La Jornada 10 de noviembre de 1996

MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
Apariciones

Apariciones

(La antigua casona está dividida en tres viviendas. A las puertas de la última, señalada con la letra C, Adela y Rosalío despiden a Celia y Martín: dos de los vecinos que los acompañaron en la improvisada celebración.)

CELIA: Ahora sí, que pasen buenas noches, y otras vez gracias.

ADELA: ¿Pero de qué? Lo bueno es que jalamos todos parejo.

MARTIN: Sí, Adela, pero lo que sea de cada quien la idea fue suya.

CELIA: Y la explicó tan bien que yo les juro que hasta me lo creí. Fue lo bueno, porque cuando uno de los periodistas me preguntó si deveras había visto a la niña le dije que sí, y no una vez sino varias.

MARTIN: Por poco se me sale la risa cuando dijiste que tus hijos jugaban con la niñita en el patio.

CELIA: Mi apuración era que les preguntaran a los escuincles de al lado y que metieran la pata.

ROSALIO: Sí es cierto. ¿Quién los dejó entrar aquí?

ADELA: Nadie. Llegaron solitos. ¿Qué no conoces a los chamacos? Así son de curiosos.

ROSALIO: Pero a esos se les pasa la mano: se encajan. Cuando iban a tomarnos la foto, luego luego se metieron porque querían salir.

ADELA: ¿Y qué? Entre más personas se pongan de nuestro lado mejor, y sobre todo si son niños.

CELIA: El que no se presentó para nada fue el administrador.

MARTIN: No, ni se va a presentar. Es bien coyón. ¿Se acuerdan del día en que le eché bronca?

ROSALIO: Estaba pálido, el pinche buey.

CELIA: Pero cómo no, si mi viejo se le fue encima con el martillo. La verdá, yo también me asusté.

MARTIN: Porque tú te asustas de todo. Además, no iba a pegarle.

CELIA: Pero él no lo sabía. ¿Qué tal que hubiera traído pistola y te la saca?

MARTIN: Lo malo no hubiera sido eso, sino que quisiera metérmela.

CELIA (Riendo, falsamente avergonzada): Ay, qué bárbaro eres. (Su expresión desaparece cuando se palpa las bolsas del vestido.)

ADELA: ¿Qué te pasa, comadre? ¿Qué se te perdió?

CELIA: El recorte de periódico que me dieron. ¿Tú no lo trais, Martín?

MARTIN: No. Lo vi en la mesa y pensé que tú lo habías agarrado.

ADELA: Allí estará, no se apuren. Como en la casa no tenemos niños, nadie agarra nada.

ROSALIO (Dándole un codazo a su mujer): ¿Cómo que no tenemos niños? Y entonces aquella ¿qué es?

MARTIN: Sí, comadre, no se le vaya a olvidar. La dueña todavía puede venir.

ROSALIO: No lo creo. Si acaso mandará al administrador. Ah, pero si hablamos con él, que sea frente a un abogado y con papeles. Digo, porque no vayan a salirnos con que siempre no nos venden la casa.

ADELA: De eso no tengo miedo. Con todo el relajo que se armó, no creo que haya nadie interesado en meterse aquí.

CELIA: Dios te oiga, comadre.

ADELA: Yo creo que ya nos oyó. (Se persigna.)

ROSALIO (Mirando hacia la vivienda marcada con la letra A): Híjole, aquellos ya pusieron su música.

ADELA: Están contentos. ¿A poco tú no?

ROSALIO: Pues sí, pero ya es bien tarde y como que ya es hora de dormir, ¿no?

MARTIN (Dándole un golpecito en el hombro a su esposa): Orale, chaparra, ya despídete. Hasta mañana y otra vez, gracias.

II

(Adela y Rosalío entran en la habitación. De paredes altísimas y muy amplia, hace las funciones de sala-comedor y taller. Sobre la mesa, donde quedaron vasos y botellas, hay algunos periódicos.)

