En estos días se ha producido en España un acontecimiento singular, tanto por lo que significa de reconocimiento de una vieja deuda como por la reacción del gobierno del Partido Popular. Se trata, simplemente pero no tan simplemente, de la llegada de alrededor de 300 miembros de las Brigadas Internacionales que pelearon al lado de la República durante la Guerra de 1936 a 1939 y a los que el Congreso de los Diputados ha otorgado la nacionalidad española.
En ese grupo numeroso había norteamericanos: la famosa Brigada Lincoln, después sus integrantes fueron reiteradamente reprimidos en su propio país en la negra etapa del macartismo; italianos (entre otros Pietro Nenni); alemanes, soviéticos, ingleses, yugoslavos, belgas, franceses, y por lo menos un mexicano ilustre, nada menos que David Alfaro Siqueiros, todos ellos impulsados por el deseo de ayudar a la República en su lucha desigual contra el Ejército franquista bien reforzado con máquinas y hombres de los Estados fascistas de Alemania e Italia, particularmente por la aviación alemana que, entre otras cosas, bombardeó sin misericordia ciudades abiertas, entre otras, Guernica, en el País Vasco y Barcelona (yo estaba allí y nos cayeron bombas por todos lados, algunas muy cerca).
España los ha recibido, como no podía ser menos, con los brazos abiertos. Pueden imaginarse que son todos unos viejos reviejos que se jugaron la vida: una tercera parte de ellos la perdieron, en favor de la causa de la República que era, sin la menor duda, la causa del pueblo español. Pero la emoción de las actuales generaciones españolas ante esos hombres míticos ha sido extraordinaria.
No ha faltado, sin embargo, un pelo en la sopa. Los integrantes del gobierno, incluido Aznar, el del bigotito chaplinesco (pero sin gracia alguna); el presidente de las Cortes: un fascista reconocido y muchos más han hecho mutis por la derecha (¡por supuesto que por la derecha!) y se han abstenido de recibir y honrar a los viejos brigadistas. A cambio de ello los homenajes populares han sido incontables.
Este hecho, que en el fondo no tiene tanta importancia: los brigadistas han gozado y disfrutado la simpatía popular, lo que pone de manifiesto es que la famosa centro derecha en que se escudó Aznar para ganar las elecciones por un pelito, no es más que la repetición de las viejas ideas franquistas con un disfraz de admiración por Don Manuel Azaña, que Aznar invoca y una realidad de regresismo totalmente pasado de moda y que ya está provocando que la relativa popularidad del presidente del gobierno que lo llevó al poder hoy, de acuerdo a las encuestas, se esté perdiendo aceleradamente.
Las Brigadas Internacionales, que actuaron heroicamente en el frente de Madrid hace exactamente 60 años (con exactitud de fecha: el 7 de noviembre de 1936 fue la batalla definitiva que impidió a Franco conquistar la capital española), salieron de España, por decisión del gobierno de la República, a finales de 1938. Eso me trae un recuerdo en cierto modo doloroso. Mi padre nos había enviado a Francia poco antes. Vivíamos en Banyuls-sur-Mer, un pueblecito del Pirineo francés, mi madre, mis tres hermanos y yo en un par de cuartos alquilados a un señor Demarquoix, fotógrafo profesional donde tambien vivía, desde mucho antes, una familia española, los Riestra. Al producirse la salida de las Brigadas, Víctor Riestra y su hermana nos invitaron a ir a Port-Bou, frontera con Francia, a recibirlos y a pedirles autógrafos lo que hicimos en un cuaderno de clase que conserva Pacita. El de los Riestra tuvo otro destino.
El problema es que, cándidamente participamos en un acto cuyas consecuencias advertimos mucho después. Los brigadistas, que eran en ese caso belgas, firmaban entusiasmados y anotaban sus direcciones. Pero la familia Riestra, después lo supimos, ejercía una labor de espionaje y su cuaderno habría servido para integrar las listas de brigadistas que después llegarían a manos de la Gestapo, en plena ocupación de Europa por los nazis. Las razones pueden imaginarse.
Paz, mi hermana, conserva el cuaderno que nunca salió, por supuesto, de nuestro poder. En estos días le pediré que me lo preste para recordar los nombres de aquellos hombres admirables. Me emociona la idea de volver a econtrarme con ellos. Pero me duele el recuerdo de aquella repugnante maniobra.