Letra S, 7 de noviembre de 1996
Como es bien sabido, el sida se distingue de las demás enfermedades
que aquejan al mundo contemporáneo porque no ha podido combatirse con
las mismas armas. En otras luchas por la salud, debido a que son
comunes y corrientes las reacciones de solidaridad hacia los enfermos
y la gente que los rodea, no es sorprendente que se llegue a producir
en muy poco tiempo una diversidad de acciones en beneficio de los
afectados. Por lo demás, estas acciones se llevan a cabo sin el menor
cuestionamiento sobre la ``calidad moral'' del enfermo: en el caso del
cáncer, insisto, suele considerarse que la pérdida anunciada de la
vida es de por sí lo suficientemente dura como para además agregarle
un fardo de cuestionamientos, que por lo general solo deprimen al
enfermo y lo hacen sentirse culpable de estar enfermo.
En lo que se refiere al sida, las acciones análogas de solidaridad y de ayuda nunca fueron tan espontáneas ni tan expeditas. El prejuicio y la condena moral sobre algunas de sus formas de transmisión --es decir, la lectura que hace la derecha de las ``causas'' de la enfermedad y la ``naturaleza pervertida'' de quienes la padecen, determinaron que la lucha contra el sida tuviera retrasos en el establecimiento de políticas globales de prevención que pronto estaremos (¿ya estamos?) pagando muy caro.
Sin duda, es en el grado de madurez y de eficacia de las campañas en donde puede observarse si un gobierno ha hecho lo que debe en la lucha contra el VIH, o si solo ha estado ``tapándole el ojo al macho'' para no provocar demasiadas reacciones de indignación. De acuerdo con un documento elaborado por el Conasida (Evolución de las campañas del Conasida, octubre de 1996), en 1988 se realizó un spot denominado Castígame, de 30 segundos de duración y en el que aparecía Lucía Méndez promoviendo el uso del condón. El documento consigna: ``Antes de transmitir el spot se convocó a una rueda de prensa; sin embargo, lejos de causar ventajas para la promoción de las nuevas campañas, las notas periodísticas ocasionaron que los grupos conservadores reaccionaran en contra y que la televisión privada se negara a difundir la campaña en forma definitiva.''
En lugar de pugnar por imponer en ese momento una campaña que hubiera podido resultar eficaz --debido a la presencia de Lucía Méndez-- y defender a costa de lo que fuera un texto por demás inocuo, el Conasida prefirió seguir adelante con una campaña de ``mensajes más conciliatorios'' (el subrayado es mío), denominada ``Día mundial de información sobre sida''.
Esta campaña consistió en dos spots con Hugo Sánchez. Y el mensaje, más que conciliatorio, fue de una bobería tan grande que ni siquiera se entiende bien de lo que se trata. Lo más seguro es que no haya tenido efecto preventivo alguno: una de las reglas de oro en la prevención del sida es la claridad de los mensajes, lo explícito de la información. Una campaña preventiva, y ojalá que esto ya se haya comprendido bien, se hace para generar en un público específico la percepción del riesgo que le permita emprender cambios para sustituir prácticas sexuales riesgosas por otras más seguras o protegidas.
Es inaceptable que en vez de imponer criterios rectores en verdad adecuados para la prevención, el gobierno haya preferido echarse para atrás. Sobre todo porque esto de los mensajes ``más conciliatorios'' carece de sentido en la lucha contra el VIH/sida. Si el objetivo real es frenar, mediante la prevención, los efectos mortales de un virus, entonces resulta irrelevante la moral ofendida de ciertos grupos que, al condenar el uso del condón, pugnan porque la enfermedad siga devastándonos. Dicho de otro modo: nunca debió aceptarse que la derecha ganara esa batalla.
Según el mismo documento, el objetivo número tres de la campaña planeada para los medios masivos de comunicación en 1987, es ``promocionar la monogamia como la mejor estrategia preventiva y el uso del condón como alternativa'' (los subrayados son míos). El efecto de lo anterior fue nefasto para las campañas posteriores, pues casi todas estuvieron marcadas por cierta huella conservadora, que ilusoriamente pretende imponer como estrategia principal la monogamia en un país de machos polígamos.
Otro aspecto no menos importante: la falta sistemática de evaluaciones. El documento describe las campañas comprendidas entre 1986 y 1994, año en que termina la administración salinista. En este periodo, es notorio que no se hayan realizado procesos evaluatorios sistemáticamente, es decir, para todas las campañas ideadas y realizadas. Algunas más elaboradas que otras, estas campañas exigían una evaluación rigurosa. De otro modo, no había forma de saber hasta qué punto había tenido éxito lo planteado en ellas, por más aberrantes que fueran los conceptos en los que se basaban: ``...la selección de la pareja es una de las medidas más eficaces para evitar la propagación'' (op. cit., p. 10).
El problema, al parecer, fue principalmente la falta de recursos. Tal vez el gobierno supuso que no había razón para gastar más presupuesto en algo tan nimio como una evaluación. Y tal vez por suposiciones como esa el país entero esté en las condiciones que está.
El caso tailandés
El ejemplo de Tailandia en lo que respecta a las posibilidades de frenar la transmisión del virus en públicos específicos podrá ayudarnos a entender que las campañas para promover el uso del condón sí son útiles. Los resultados obtenidos en un estudio epidemiológico dirigido por el doctor Chirasak Khamboonruang, de la Universidad de Chiang Ma• --publicado recientemente en The New England Journal of Medicine--, y realizado entre 1991 y 1995 con 4311 jóvenes reclutas de 21 años, indican que la proporción de aquellos que señalaban haber usado un condón en sus primeras relaciones con sexoservidoras se elevó de 61 por ciento a 92.5 por ciento. En 1995, solo 2 por ciento de los reclutas tenían antecedentes de enfermedades de transmisión sexual, en comparación con el 42.2 por ciento en 1991. Y en el mismo periodo, la proporción de jóvenes que tuvieron relaciones con sexoservidoras bajó de 81.5 por ciento a 61.8 por ciento.
Para el autor del estudio, estas cifras son resultado de un programa global puesto en marcha por el gobierno tailandés al inicio del decenio. El programa tenía como objetivo principal el que los jóvenes tailandeses usaran condón al tener relaciones con sexoservidoras. Por lo que se ve, los resultados fueron positivos.
Es impostergable que el gobierno tome decisiones radicales para iniciar, de una vez por todas, una estrategia nacional de prevención del sida. Para ello, habrá de tomar en cuenta algo que no ha querido ver, y que tiene frente a las narices: la lucha contra el sida no consiste en complacer a nadie que se oponga a la verdadera lucha por la vida. Si los responsables políticos de este país no logran entenderlo, los demás nada podremos hacer por salvar a quienes más queremos.