Wayne S. Smith
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Pocos cambios en la política hacia Cuba
Los que esperan algún giro en la política de Estados Unidos hacia Cuba después de la elección, un giro que lleve a un mejoramiento de la relación, probablemente se desilusionarán. De hecho, no existe cambio posible. Entre otras la Helms-Burton, aprobada por el presidente Bill Clinton en marzo de 1996, codifica casi todas las sanciones contra Cuba. Antes de esa ley, el embargo, los controles de circulante y varias medidas más estaban basadas en órdenes ejecutivas y por lo tanto modificables o suspendidas a discreción del presidente. Ya no.
Ahora todas quedaron incrustadas en la ley y sólo pueden modificarse o ser canceladas por un acto de la legislatura. En efecto, el presidente ha firmado algo que cede su autoridad para conducir la política exterior hacia Cuba. Sus manos están atadas. No podría ni levantar el embargo sobre la venta de comida o medicinas sin que el Congreso apruebe una ley autorizándolo.
Peor, la Helms-Burton establece las condiciones bajo las cuales las sanciones pueden ser levantadas, o sea, bajo las cuales el Congreso estaría dispuesto a promulgar una legislación para levantarlas, y son extremamente irreales. Por ejemplo, aun si Cuba celebrara elecciones justas y democráticas y si Fidel Castro y su hermano Raúl fueran mantenidos en sus puestos como resultado de estos comicios, Estados Unidos todavía prohibiría negociar con el resultante gobierno provisional. Tampoco podría entablarlas con un nuevo gobierno que no haya regresado todas las propiedades que fueron confiscadas a estadunidenses hace más de 30 años. Eso, claro, incluiría todas las propiedades tomadas a los millones de cubanos que ahora viven en Estados Unidos. Y eso ningún gobierno cubano imaginable lo haría.
Todo esto quizá es discutible, claro, porque no es muy probable que haya un cambio de gobierno ahí. Cuba se ha embarcado en un lento proceso de reforma, pero Castro probablemente permanecerá en su puesto otra década o más, y cualquier grupo gobernante que lo releve casi seguramente provendrá de la estructura de poder existente. La visión Helms-Burton del colapso del sistema existente y su sustitución por un nuevo gobierno aceptable a Estados Unidos, probablemente quedará sólo en eso: una visión.
Mientras tanto, la Helms-Burton se presenta como un obstáculo a cualquier cambio de la política estadunidense. Suponiendo incluso que el presidente tenga la voluntad y la inclinación de intentar cancelar la Helms-Burton, eso representaría un proceso largo y arduo, que sin duda duraría años. Y de hecho hay poco que sugiera que tiene la intención de moverse en esa dirección. Al contrario, juzgando su reunión con líderes del exilio cubano en Miami, a sólo una semana antes de la elección, Clinton está satisfecho con su estrategia de asumir una línea dura hacia Cuba para ganar el apoyo --y las contribuciones de campa-ña-- de los sectores más conservadores de esa comunidad. Lo que se perfila es que mantendrá el mismo curso después de su relección.
Un factor en la ecuación que podría forzar algún cambio sería la continuación de la fuerte oposición de la comunidad internacional al acta Helms-Burton, la cual es percibida no sólo como violatoria de la ley internacional sino también de la soberanía de otros estados. Canadienses, mexicanos y europeos ya han redactado una legislación retaliatoria que podría tener consecuencias dolorosas para Estados Unidos. Además, los europeos han presentado una queja contra nosotros en la Organización Mundial de Comercio.
Sin embargo, en vez de mover al presidente hacia una cancelación de la Helms-Burton, tal presión internacional quizá sólo provocará una decisión para continuar postergando la implementación del título tercero, la medida de la Helms-Burton que permite a los estadunidenses demandar a entidades extranjeras en cortes de este país. Mientras que es mejor que nada, eso no abarcará, y tampoco mejorará, las relaciones Estados Unidos-Cuba.
*Wayne Smith es investigador del Centro para la Política Internacional en Washington y fue jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana entre 1979 y 1982. Especial para La Jornada.