Al leer tomo notas que no siempre me sirven o, lo que es peor, que más bien llegan a enredarme el pensamiento. Cuando leí por primera vez Arcanos, de Verónica Volkow, por ejemplo, en un pedazo de papel anoté la palabra ``aterrizar''. En aquel momento sintetizaba, según yo con precisión, lo que los poemas me habían querido decir. La asociación era tan clara que por aquellos días toda otra experiencia en la que me viera metida la acentuaba. Me sentía contenta por haber acertado a percibir, en una primera lectura, la clave secreta del poemario de Volkow. ``Arcanos --decía para mí-- igual a aterrizar''.
Sin embargo, cuando me dispuse a desarrollar la idea, a fundamentar por qué había anotado esa palabra como representación de los poemas, me di cuenta de lo difícil que era hacerlo. Releí el libro bajo estados de ánimo diferentes, con la esperanza de que una de esas nuevas lecturas coincidiera o, mejor dicho, si acaso se aproximara lo más posible a las circunstancias anímicas en que me encontraba cuando lo leí por primera vez y anoté, con una certeza que entonces me pareció lúcida, la palabra ``aterrizar'' que supuse era el hilo conductor de todos esos poemas.
Armé dos o tres razonamientos, pero no lograron engañarme. Me bastaba dejarlos asentarse para, a la mañana siguiente, después de noches intranquilas, encontrar sus puntos débiles, la fragilidad evidente de su edificación. Partía con una pregunta simple: ¿Por qué anoté ``aterrizar'' cuando leí los Arcanos de Verónica Volkow por primera vez? Y tras estudiar nuevamente el material y hacer reflexiones cada vez más agudas, y sobre todo cada vez más honestas, llegaba a la conclusión de que, sencillamente, no sabía por qué.
La experiencia era igual a la que tiene lugar cuando soñamos algo que nos parece tan claro y tan evidente que creemos que lo recordaremos entero y con toda nitidez al despertar si anotamos, en un pedazo de papel sobre la mesita de noche, una única palabra que nos dará la clave para reconstruir el sueño completo. Pero sucede que despertamos, vemos la palabra garabateada en la hoja y, por más que seamos conscientes de haberla anotado, con la supuesta seguridad de que nos abriría la puerta al sueño, advertimos que no nos dice nada.
Y así llegué al día de hoy, no con las manos vacías, que habría sido mejor, sino con las manos hechas nudo. En esas estaba cuando, debido al defecto de la obstinación, o a la virtud de la paciencia, volví a formularme por qué habría yo anotado ``aterrizar'' al leer por primera vez los poemas de Verónica Volkow. Y, como si lo único que hubiera estado esperando fuera que yo la convocara, es decir, como si yo la convocara en toda pureza por primera vez, libre de la socorrida prueba del ensayo y el error a la que yo la había estado sometiendo en cada lectura, se me presentó clara y concreta, ajena al mito y al símbolo, la imagen provocada por la siguiente cita del libro de Volkow: ``¿Es ya un vértigo el canto de sirena,/ su caida también un vuelo/ en un mundo al revés?'', imagen que, veremos, contestó finalmente y con acierto mi interrogación.
Fijémonos en la asociación entre caída y vuelo, en cómo la poeta equipara éste a aquélla, y ahora fijémonos en cómo eso que parece un vil absurdo, ni siquiera metáfora o paradoja, adquiere todo su sentido, toda su lógica, al advertir que la acción existe ``en un mundo al revés''. Ahora, dirán ustedes, ¿qué tiene que ver esto, lógico o absurdo, con aterrizar? Y es el momento de revelar que todo el libro de Verónica Volkow está relacionado con aterrizar, porque en todos sus poemas hay vuelo. Así de sencillo.
Sin forzar las cosas, sin dar a otras palabras el significado de ``vuelo''; descartando, en este sentido, el viento y los sueños, que con toda facilidad podríamos igualar a ``vuelo'', he aquí una muestra del ``vuelo'' en Arcanos: ``Angel bajo los pies, la sombra, que vuela''; ``la memoria en vuelo va por dentro''; ``vuelo de tigre en tierra''; ``su correr es volar''; ``en la caricia vuela''. En fin. Podríamos seguir. Pero tal vez estos ejemplos sean suficientes para describir la atmósfera en la que me adentré al leer Arcanos. Vuelo, vuelo, vuelo. Sí, me dirán; insisten: ¿y qué tiene que ver el vuelo con aterrizar?
Para entender por qué anoté ``aterrizar'' al leer sobre tantos vuelos, recordemos que ``su caída (es) también un vuelo/ en un mundo al revés''. En un mundo al revés, en pocas palabras, volar es aterrizar. El mundo al revés nos da la clave: es la respuesta.
Los poetas lo saben. Respalda a Volkow, tal vez sin que ella lo advirtiera, el poeta místico persa Jelaluddin Rumi, que lo supo y lo dijo en el siglo XIII (en traducción al inglés de Coleman Barks y al español de Claribel Alegría): ``Los pájaros hacen grandes círculos celestes/ de su libertad./ ¿Cómo lo aprenden?/ Caen, y cayendo,/ les brotan alas''