Eulalio Ferrer Rodríguez
El libro como medio de comunicación
A Gabriel Zaid
Recientemente hube de participar en una discusión en defensa del libro como medio comunicativo. Pensaba que no debiera haber duda en una tesis avalada por la historia y que puede remontarse a los primeros orígenes, hace 5 mil años, de la palabra escrita. Se ha calculado que durante el siglo que siguió al invento de la imprenta por Gutenberg, en 1475 --el mayor acontecimiento del mundo, según Víctor Hugo--, se imprimieron 30 mil títulos aproximadamente, con 16 millones de ejemplares. En una síntesis histórica hecha por John C. Merrill y otros autores, se precisa que los libros estuvieron saliendo de las imprentas europeas durante 150 años antes que los periódicos, y que éstos ocuparon el centro del escenario mediático 100 años antes de que aparecieran las revistas.
En nuestro tiempo el libro, en todos los géneros, ha alcanzado el carácter de medio masivo de comunicación. ¿Como no ha de tenerlo cuando actualmente se edita cada año alrededor de un millón de títulos con muchos millones de ejemplares? Ya en 1950, de acuerdo con el dato de Alvin Toffler, se publicaban 250 mil títulos. Sólo la literatura científica y técnica crece anualmente en una proporción de 100 millones de páginas, en tanto que las bibliotecas del mundo duplican sus registros cada diez años.
No es necesario recordar la enorme circulación de libros en países forjados en la cultura de masas, como la antigua Unión Soviética y la República China. En cierto modo, el mismo enfoque, adecuado a las sociedades libres, daría impulso al libro de bolsillo, con la implantación del best-seller de las editoriales estadunidenses, una especie de libro de masas constituido en un principio a partir de tirajes de 100 mil ejemplares, con derecho preferente de exposición por 15 semanas mínimas en sus lugares de ventas. (Se estima que cada best-seller suma un potencial de cinco lectores por ejemplar.)
En este orden, como sucede generalmente, las estadísticas de Estados Unidos son abrumadoras. En la década de los 80 es el país que publica anualmente 100 mil títulos nuevos y reediciones, más del doble que en la década de los 70. Ello, dentro de otro marco prototípico: el 90 por ciento de esa producción es controlada por el 14 por ciento de los editores. En Nueva York está instalada la que se considera mayor biblioteca del mundo en ciencia y tecnología: un millón 200 mil libros; un millón de microfilmes; 18 millones de patentes, y 110 mil títulos de publicaciones periódicas. En librerías, esto es, en establecimientos dedicados a la venta de libros, parece ser que la más grande del mundo es la ``Foyle'', en Londres, con ventas anuales de cinco millones de libros y una existencia de cuatro millones de obras distribuidas en alrededor de 27 kilómetros de estanterías.
Los demasiados libros, con el rigor y el ingenio que caracteriza la obra de Gabriel Zaid, ha actualizado el tema, con riqueza de datos y señales históricas. El autor aborda el tema con contundencia: ``El libro es el primero de los medios de comunicación masiva que surge en la historia y sigue siendo el más noble''. Sin duda, los libros son históricamente los ladrillos con que se construye la civilización. De Miguel de Cervantes es la frase: ``Un maestro es un libro que habla y un libro es un maestro que, aun silencioso, comunica su pensamiento''.
A Gabriel Zaid, en su elegía del libro, le preocupa, en un lenguaje irónico, que los demasiados libros --apunta que la humanidad publica uno cada medio minuto-- rebasen la capacidad de lectura disponible, al margen de que ésta pueda situarse en el espacio de los estatus sociales y culturales. Es un panorama particular comparativo con otros medios, dentro de ese diluvio de información que generan todos, aplastando o interfiriendo, prácticamente, los procesos humanos de recepción y comprensión.
He aquí el gran problema de nuestro tiempo, ajustado a la realidad cultural de cada país, bajo el signo de las nuevas tecnologías: hay más información que comunicación. El tiempo de lectura, en lo general, se ha reducido, con todo y que existan niveles tan altos, sobre la base de cada población, como el 74 por ciento en Alemania; el 71 por ciento en Holanda; el 57 por ciento en Francia; el 55 por ciento en la Gran Bretaña; el 48 por ciento en Italia, y el 40 por ciento en España. No existe dato formal en México, pero el porcentaje podría variar entre el 15 y el 20 por ciento.
La saturación informativa, evidentemente, es una realidad que, lejos de distanciarnos de los libros, nos acerca más a ellos, como el medio más recordable y trascendente de nuestra cultura. Del que dijo Milton que es la criatura más razonable e inmortal, no importa la diferenciación hecha por Chesterton en cuanto a que una cosa es la persona ávida que pide leer y otra es la persona cansada que pide un libro para leer.
¿Qué podría hacerse en México, al margen de la crisis y las depresiones, para que el libro convoque un mayor número de lectores y sea emblema de identidad de todas las clases sociales? Deben abundar las ideas estimulantes y las sugerencias promocionales. Las que propone Gabriel Zaid son sumamente valiosas. A nosotros se nos ocurre una, desde el campo abierto de la comunicación, que quiere trasponer la muralla limitante de un mercado inexorable de costos. Aspira a ser sencilla y de fácil aplicación. Tanto como proponer al gobierno que utilice los espacios disponibles y obligados que tiene en los medios electrónicos para sembrar, con el amor al libro, la bondad y la necesidad de su uso, cuidando segmentar, en su enfoque general, uno dirigido especialmente al público infantil. Sería posiblemente la campaña de consumo más digna y justificada en un tiempo que no admite destiempo.