La Jornada 8 de noviembre de 1996

FIDEL CASTRO EN CHILE

El presidente cubano no ha estado en tierras chilenas desde hace más de veinte años. La última ocasión que visitó ese país, Fidel Castro presenció un panorama político convulso y movilizado en el último tramo del gobierno de Salvador Allende, a quien regaló --en gesto por demás simbólico y premonitorio-- un fusil de asalto. Lo que vino después es historia conocida: el cruento asalto al poder por parte de los militares chilenos, el asesinato del presidente socialista en el Palacio de La Moneda y el establecimiento de uno de los más criminales regímenes castrenses que ha padecido América Latina.

La presencia del mandatario cubano en la cumbre iberoamericana que habrá de realizarse en Santiago de Chile este fin de semana, no sólo será un indicador de los vastísimos y profundos cambios experimentados en el mundo y en América Latina en la última década, sino también una corroboración de los avances logrados por la democracia chilena, así como de los progresos del gobierno cubano con respecto a la asfixiante y angustiosa situación económica y al aislamiento político que ha venido enfrentando desde la desaparición de la Unión Soviética y sus satélites europeos.

En el primer aspecto, cabe recordar que hace diez años los regímenes de Cuba y Chile representaban los más contrastados extremos políticos en América Latina: un rígido gobierno socialista, afiliado sin matices al bloque soviético, por una parte; y, por la otra, una sangrienta dictadura militar de signo anticomunista, incubada por las transnacionales estadunidenses, el Departamento de Estado y la CIA, edificada sobre las ruinas de la democracia chilena, y pionera en la aplicación del capitalismo salvaje en la región.

De entonces a la fecha, Chile, no sin dolorosas concesiones a los integrantes de la vieja tiranía castrense, ha transitado a una democracia parlamentaria, en tanto que Cuba ha debido abandonar muchos de los férreos principios de la economía planificada y abrirse a la inversión extranjera, si bien conservando en lo esencial un sistema político cuyas simpatías internacionales han sufrido una merma significativa y un desplazamiento de motivos: hoy, aunque el régimen y el esquema económico de la isla difícilmente pueden considerarse como modelos a seguir, muchos gobiernos y sectores sociales de Latinoamérica y del mundo consideran que los cubanos deben estar en condiciones de ejercer su autodeterminación política y económica y que toda decisión que implique la preservación o la transformación de las estructuras políticas y económicas debe ser tomada por la propia población de Cuba, sin presiones injerencistas de otros Estados.

Signos de los tiempos: al inicio de los años setenta, Castro llegó a la capital chilena en medio de consignas de solidaridad. Ahora sus anfitriones gubernamentales enfrentarán las resistencias locales y las presiones estadunidenses esgrimiendo la libertad de comercio.

En el escenario de la política interior chilena, los infructíferos exabruptos y desplantes de la cúpula militar ante la llegada de Castro permiten hacerse una idea de cuánto poder han perdido los viejos cabecillas de la dictadura en el periodo democrático. Si bien siguen disfrutando de impunidad en relación con los muchos crimenes cometidos desde el poder durante el tiempo que lo ejercieron, los mandos pinochetistas ya no son capaces ni siquiera de amenazar con una crisis institucional para impedir el recibimiento en el país de quien fue uno de sus más emblemáticos enemigos en la arena internacional.

Por lo que se refiere a Cuba, es claro que la participación de su presidente en esta nueva cumbre iberoamericana será un paso más en su reinserción en Latinoamérica y un elemento político adicional en la lucha por derrotar a la infame ley Helms-Burton, que no sólo agravia el derecho cubano a la autodeterminación sino que lesiona las soberanías nacionales de todos los países que mantienen relaciones comerciales con la isla, empezando por el nuestro.