Yo he pasado más de 40 de mis 86 años en manos de médicos. El más importante fue Teodoro Cesarman. Mi corazón siempre ha funcionado muy bien y nada tenía que hacer con un cardiólogo, pero Teodoro tiene una gran sabiduría y siempre curó mis achaques o me mandaba con un especialista. También durante muchos años fue mi médico y amigo el eminente doctor Rubén Drijansky. Mis dientes están al cuidado del insigne Isaac Masri, y mis ojos los atiende con sabiduría el doctor Zaidman, el mejor oculista de México.
Hoy es mi médico Arnoldo Kraus, doctor internista, conductor de programas de televisión y articulista de La Jornada. Kraus está dotado de una gran moral. Todas las mañanas está en el Instituto de la Nutrición investigando o curando a la gente pobre, y en las tardes está en su consultorio del Hospital Inglés. Yo le digo: si estuvieras mañana y tarde en tu consultorio ganarías el doble. Me contesta: no me importa el dinero, con lo que gano me basta para vivir bien y mi conciencia está satisfecha.
Kraus me dice: una misma enfermedad en dos personas obra en forma diferente, y tiene toda la razón. Cada enfermo es diferente. Alguien ha dicho que no hay enfermedad, sino enfermos. Yo padezco bronquitis crónica por haber fumado casi ochenta años. Además estoy enfermo del estómago, y perdí la vista en un ojo; el otro me lo operó el doctor Zaidman, que me removió una catarata e implantó un lente intraocular para mejorar mi visión. Ahora puedo escribir y siempre que la letra sea grande, puedo leer.
El médico no debe ser ajeno a la psicología. Todos tenemos flaquezas, carencias y quizá algún mal hereditario. Kraus primero charla con el paciente y ya enterado de su mal, receta. Arnoldo me conoce bien a través de nuestra plática, me receta lo necesario y me dice: Tú puedes escribir a diario y leer; no eres un viejo. También me recomienda: ``Fuma menos y toma un poco de whisky, esto te ayudará''.
Recuerdo con admiración a Leonardo de Vinci, un artista genial que ayudó al desarrollo de la medicina moderna. Contra la ley abría el pecho de los cadáveres y dibujó los pulmones, el cerebro, el hígado, el páncreas, los riñones, en fin, todo lo que tenemos detrás de la piel y no era bien conocido.
Gracias al desarrollo de la medicina hay miles y miles de nonagenarios y aun de centenarios. En México tenemos entre ellos al doctor Zubirán, creador del Instituto de la Nutrición, que tiene 96 años y conserva su inteligencia, su asombrosa sabiduría. Es un caso excepcional, porque los viejos perdemos la vista, el oído, gran parte de la masa muscular; andamos con un bastón, perdemos la memoria, y nos abate un cansancio atroz. Yo me miro al espejo y digo: ese viejo no soy yo. Para mí la vejez es una enfermedad terminal. Los viejos ya no figuramos y vivimos relegados.
Quiero expresar aquí cuánto le debo a mi amigo y médico, Arnoldo Kraus. El también es un escritor y un lector de los libros esenciales.