Se despide Merino con un compromiso hacia ``el espíritu de los jornaleros''
Estimada Carmen: Con motivo de mi desginación como Consejero Electoral del Instituto Federal Electoral, estoy obligado por la Constitución Política a renunciar a cualquier remuneración que no provenga de ese cargo. Además, creo con sinceridad que no es conveniente seguir escribiendo mi colaboración semanal para La Jornada, pues me resultaría imposible eludir el riesgo de comprometer la imparcialidad que se espera de mi participación en el máximo órgano electoral del país, de modo que le suplico que acepte mi renuncia al espacio editorial que había venido ocupando todos los jueves.
Me doy cuenta de la enorme importancia que tuvo ese espacio editorial a la hora de mi designación como consejero electoral. De hecho, tengo para mí que el voto de confianza que me han otorgado los grupos parlamentarios de la Cámara de Diputados se deriva, en buena medida, de las opiniones que he venido expresando desde hace poco más de tres años en las páginas de La Jornada. De ahí que junto con mi renuncia le envíe también mi compromiso de no faltar nunca, por ningún motivo, al espíritu ético y democrático que anima a los jornaleros. Tendría que estar loco para ostentarme como su representante. Le puedo asegurar que jamás cometeré esa torpeza. Mucho menos a sabiendas de que, como ha escrito el buen cínico de Milán Kundera, ``la vida humana es tan ambigua, que el pasado de cualquiera de nosotros puede ser perfectamente adaptado lo mismo como biografía de un hombre de Estado, amado por todos, que como biografía de un criminal''. De modo que prefiero cargar solo con los pecados que he cometido, y también con mi responsabilidad frente al futuro inmediato. Pero nada podría servir para pagar la deuda de gratitud que tengo con La Jornada.
Esta carta es algo mucho más hondo que un formalismo. Créame que me duele hasta el alma tener que dejar de escribir mi artículo semanal; tanto como dejar mi cubículo en El Colegio de México. Pero intuyo que de momento es la mejor decisión que puedo tomar para ayudar a recorrer el muy largo trecho que todavía nos falta para llegar a la democracia. Cada quien tiene sus convicciones, y yo me hago responsable de las mías. Por eso le ruego aceptar mi renuncia y mi afecto. Ojalá me den la oportunidad de volver cuando haya pasado el tiempo, si es que para entonces logramos reunir motivos suficientes para saludar una nueva época democrática en México.
Por último, le ruego que considere la posibilidad de publicar esta carta, como conducto para poder despedirme de quienes han tenido la costumbre de leerme de vez en cuando. No se me ocurre un modo más sincero de cambiar de rutinas, con la única amenaza de que, más allá del nuevo cargo, las ideas seguirán siendo fundamentalmente las mismas.
Con un saludo afectuoso.
Mauricio Merino.
PS: Después de leer la carta que antecede, La Jornada me hizo una propuesta que no deja lugar a dudas sobre su hospitalidad: me ofreció mantener las puertas abiertas para colaboraciones esporádicas, en situaciones excepcionales, que eventualmente ayuden a aclarar posiciones difíciles de los debates electorales o, de plano, a salir en legítima defensa. La oferta aumenta con creces mi deuda de gratitud y he decidido tomarla, en el entendido de que serán esporádicas, prudentes en el sentido etimológico de este término y, por supuesto, de absoluta necesidad intelectual.