A mi querido amigo Adolfo Sánchez Vázquez
No parece mucho que la oposición panista y perredista haya obtenido el 28 por ciento de los municipios disputados en Coahuila, Hidalgo y México, pero sí lo es si tomamos en cuenta que hace unos años este porcentaje hubiera sido impensable en tales estados.
Las elecciones del domingo pasado son una confirmación de lo dicho por Gaviria, secretario general de la OEA: la gente está harta de privatizaciones y de milagros económicos. Bueno, mejor sería decir: mucha gente.
Es lógico. La llamada recuperación macroeconómica no se refleja en la economía familiar de la mayor parte de los mexicanos. Los economistas, incluso en el gobierno, coinciden en señalar que ha habido un constante deterioro de la distribución del ingreso en el país y del ingreso real de la mayoría de la población. La que pudiéramos llamar clase media ha sufrido, sobre todo en sus capas inferiores, disminuciones considerables en sus ingresos reales, y quienes además son deudores no ven cómo podrán liberarse de sus acreedores.
Es lógico, repito. En la medida en que se asocia --con razón justificada-- al PRI con el gobierno, y en la medida en que éste sigue tercamente con una política económica que en nada beneficia al pueblo sino sólo a los capitalistas en condiciones de exportar (ya que el mercado interno está cada vez peor), la inconformidad social crece y, si no hay presión por parte de caciques o dirigentes corporativos, se expresa en las urnas votando por la oposición.
El modelo neoliberal que apoya a la llamada globalización de la economía es, por definición, excluyente y, por lo tanto, los excluidos protestan. Así se ha demostrado en la manifestación pro zapatista del Odeón en París, que incluyó a los más excluidos en Francia: los inmigrantes (La Jornada, 12/11/96), como en las aproximaciones con el EZLN de El Barzón y ahora de 50 mil productores de maíz de 15 municipios chiapanecos que antes cifraban esperanzas en el gobierno (ídem). No deja de ser sorprendente que sectores medios de la población, incluyendo a muchos auténticos coletos que se caracterizaron durante décadas por su racismo, recurran ahora a los indígenas del EZLN para que, juntos, puedan presionar por mejores condiciones de vida. Los excluidos se juntan, de esto no cabe duda, aunque sea poco a poco.
Me imagino que muchos priístas no saben qué hacer. Entienden que sin el gobierno, sin los recursos públicos que maneja y sin su red de influencia en todo el país, poco podrían hacer para controlar, comprar y dominar electoralmente a poblaciones enteras; y al mismo tiempo saben que la política que sigue su gobierno, supuestamente de todos los mexicanos, es contraria no sólo a lo que ellos piensan sino a la mayoría de la gente que se ven precisados a controlar, comprar y dominar para que su partido no pierda. Peor aún, saben que el PAN (aunque no todos los panistas) coincide más con la política del gobierno que ellos mismos (los priístas), y sin embargo mucha gente vota por el PAN para no votar por el PRI porque es el partido del gobierno. Esta paradoja debe molestarles, más que a nadie, a los priístas, pero no pueden hacer gran cosa por evitarlo, no sin el riesgo de ser sancionados por sus jefes, que son en realidad más gobiernistas que priístas.
Las elecciones, no por primera vez por cierto, se empatan con la crítica situación económica que en buena medida ha sido responsabilidad del gobierno; el antecedente más significativo se dio en 1988. Como van las cosas, y ahora que ya no se puede ocultar la realidad económica tan fácilmente como ocurrió durante el salinato, el PRI se verá en apuros mayores en las próximas elecciones locales y, especialmente, en las federales por venir. Quizá la única ventaja de la crisis económica sea que está sirviendo de catalizador para despertar la conciencia crítica de los mexicanos.