A Woldenberg, Zebadúa y Merino, con orgullo corporativo y deseos de éxito, para ellos y para todos.
Honestamente no encuentro gran cosa de qué hablar a propósito de la apenas concluida Cumbre Iberoamericana. Que esta vez se realizó en Viña del Mar, en Chile. Comienzo a sospechar que la mayor utilidad de estas cumbres consista en dar a algunos desresponsabilizados comentaristas --como yo-- la ocasión de hacer notar lo poco que sirven aquéllos que pretenden moverse en los territorios de la historia. Lo cual, tal vez, debería realzar el papel de aquéllos que sólo deben ser responsables frente a su propias (maleables o menos) conciencias.
Es por eso que comienzo esta nota con un ``honestamente''. O sea, en serio. La declaración contra la Helms-Burton, tal vez un poco menos deslucida que en otras ocasiones, sigue siendo parte de un rito de sujeción crítica más o menos aceptado por todas las partes. Por lo demás, ninguna señal fuerte que nos indique finalmente para qué pudieran llegar a servir estas Cumbres iberoamericanas. La impresión que se tiene --y pido disculpas por la frivolidad-- incluso observando las fotos de familia, con todos los mandatarios en orden y sonrientes, es de desgano. De una especie de encuentro anual al cual sería descortés no asistir pero al cual se va más para sentir los vientos que tiran que para hacer de este foro un instrumento de acción conjunta. Esto, nos dirán los ``responsables'', es retórica. Tipo Simón Bolívar o similares. Cosas para altares de la patria no para orientar las decisiones cotidianas. Y tal vez alguna razón tengan aquéllos que frente al pathos de la acción conjunta escogen la sobriedad cotidiana. Pero habrá que confesar que la mesura y la elegancia, mucho se parecen, a veces, a la pusilanimidad desconcertada.
Como quiera que sea, hay poco de qué hablar hablando de esta cumbre. Entreguémonos entonces a la ``nota de color''. Y por suerte ahí está Fidel, a ayudarnos. Regresa 25 años después a pisar tierras de Chile. Ha acumulado grasa en los flancos, como todos nosotros. Un cuarto de siglo después algunas seguridades se perdieron en el camino: otras, afortunadamente, no. Pero el comandante sigue cargando en sus hombros todas las seguridades que los demás perdimos o vimos contaminadas por la vida, las lecturas, las experiencias. El sigue inconmovible, entregado al sentido eterno de la historia.
Personalmente confieso que no me gusta verlo vestido de civil. Por suerte o por desgracia (y probablemente más lo último que lo primero), él no es un dirigente político de esta gris modernidad finisecular. El es otra cosa, es encarnación de lo arcaico, digno, heroico y ridículo de nuestro pasado. De ese pasado del cual nadie debe ni puede liberarse. Por eso, verlo cambiar de piel --del verdeolivo a un anónimo azul-- no es agradable. Como si Aquiles se vistiera de broker de la City. El es otra cosa. Sabe que, a diferencia de aquéllos que lo rodean en Viña del Mar, nadie lo eligió, salvo un pueblo entero sin prácticas de escoger. Un pueblo políticamente inculto --gracias a una increíble secuencia de sátrapas en el gobierno-- que estaba preparado para recibir a un líder. Y llegó él, con su inteligencia, seguridad, magnetismo. El empalme perfecto. Pero, obvia y afortunadamente, estas formas de misticismo laico, después de su fase heroica, ya tienen muy poco que presumir de democracia. ``Otra'' o cualquiera. Aquella cosa que los Machado o Batista convirtieron en hipócrita escudo para encubrir robos, asesinatos y ambiciones demenciales.
Tal vez sea por eso, por el recuerdo de un pasado cubano que ya es inimaginable, que me resultan desagradables los desaires de ese yuppie tardío que es Aznar, el primer ministro español. Pero Aznar tiene razón: Cuba no es un país democrático. Cierto. Y sin embargo, valdría la pena evitar excesivos ditirambos a la democracia, así como es en estos años. Sobre todo cuando es usada, como lo hace Aznar, como escudo pluralista de la propia falta de ideas para conciliar democracia con bienestar. La democracia, afortunadamente, sigue siendo una empresa viva y arriesgada y no sólo, o tanto, un mausoleo de reglas de oro. Y dejemos en paz a Fidel, que es parte de otro mausoleo.