El nombre de esta importante avenida se debe a que ahí se encontraba el templo de Belén de los Mercedarios y enfrente del mismo pasaba el espléndido acueducto integrado por más de 300 arcos, que llevaba el agua desde los manantiales de Chapultepec desembocando en la fuente del Salto del Agua.
Del acueducto ya hemos comentado que sólo existe un pequeño tramo; la iglesia, para nuestra buena fortuna, está en pie y conserva dos altares laterales barrocos que son una maravilla, al igual que la imagen principal, que es la original Virgen de la Merced, que tiene una hermosa historia: un buen día en el siglo XVI, en la capital apareció solito un burro con un bulto amarrado y una nota que decía: ``Esta virgen llegó a Veracruz y va a la ciudad de México, al convento de la Merced, por favor ayúdela a llegar a su destino''... y llegó.
Continuando con el templo, los estofados de uno de los altares son piezas de museo por su finura y belleza. El patrón arquitectónico es muy peculiar, ya que tiene adosada una enorme capilla, dedicada a las Animas, casi del tamaño del templo.
Fue establecido por los padres mercedarios, órden fundada en Barcelona en 1218, por Don Jaime I, rey de España y de Aragón, y Don Pedro Nolasco, como Orden Militar de Nuestra Señora de la Merced y Redención de los Cautivos. Estaba constituida por caballeros militares y su objetivo era rescatar a los cristianos que caían en poder de los moros. Al correr de los años se tornaron en frailes, ``trocando la espada por la cruz''.
A Nueva España llegaron en 1589, procedentes de Guatemala, estableciéndose en un principio en un modesto mesón cerca de la Alameda, para construir por los rumbos de San Lázaro un magnífico convento con el claustro más bello de América y después bautizar el barrio, que hasta la fecha se conoce como la Merced.
En 1626 varios de estos religiosos que se dedicaban a convertir indios al cristianismo, fundaron un pequeño convento en un predio, que les donara una generosa india llamada María Clara, en la parte occidental de la ciudad, una zona todavía cercada por las aguas; unos años más tarde, doña Isabel Picazo les dio un sustancioso donativo con el cual construyeron un convento más amplio y la iglesia que hoy conocemos. A fines del siglo XVII, decidieron crear un colegio que sirviera para los religiosos de la orden, lo que se hizo en 1686, bajo la advocación de San Pedro Pascual. Según nos informa don Lauro E. Rosell en su obra Iglesias y conventos coloniales de México, al momento de la exclaustración poseían varias casas de renta y fincas rurales que sumaban un valor de 50 mil pesos, cantidad muy respetable en aquella época.
Esta linda iglesia se encuentra cerca de donde estuvo la famosa garita de Belén, que era una de las entradas a la ciudad; tenía cinco grandes puertas divididas por el acueducto, además de una casita donde dormían los guardianes. Por ella pasaban todos los productos que venían de los estados de México y Michoacán, y los pasajeros procedentes de Toluca y Morelia.
Este era el camino para ir a Chapultepec, antes que el efímero Maximiliano construyera el Paseo de la Reforma, entonces llamado Del Emperador, en su honor. Cuando los virreyes cruzaban la garita para ir a pasear al añejo bosque, la engalanaban y llevaban musica; también era sitio de reunión de los que iban de día de campo a Tacubaya o a Chapultepec. Durante el tiempo que el presidente vivió en el entonces pueblo de Tacubaya, era muy concurrida; al igual que cuando había entierros, pues por allí se cruzaba para ir a los panteones de Dolores, Francés y de la Piedad.
Otro atractivo cercano al convento de Belén, era el famoso Paseo de Bucareli, muy popular, entre otras cosas, porque allí se encontraba la plaza de toros, en la que --según Manuel Rivera Cambas-- cabían diez mil espectadores ``cómodamente'' y añade, ``para los pobres había lado de sol y para los ricos el de sombra; pero ambas clases estaban unidas por los mismos instintos''. Las corridas de toros fueron prohibidas, por ley expedida el 28 de noviembre de 1867, con la pena de muchos aficionados, pues la fiesta brava tenía larga tradición. La primera corrida de toros en México se celebró en junio de 1526, para festejar el regreso de Hernán Cortés de las Hibueras.
Y hablando de toros, en el Centro Histórico hay un buen lugar para comer carne, se llama ``La esquina del pibe'', que en este caso es la de Bolívar con Uruguay; está decorado con maderas oscuras y una barra tipo inglés. Además de una abundante carta, tiene el ``menú pampero'' que incluye jugo de carne o sopa, y a escoger entre cuatro suculentos cortes de carne o una pechuga nevada y sabrosa guarnición, desde luego postre y café; todo por 36 pesos; barato, nada caro.