La corta mirada de Francis Fukuyama contrasta acentuadamente con su larga fama. A un metro de distancia de su nariz vio ya, hace tiempo, el fin de la historia. Como otros intelectuales de los países industrialmente desarrollados, vino a México a explicarnos que el mercado ya ganó y que el hecho es irreversible. Toda América Latina --nos explica-- se abrió ya a la liberalización del mercado; y revelándonos la adivinación fundamental, el profeta sentenció: ``veremos retrasos pero lo importante es que ya se estableció el camino, y es el único que nos queda''.
De acuerdo con su penetrante dilucidación, la globalización económica ha traído consigo ganadores y perdedores, y su aguda perspicacia pudo mostrarnos que éstos últimos son y han sido los menos preparados.
También ha descubierto que a pesar del ``triunfo'' del mercado, en Estados Unidos hay una crisis de valores producto de la falta de cohesión social y de egoísmo.
La tesis implícita de Fukuyama es que no hay relación entre el ``triunfo'' que anuncia y la crisis de valores, la falta de cohesión social y el egoísmo. Ignorábamos que son dos pistas separadas.
No obstante tenemos algunas preguntas cándidas que quizá deban hacerse al desiderátum de Fukuyama. ¿Los ``perdedores'' del mercado se mantendrán resignados y sumisos de aquí a la eternidad? ¿O quizá todos podrían volverse tan ``preparados'' como los ``ganadores'', y entonces no habría ganadores ni perdedores en un mundo regido por el mercado? Una vez que en el mercado hubiera sólo ``preparados'' ¿quedará superada la crisis de valores, la falta de cohesión social y el egoísmo?
Algunos filósofos del mercado no son tan preparados como sería de esperarse. La viabilidad de que se configure una estación final de llegada como la de Fukuyama (el fin de la historia, con el cetro en manos del mercado) parece exigir algunas condiciones mínimas. Por ejemplo, las fantasías lúdico militares de Caspar Weinberger (The next war) con las que se traza la invasión de México por las armas de las barras y las estrellas, tendrían que volverse modelos efectivo de aniquilación y control militar, para prácticamente cada uno de los países del sur; con lo cual --si el costo en armas y ejércitos pudiera ser cubierto (asunto absolutamente imposible)--, seguramente los valores, y la cohesión social llegarán a niveles insospechados de civilidad humana.
Cosas hondamente humanas generadas por el mercado pueden ser tan maravillosas como el coloquio internacional organizado en México con el nombre de Valores humanos, una propuesta rentable. Fue en esta reunión que el pensador de la Universidad George Mason nos instruyó acerca de las ``condiciones culturales'' necesarias para arribar triunfalmente al fin de la historia (es decir al Market For Ever como coronación definitiva del desarrollo humano). Aunque, yendo hacia las regiones profundas del pensamiento, se pregunta, frente al robo de que son objeto las empresas públicas por parte de funcionarios públicos ``¿cómo crear empresarios que las manejen responsablemente?''. Un dilema en verdad trascendente.
En este espacio hemos hecho referencias múltiples a la inevitabilidad de la globalización, que exige una desregulación sin la cual los procesos integrativos internacionales serían imposibles. Pero exige igualmente condiciones de igualación en muchas otras esferas, sin las cuales los ``perdedores'' de hoy se opondrán por necesidad a la globalización en los términos que viene procesándose. El reto fundamental sigue siendo la justicia y la inclusión sociales, sin las cuales difícilmente puede haber acceso de nadie a una modernidad efectiva.
De otra parte, como la justicia social en el plano mundial no va a ser un regalo ni de su majestad el mercado, ni de la gran cohorte que hoy lo acompaña, la única vía que nos queda --para absolutizar, al estilo de Fukuyama-- es la conformación de un Estado que resulte de una forma cabalmente incluyente de constituir las representaciones políticas de la diversidad sociocultural de la nación, que permita superar las desigualdades flagrantes y que sea capaz, por la adquisición de una nueva legitimidad, de negociar un espacio más amplio para la sociedad que representa, en la selva del mercado mundial.
Macpherson ha enumerado los relevantes aspectos positivos del individualismo posesivo. Esta conquista humana irreversible, cuyo fruto son individuos autónomos producto de la modernidad, dueños de sí mismos, debe ser completada con las vías que superen la conclusión estrujante de este mismo autor: ``no es posible conseguir una teoría válida de la vinculación moral para un Estado democrático liberal en una sociedad dominada por el mercado''. ¿Es posible construir una comunidad humana civilizada a partir de individuos autónomos cuyo obligado vínculo es por necesidad una relación mercantil? Este es el reto. No entregar el cetro y la corona a esa relación.