Horacio Labastida
Lección americana: democracia de votos sin ideas

A Julio Scherer

El estudio de la sociedad avanzada y los individuos que la forman obliga la cita de Herbert Marcuse (1898-1979) y su Hombre unidimensional (1964). Al término de la visita del filósofo a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Francisco López Cámara me comentó con entusiasmo: ``únicamente, Horacio, he escuchado a dos gigantes de la cultura contemporánea, mi maestro Fernand Braudel y Marcuse, cuyas postulaciones del hombre y la utopía son temas claves para el entendimiento del mundo contemporáneo''. Cierto, en Marcuse la utopía simboliza el juicio crítico de la sociedad real, incorporándola así al área de la inteligencia crítica acotada por Hegel de esta manera: pensar es pensar negativamente en relación con cualquiera afirmación, pues si la negación fuera imposible la afirmación se transformaría en totalitarismo absoluto, y por tanto en supresión de la libertad del hombre, cualidad esta tan esencial en su condición que libertad significa precisamente ser humano y no cosa, o sea sujeto de derechos y deberes morales en una colectividad de sujetos de derechos y deberes morales.

Pero la sociedad avanzada no parece cuna propicia al hombre libre; por el contrario, su irrenunciable urgencia de conservación y reproducción impone la mutilación de lo humano a través de un proceso de unidimensionalización. ¿Qué es el hombre unidimensional? El hombre cercenado de su aptitud de negar el orden de cosas existentes, aunque tal orden signifique su aniquilamiento. Estos términos ponen al hombre ante los totalitarismos que lo amenazan, sean del viejo cuño inquisitorial-vaticano o del nuevo representado por las nomenclaturas soviética y fascista, o del actualizado capitalismo trasnacional que, igual que los otros, impulsa la cosificación o unidimensionalización de lo humano. Enterrados sin solemnidad alguna los dos primeros, nos queda el de los mercados libres y la democracia sin ideas.

Los mercados libres de nuestros días exigen el consumo global de la producción global de las empresas globales que inducen enormes ganancias a sus accionistas y propietarios, sin importar por supuesto que lo consumido responda a necesidades auténticas de la población. Los mercados, menos libres y más planeados por esas compañías gigantes, son operados de manera que las utilidades aseguren el máximo bienestar de las élites y una acumulación que permita repetir y acrecentar el ciclo productivo y reproductivo de los negocios faraónicos. Para lograr estas metas, el sistema trasnacional-empresarial engendra estructuras de poder político que lo protegen contra protestas, insurgencias u oposiciones que impliquen riesgos a su sobrevivencia.

¿Cómo evitarlo? Los mecanismos puestos en práctica en la sociedad avanzada y sus satélites son bien conocidos: el radical consiste en la supresión física de la protesta o rebelión; el civilizado remoldea los impulsos e ideas de la gente por medio de la sistematización y sofisticación de una propaganda tan globalizada que no deja ningún resquicio para ver más allá de los escenarios propagandísticos; es decir, con estas estrategias se purga del hombre el pensamiento negativo, su libertad, a fin de transformarlo en personaje dirigido al consumo masivo e indiscriminado, condición sin la cual vendríase abajo el capitalismo trasnacional puesto en juego por la sociedad avanzada.

Factor implícito en esas metamorfosis sociales es el cambio de la libertad verdadera por la libertad simulada de una democracia, donde el ciudadano unidimensionalizado sufraga en favor de los candidatos al gobierno, dispuestos a desempeñarlo de acuerdo con las reglas aprobadas por las hegemonías de la riqueza. Esta es la situación que aclara la naturaleza de las elecciones norteamericanas. Ni republicanos ni demócratas discuten los grandes problemas de su país; hacerlo provocaría el surgimiento del pensamiento negativo del bienestar monopolizado en minorías con base en el malestar generalizado en las mayorías, y de la emergencia de un mundo perseguido y aterrado por quienes buscan mudar la soberanía de los pueblos en sumisión ante las órdenes del poderoso.