ROSALIO (Con un recorte en la mano lee en voz alta): ``Para proteger el eterno descanso de una niña aparecida, tres familias lograron impedir la demolición de una antigua casona. Se convertirán en propietarios...'' (Deja el recorte y sonriendo se vuelve a su mujer): ¡Qué bárbara eres! ¿Cómo se te ocurrió lo de la niña aparecida?

ADELA: No se me ocurrió nada, sólo recordé lo que mi abuela nos contaba cuando éramos niños: que en el patio se aparecía todas las noches el ánima de una niñita con la esperanza de encontrar a sus padres.

ROSARIO: ¿Quiénes eran?

ADELA: Según mi abuelita, nadie lo sabía. (Suspirando.) Cuando se enfermó le dio por decirnos que la niña aparecida jugaba con ella todas las noches y que esa era la señal de que iba a morirse. Pobrecita.

ROSALIO: Pues qué bueno que te contó esa historia. Gracias a que la recordaste nos quitamos de encima un broncón. (Vuelve a tomar el recorte y lee en voz alta): ``No podemos permitir que esta casa sea demolida para hacer un estacionamiento porque entonces el ánima de la niña no tendra jamás descanso'', dijo emocionada Adela Suárez, quien además aseguró que frecuentemente conversa con el fantasma''. ¿Qué te parece? Ya eres famosa.

ADELA: ¿famosa? Sí, cómo no.

ROSALIO: Oyeme, saliste en la tele y en los periódicos. ¿Ya viste tus fotos?

ADELA: Salimos todos, tú también. (Se

acerca a la mesa y toma otro recorte.) Mira nomás a Rodrigo, el hijo de Celia, haciendo cuernos con la mano. Que no se nos vaya a revolver este recorte con los demás. Le prometí a mi comadre guardárselo.

ROSALIO (Al ver que Adela se dirige a la puerta): ¿A poco vas a llevárselo?

ADELA: No, es que me dieron ganas de ir al baño. ¿Vas conmigo? Me esperas afuerita.

ROSALIO (Burlón): ¿A poco tienes miedo de que se te aparezca la niña?

ADELA (Cruzando una pierna): No, cómo crees.

ROSALIO: Entonces ¿por qué quieres que te acompañe?

ADELA: Total, me voy sola. (Desde la mitad del patio:) ¡Menso!

ROSALIO: ¡Miedosa! (A solas, vuelve a mirar los recortes y a leer en voz alta): ``...porque entonces el ánima de la niña no tendrá jamás descanso...'' (Mueve la cabeza y ríe.) ¡Qué puntadón se aventó mi vieja, qué bruto!

III

(La luz del amanecer entra por la ventana de la recámara conyugal. Adela se incorpora en el lecho y toma el despertador que está sobre el buró.)

ROSALIO (Somnoliento): ¿Qué haces?

ADELA: Ver la hora. Todavía es muy temprano. Duérmete otro ratito.

ROSALIO (Pasándole el brazo por los hombros): Tú también, descansa.

ADELA: No tengo sueño.

ROSALIO (Resignado): ¿Ahora qué te preocupa?

ADELA: Nada. Sólo estaba pensando que si nos vamos a quedar aquí, deberíamos demoler estos cuartos. Son muy incómodos y fríos en el invierno.

ROSALIO (Sonriendo): Y a la niña aparecida ¿crees que el cambio le guste?

ADELA (Levantándose): Ay, deja ese cuento. Ya me fastidió. Hace días y días que nadie habla de otra cosa. Punto. ¡Se acabó!

ROSALIO (Sacando la cabeza de entre las sábanas): ¿Vas al baño otra vez?

ADELA: No, pero así estoy ni descanso ni te dejo dormir. Mejor aprovecho el tiempo en alzar el tiradero.

ROSALIO: No exageres, ni que fuera tanto.

ADELA: No, pero como me toca planchada... Andale, duérmete: al ratito vengo a despertarte. (Sale. El reflejo de un anuncio callejero ilumina la habitación principal. En la penumbra, Adela avanza hasta la mesa. Al tomar una botella tira un vaso. Cuando se inclina a recogerlo ve en el suelo un recorte de periódico donde está su fotografia. Mientras la observa se va haciendo más precisa en el papel la figura de una niña que, vestida de blanco, le sonríe.)