Jaime Martínez Veloz
El Presidente, el sub y la paz

Montar una provocación es relativamente fácil. La situación de Chiapas y en general la del país presentan muchos puntos vulnerables. Desactivar esa provocación es tarea de meses y conlleva el esfuerzo de muchos. A veces significa volver con las partes y refrendar los acuerdos mínimos para de allí volver a andar los caminos del diálogo. A este trabajo, que parece de Sísifo, se ha dedicado la Cocopa desde su conformación.

Las provocaciones se han montado desde los más insospechados recovecos del sistema político. Hay sectores enquistados en posiciones dentro del aparato gubernamental que se resisten, por un absurdo principio de autoridad y/o por intereses creados, a utilizar nuevos métodos para problemas inéditos, como el del conflicto con el EZLN.

También hay grupos de poder económico y político en Chiapas y en otros puntos del país que, alentados por un escenario de incertidumbre, juegan al montaje siniestro de la provocación. Por último, pero no por eso menos importante, existen sectores radicalizados que quisieran ver en el EZLN el ángel armado de la democracia, pero no asumen el costo que un enfrentamiento traería para las comunidades indígenas. Estos grupos parecen no haber aprendido nada de la historia de las luchas armadas en América Latina.

En este contexto, cabe decir que la situación de los dos líderes de las partes en proceso de diálogo es similar. El Presidente de la República está convencido de que la concertación es la única forma válida de resolver el conflicto chiapaneco. En los hechos y conforme a la ley, se ha esforzado en allanar los obstáculos que han amenazado al diálogo. Está convencido de que la paz digna no sólo es factible sino que es una posibilidad que debe construirse en un tiempo relativamente corto. Está comprometido con esta causa por las mejores razones republicanas.

Por su parte, el subcomandante Marcos y la comandancia indígena han tenido la claridad de dejar abierta la puerta a la negociación, incluso en los peores momentos de crisis del diálogo. Aquellos que desde una aparente posición de izquierda lo acusan de negociador, debían tener conciencia de que ha sido precisamente esta cualidad la que ha permitido no agravar aún más esos días críticos. El sub también está convencido de que la negociación es el camino correcto, ha sabido mantener su distancia de otras organizaciones de dudoso origen y, desde luego, ha sorteado la tentación de la heroicidad y el martirologio momentáneos que muchos de sus supuestos ``simpatizantes'' esperan desde el fondo de sus corazones. El sub está comprometido con el proceso de paz por las mejores causas indígenas y democráticas.

Desde luego, ambos líderes tienen diferencias acerca del momento que vive el país y de la forma en cómo resolverlos, pero tanto el Presidente como el sub tienen ideas semejantes acerca de lo que el conflicto requiere para tener una solución definitiva. Son líderes realistas que saben que un posible acuerdo de paz con dignidad no sería un punto de llegada, sino un punto de partida para sumar a otras fuerzas políticas y sociales.

Ambos líderes están acosados por los muchos disfraces de la intolerancia, esa que pretende acabar con las diferencias y que ve en los que disienten a enemigos mortales. Ambos han respondido con mesura en los momentos que se requería, evitando los buenos oficios de los lobos con piel de oveja que aconsejan jamás ceder posiciones y jugar al desgaste y la provocación.

Los individuos no hacen la historia, se asegura. El conflicto se originó por motivos que superan la voluntad de los dos líderes y se resolverá merced a complejos mecanismos políticos. No obstante esto, la historia también muestra que, en los momentos de crisis, la claridad y compromiso de los dirigentes ayudan a sortear venturosamente los abismos del enfrentamiento y la guerra.