Guillermo Almeyra
Las resistencias a la aplanadora

Para muchos el neoliberalismo es una aplanadora en cuyo camino nadie puede interponerse. Pocos, poquísimos, estudian el qué hacer a partir de las resistencias al nuevo Moloch. Eso, precisamente, es lo que trataré de hacer en estas pocas líneas, por fuerza generales y esquemáticas.

En primer lugar, la nueva fase del capitalismo ha destruido dos de los pilares fundamentales de la fase anterior: al llamado socialismo real, conservador, mantenedor del statu quo mundial, estatista a ultranza, y al Estado providencia. La esperanza en el primero salvó y preservó al capitalismo mundial, permitió la reconstrucción de sus Estados, envió a callejones sin salida la rebelión de los pueblos coloniales, integró a los movimientos obreros europeos en el sistema. La esperanza en el segundo, tanto en el caso socialdemocrático como en el populista, fue a su vez un poderoso elemento de conservación, de integración, de delegación de iniciativas políticas por parte de los trabajadores en manos de otros dos pilares del Estado fordista y del Bienestar social: los sindicatos estatalistas y funcionales al sistema y los partidos a cuya burocracia los ciudadanos en potencia delegaban sus derechos y deberes..

La destrucción de la esperanza en el Estado en su forma ``socialista real'', populista o socialdemocrática ha dejado a todos los actores de la vida social librados a sí mismos y ha desencadenado una brutal lucha de clases y de intereses. En medio de los evidentes efectos de desmoralización y desconcierto, sobre todo iniciales, comienza ya a aparecer la necesidad de alzar la cabeza y mirar por entre el polvo y por sobre los escombros del pasado qué queda en pie, qué se puede preservar, de dónde partir para construir o reconstruir una vida civilizada y más humana bajo el embate mismo del capitalismo.

La física nos enseña que lo negro, al verlo, por ejemplo, con un potente microscopio, está lleno de manchas blancas. Lo mismo sucede con el neoliberalismo, que efectivamente es mundial y hegemónico, pero que, por un lado, avanzó pero dejando islotes, bolsones de resistencia precapitalistas o anticapitalistas y, por otro, no pudo hacer tablar rasa, de todas las conciencias, identidades y experiencias por lo menos en este periodo de transición. Basta con decir que, para triunfar en el plano ideológico, el capitalismo debe acabar con los dos humanismos, el cristiano y el socialista, que han formado nuestra civilización en los últimos siglos...

La ruptura y/o vaciamiento de los sindicatos tradicionales permite grandes movimientos que se hacen al margen de ellos y contra el Estado, en el cual aquéllos se han integrado, y que a veces originan organismos reivindicativos y defensivos de tipo nuevo, capaces de unir a la minoría que aún tiene un trabajo a tiempo completo y formal con los desocupados, semiocupados, trabajadores a tiempo parcial, marginados, oprimidos, que están al margen del sistema salarial formal. Hay así posibilidades de una nueva homogeneización de las clases dominadas a pesar de las tendencias racistas y regionalistas que tienden a dar origen a una guerra de los pobres contra los pobres. Por otra parte, la eliminación del consenso y de la soberanía, al concentrar al Estado sobre todo en las funciones represivas, lanza contra éste la protesta de masas. La autoorganización, la autonomía, la autoadministración, la autogestión --desde la creación de comités obreros de base contra los sindicatos autoritarios y estatizados hasta la creación de ``trabajos de utilidad social'' o el desarrollo de las ONG y del llamado Tercer Sector no lucrativo-- comienzan a ser ya masivas y a cambiar la vida política no sólo en lo que respecta a la oposición al Estado y a la delegación de poderes a las burocracias sino también en lo que se refiere a la construcción de nuevas relaciones desde abajo, en cierto modo de las bases para otro tipo de Estado. Mientras tanto, la mundialización del capital (que trata de mantener nacionales las fuerzas de trabajo para aprovechar de las diferencias salariales directas o indirectas) lleva también a romper con el egoísmo local, a ``pensar mundialmente'', a mundializar las luchas no sólo extendiéndolas a escala regional (Europa o el Mercosur, por ejemplo) sino también uniéndolas con todas las víctimas del sistema (estudiantes, indígenas, amas de casa, ancianos, etcétera). Frente al hedonismo y el darwinismo social nace así una nueva ética solidaria. Sobre esto habrá que volver, porque en eso reside las esperanzas en una alternativa.