría con edificar casas para los pobres? Por eso se suprimen o se les mantienen como instituciones decorativas de las funciones del Estado.

Se han ausentado los compromisos históricos de la revolución institucionalizada y los gobiernos comprometidos con las necesidades sociales. Qué falta nos hacen ahora, en estos tiempos del mercado, los ilustres hombres de nuestra patria alejados del poder para acumular grandes fortunas, aquellos que sentaron las bases de nuestra identidad nacional, que cimentaron la educación y la cultura para las mayorías necesitadas.

Desafortunadamente, los más pobres no son los únicos sectores de la crisis. La pobreza invadió otras capas medias de la población acostumbradas a ciertos bienestares perdidos. Estos sectores medios estabilizadores del poder por la vía electoral cobrarán, seguramente, su factura pendiente al gobierno en las próximas elecciones. Son miles de familias imposibilitadas para comprar un auto, viajar, tener a sus hijos en colegios exclusivos y, principalmente, mantener la seguridad sobre su devaluado patrimonio, pues los bancos se han encargado de hipotecarles de por vida su futuro.

Gran parte de la clase media, en otros tiempos orgullosa, se mantiene hoy enclaustrada y feudalizada en sus colonias, con sus calles cerradas, molesta e irritada por la crisis.

La actual crisis no es para trivialidades o falsos triunfalismos gubernamentales. Tampoco es un problema de cifras siempre maquilladas, sobre la pobreza y el desempleo. La crisis no es sólo económica, sino moral; se ha convertido en la desesperanza y el desvanecimiento de la confianza en el futuro. La pobreza es sólo su expresión visual. No convirtamos esa pobreza urbana en probables estallidos sociales, como se han dado en otras partes de nuestro país